El MACBA ha invitado a 28 artistas –Antoni Arola, Itziar Barrio, David Bestué, Sergi Botella y Mariona Moncunill, Curro Claret, Raimond Chaves y Gilda Mantilla, Marcel Dalmau, Domènec, Alicia Framis, Antonio Gagliano, Álex Giménez y Jorge Rodríguez Gerada, Terence Gower, Sílvia Gubern, Alicia Kopf, Marc Larré, Rogelio López Cuenca y Elo Vega, Toni Llena, Miralda, Muntadas, Daniela Ortiz, Víctor Pimstein, Sitesize y Francesc Torres– para que reflexionen sobre cómo se puede incidir hoy, desde el arte, en los problemáticos vínculos entre acontecimiento, conmemoración, estética y ciudad.

La exposición pretende constituirse como un laboratorio abierto sobre la inminente proliferación de símbolos que colonizan los espacios reales y virtuales de nuestro entorno, una plataforma discursiva que investigue cuáles son las condiciones bajo las que los artistas se incorporan a estos debates urgentes.

Monumentos

Las ciudades están hechas de edificios, infraestructuras, calles, plazas, parques, esquinas y rincones que dan sentido al encuentro, a la confrontación y al intercambio. Su forma y significado es debida a que son espacios planificados, regidos por proyectos que los prefiguran; o son transformaciones informales que han ido creciendo orgánicamente, donde la planificación trata de domar a posteriori los supuestos desajustes antes creados.

Estas ciudades coinciden en la necesidad de venerar a la historia y sus protagonistas mediante una monumentalización que tiende a poner orden y establecer jerarquías futuras. La conquista de renovados escenarios éticos y estéticos forma parte de las estrategias urbanas de ambos modelos, cuyos símbolos imponen ajustes de control en los discursos del poder.

En la actualidad se observa una revitalización de las retóricas monumentales. Banderas, héroes ensalzados, instalaciones públicas, señalamientos metropolitanos…, toda una imaginería que se esparce por el paisaje de la ciudad, vulgarizando en muchos casos su potencia ideológica y simbólica.

Memoria social

Los monumentos esconden cierta apropiación del espacio colectivo, cierto secuestro de la memoria social, aunque también se percibe en ellos la dificultad por acoger las pluralidades sin estereotiparlas, el afán por desterrar cualquier duda o incertidumbre.

Así, hasta la irrupción de los movimientos de vanguardia, la gramática del monumento, desde las edificaciones rituales de la antigüedad hasta la estatuaria urbana del siglo XIX, permaneció prácticamente inalterada, mientras que las normas de la erección, peanas, columnas, obeliscos, arcos de triunfo y cenotafios a la victoria, marcaban el territorio ciudadano, erigiendo verdaderas jerarquías de volumen, de imagen y de significado.

El arte contemporáneo heredó el dictum vanguardista con el que trascender los códigos más inmediatos. Y la necesidad de perpetuación de unos hechos pasados o de unos deseos futuros por parte del poder continúa intacta.