Como apuntaron en la presentación la directora de la BNE, Ana Santos Aramburu, y el rector de la Universidad de Salamanca, Daniel Hernández Ruipérez, el título de la exposición condensa una frase de Unamuno a su amigo el crítico literario Francisco Fernández Villegas en noviembre de 1896: «Yo soy yo, como cada quisque, género aparte. Y mi progreso consiste en unamunizarme cada vez más».

La muestra, que permanecerá abierta hasta el 20 de septiembre, redescubre la personalidad polifacética y compleja del escritor, así como los hitos de una vida estrechamente vinculada a la historia de España. Permite atisbar al hombre en su intimidad, con sus momentos de esperanza o de desaliento; a uno de los primeros intelectuales españoles cuya faceta política quedó oculta durante varias décadas tras su muerte, y al escritor, ensayista y periodista que, mezclando a gran altura distintos géneros, logró distinguirse en todos ellos.

Material diverso

Entre los manuscritos de las obras mostradas en esta exposición se cuenta De Fuerteventura a París: diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos (1924-1925), texto autógrafo con correcciones que abarca 117 folios. Como destacaron en la presentación de la muestra los comisarios de la misma, Colette y Jean-Claude Rabaté y María José Rucio, «este original es el ejemplo emblemático de la conjunción entre escritura de confesión y creación literaria».

Además, otros manuscritos expuestos traslucen su afición temprana al teatro -compuso un sainete en dialecto bilbaíno a los 23 años-, un teatro que pocas veces llegó a estrenarse.

Yo, Unamuno también incluye un borrador autógrafo de El Otro, redactado en un cuaderno de colegial francés, así como un manuscrito de El pasado que vuelve, drama en tres actos mandado al editor alemán Haberer Helasco. El fragmento de un ensayo así como una poesía autógrafa permiten dibujar los contornos de su ingente quehacer literario.

Sin egolatría

En relación con el título de la muestra, ese pronombre personal seguido de su apellido, Jean-Claude Rabaté destaca: «Si bien estos ejemplos pueden dar pie a la fama de «ególatra» que se ganó pronto el autor, corresponden a un periodo crucial de su recorrido vital: son las palabras de un treintañero, catedrático de Griego en la Universidad de Salamanca, que goza de la tranquilidad de aquel viejo «ciudadón castellano», pero anhela cada vez más distinguirse de los demás y sobre todo hacerse un nombre en el mundo madrileño de las letras».

Con los años, la escritura del yo llega a ser el componente esencial de su obra y penetra en todos los espacios de la creación: novela, poesía, teatro, ensayo, artículos de prensa, en busca de otro yo, un lector muchas veces ideal.

Pero el lugar privilegiado del diálogo -o mejor del “monodiálogo” confesional-, apuntaron los responsables de la muestra, es la correspondencia privada en que puede desahogarse, confiarse a un interlocutor a la vez concreto y genérico, «con la intuición y, ¿quién sabe?, el secreto deseo de que algún día sus cartas fueran leídas o, incluso, expuestas».

Ahora, gracias a esta exposición, ese deseo se ve cumplido.