Según la tradición, la escucha musical sólo es posible y plena en la más absoluta concentración, y rodeada del más estricto silencio; el silencio sepulcral se convierte en el único contexto adecuado para la escucha musical, un contexto que más bien es un no contexto, una ausencia (ideal) de contexto. Pero lo cierto es que la escucha musical se da siempre rodeada de otras cosas, rodeada, por ejemplo, de ruido.

Todo lo que se da en el contexto de escucha no sólo condiciona la actitud de la persona que escucha (no sólo tiene un efecto psicológico) sino que transforma la música misma. En la era digital, dice Peter Szendy, el oyente altera la música, opera con ella (hace obras con ella) de manera digital, es decir, numéricamente (con dígitos), pero también con los dedos, como el DJ que modifica el giro de un vinilo tocándolo con las manos. Se trata, por lo tanto, de una escucha que toca.

¿Cómo suena el museo?

Cuando la música entra en el museo de arte contemporáneo y se convierte en arte sonoro deja de exigir la neutralización de su contexto de escucha, pero, como si se tratase de un mecanismo de compensación, pide ser presentada como obra de arte, subrayándose así el soporte físico, la dimensión escenográfica o performativa, la partitura, la grabación y la documentación. Se suele pensar que el museo no es el lugar adecuado para la escucha, y tal vez sea por ello que en sus salas proliferan tanto los auriculares.

Intervalo. Acciones sonoras utiliza a la Fundació como contexto de escucha y plantea como pregunta no sólo cómo suena la música en el museo, sino cómo suena el museo. La propuesta incluye instalaciones sonoras, vídeos, conferencias, conciertos y un ciclo de programas de radio, todo ello con artistas como Theo Burt, Hanne Darboven, Ainara Elgoibar, Brian Eno, Lluïsa Espigolé, Laia Estruch, EVOL, Jaume Ferrete, Raquel Friera, Nicoline van Harskamp, Tom Johnson, Susan Philipsz, Quim Pujol, Octavi Rumbau, Terre Thaemlitz y Erica Wise.