Es durante el reinado de Alfonso XIII (1886-1941) y la Regencia de su madre, la reina María Cristina, cuando se produce una verdadera explosión de zarzuelas sobre aquella contienda. Se pueden contabilizar más de cuarenta obras, diez de ellas estrenadas en 1908, al cumplirse el centenario del conflicto.

Unas cuarenta piezas y cuatro vídeos componen una muestra dividida en distintas secciones: El mito del 2 de mayo, El mito de Bailén, Los sitios de Zaragoza, Otras vicisitudes de la guerra, El equipaje del rey José y el final de la guerra, se refieren a los documentos, mientras que los vídeos son Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz, El sitio de Zaragoza y la charanga militar de Oudrid, Ilustradores de zarzuelas y Don Benito Pérez Galdós y la zarzuela.

En muchas de las zarzuelas, la acción es meramente decorativa, su argumento principal se desarrolla al margen de la guerra y sirve para fijar con más intensidad la época en el recuerdo histórico del espectador. Pero en la mayoría de los casos podríamos situar estas obras de entretenimiento colectivo, muchas de ellas “cómicas” en el subtítulo, dentro de los amplios límites de la ideología conservadora.

Segundo himno nacional

Un fragmento de una de estas obras, el pasodoble o marcha con la que finaliza el primer acto de Cádiz, de Javier de Burgos, con música de Chueca y Valverde, estrenada en 1886, pasó a ser utilizada como un segundo himno nacional, e incluso se le buscó nueva letra, en el tiempo de la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas. Pero también se convirtió para algunos, desde Clarín a Antonio Machado, en símbolo del patriotismo irreflexivo, es decir, del patrioterismo.

Como indica el comisario de la exposición, Antonio Gallego, “ésta es la pieza más relevante. Lo de la marcha de Cádiz como himno nacional no es una exageración. Cuando 10 años después del estreno de la obra sube al madrileño Teatro Eslava una especie de homenaje y parodia titulada La marcha de Cádiz (ambientada en la época finisecular del estreno, en la obra se narran los apuros de un alcalde de pueblo que busca recursos y una orquesta para que en las fiestas suene la célebre marcha), las palabras finales son: la marcha aquí terminó / si no te parece mal, /aplaude, lo pido yo, / por el himno nacional.”

Además de Cádiz, en la BNE pueden contemplarse, entre otros manuscritos, partituras e incluso novelas versionadas posteriormente en este género lírico: El tambor de granaderos (1894), de Chapí y Sánchez Pastor; La sobresalienta (1905), de Jacinto Benavente y Chapí; El sitio de Zaragoza (1848), de Cristobal Oudrid; El equipaje del rey José (1903), versión de la obra de Galdós, por Catarineu y Castro; El Sansón de Alfajarín (1891), de Zumel y Conroti; ¡Zaragoza!, de Galdós; El cortejo de la Irene (1896), de Chapí y Fernández Shaw; La viejecita (1897), de Echegaray y Fernández Caballero: El fantasma de la aldea (1878), de Astilla y Taboada; La batalla de Bailén (1849), de Gardyn y Gondois; El campamento (1851), de Luis Olona, y Pepe Botella (1908), de Ramos Carrión.

Actividades relacionadas

Entre las actividades paralelas a la exposición, el 5 de noviembre, a las 19.00 h., el grupo Ensamble de Madrid ofrecerá un concierto en la BNE con una selección de zarzuelas para sexteto con piano. Y el 29 de octubre, también a las 19.00 h., Antonio Gallego y Begoña Lolo impartirán una conferencia a dúo sobre Música y Política: 1808-1898. El primero tratará el tema Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz, y la segunda sobre Música y Política en la Guerra de la Independencia.

Durante la contienda, tanto la poesía como la música, a veces por separado pero muy a menudo juntas en forma de canciones e himnos de contenido patriótico, fueron utilizadas para exaltar los sentimientos y empleadas por lo tanto como propaganda en la lucha contra el invasor. De esta utilización de letras y músicas como propaganda ideológica fueron conscientes tanto poetas como músicos de aquel tiempo y fueron muchas las canciones e himnos que alcanzaron gran popularidad en aquellos trágicos momentos.