«Estamos ante obra muy poco conocida», explica Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real. «Es una auténtica rareza dentro del catálogo de Wagner y creo que va a dejar a mucha gente boquiabierta porque desmonta muchos de los tópicos y lugares comunes asociados a la figura de Wagner».

Para Matabosch estamos ante una «especie de versión wagneriana del Viaje a Italia de Goethe. Es la nostalgia del sur, del mar, de lo lúdico, de lo hedonista, del sexo… y responde a un momento en el que Wagner veía los valores conservadores de la sociedad alemana como algo sofocante. Lo que escribe es una hilarante crítica al puritanismo alemán y un elogio muy franco y muy directo del hedonismo meridional, lo que tiene su gracia si tenemos en cuenta que lo hace el compositor que ha pasado a la historia como el padre, de alguna manera, del nacionalismo alemán».

Además, para el director artístico es una obra «interesantísima» que permite profundizar en la trayectoria del compositor: «Sabemos donde acabó Wagner, pero esta obra escrita en su juventud nos ayuda muy bien a conocer de dónde viene».

Ivor Bolton, director musical del Teatro Real, ha trabajado minuciosamente en la revisión de la partitura para dar más fluidez y cohesión orgánica a la obra, reduciendo su duración original (de cerca de cuatro horas a dos horas y media), pero respetando su esencia, su coherencia musical y su dramaturgia, de acuerdo con la puesta en escena concebida por Kasper Holten, que moderniza la comedia de enredo shakesperiana con guiños a la actualidad.

Para Bolton, «La prohibición de amar es una comedia fantástica que tiene detrás una historia realmente sólida y muy interesante en la que ya vemos momentos que reflejan al verdadero Wagner, la solidez de la orquestación del Wagner maduro que muestra un gran virtuosismo».

Sabor mediterráneo

En esta divertida, fresca y melodiosa partitura, de claro sabor mediterráneo, un Wagner de 21 años recurre a la censurada y ácida comedia Medida por medida de William Shakespeare (1564-1616) para criticar la hipocresía y puritanismo de la sociedad centroeuropea del siglo XIX, reivindicando la libertad sexual, la expresión de los sentimientos y el calor meridional.

Para ello traslada la acción original de la obra shakesperiana de Viena a Sicilia, donde Friedrich -caricatura del dictador alemán que se esconde detrás de un pretendido idealismo- impone la pena de muerte para castigar la promiscuidad sexual y prohíbe los prostíbulos, el carnaval y el amor extraconyugal al que él mismo sucumbe.

La prohibición de amar, escrita después de Las hadas -que Wagner nunca pudo escuchar-, tuvo su azaroso estreno en 1836 en Magdeburgo. La primera y única representación de la ópera durante la vida del compositor fue desastrosa, ya que algunos solistas no se sabían su papel. La segunda función no pudo celebrase porque el marido de la protagonista, en un ataque de celos e impulsado, quizás, por el hedonismo y la lujuria de que alardea la trama, agredió al tenor que interpretaba el papel de Claudio, quien, al parecer, mantenía un indisimulado romance con su mujer.

La partitura, que Wagner tildaría más tarde de “pecado de juventud”, fue apartada de su catálogo por el compositor y por su viuda Cósima Wagner hasta que, ya entrado el siglo XX, comenzó su lenta recuperación, refrendada por el público y la crítica con la célebre producción de la Ópera de Baviera en 1983, con Wolfgang Sawallisch en la dirección musical y Jean-Pierre Ponnelle en la dirección de escena.

Wagner se ríe

En La prohibición de amar aflora la influencia de la opéra-comique francesa, del melodismo belcantista, de la opera bufa o de los tintes nacionalistas de Weber, pero se vislumbran también algunos de los rasgos, todavía incipientes, de las futuras obras de Wagner.

De esta idea parte la dirección de escena del danés Kasper Holten, en la que el joven Wagner se ríe de la grandilocuencia de su obra futura, de los arquetipos de sus personajes y de los estereotipos del germanismo ario que él mismo exaltaría más tarde.

Así, en un decorado diseñado por Steffen Aarfing que evoca una bulliciosa barriada de Palermo, con sus clubs de alterne y su patio de vecinos, en un tiempo indefinido en el que conviven y se yuxtaponen alusiones al pasado y divertidos guiños al presente, se va desarrollando la trama shakesperiana tamizada por el ideario revolucionario de la primera mitad del siglo XIX y las turbulencias amorosas del joven Wagner.

Los tintes caricaturescos de los personajes y la ágil y fresca dramaturgia de la trama, con tintes de vodevil, pondrán a prueba las dotes actorales y canoras de los dos repartos, en los que destacan los barítonos Christopher Maltman y Leigh Melrose (Friedrich), las sopranos Manuela Uhl y Sonja Gornik (Isabella), los tenores Peter Lodahl, Peter Bronder (Lucio), Ilker Arcayürek y Mikheil Sheshaberidze (Claudio), y los bajos Ante Jerkunica y Martin Winkler (Brighella), que actuarán con María Miró, David Alegret, David Jerusalem, Isaac Galán, María Hinojosa y Francisco Vas.

Al frente de ambos elencos estará nuevamente Ivor Bolton, que cambiará de registrom después de su reciente interpretación de La flauta mágica, para dirigir esta ecléctica obra juvenil wagneriana con la complicidad del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.

  • Coincidiendo con las funciones de La prohibición de amar se ha organizado una serie de actividades paralelas que permiten acercarse a la ópera de Wagner y a la obra Medida por medida de Shakespeare desde diferentes perspectivas.

Simplemente disfruten

Kasper Holten debuta en España con la puesta en escena de esta ópera cómica, como el propio Wagner la denominó. «La primera sorpresa que ofrece es que Wagner la escribe con tan solo 21 años. Es divertida, cómica, para mí una verdadera opereta llena de diálogos y de momentos hilarantes, de secundarios alegres, pero también con drama y con una historia interesante, y la adapta de una obra de Shakespeare. Es decir, el Wagner de 21 años ya era igual de megalómano que el Wagner posterior. Con tan pocos años coge una obra de Shakespeare, la cambia y la adapta para hacerla suya».

Para Holten, «la segunda sorpresa es el sonido. La obertura no suena en absoluto a Wagner. Suena totalmente al sur». Y, por último, destaca su «crítica absoluta de Alemania, del puritanismo alemán y de su forma de insistir en determinados valores. Es una crítica acerada, que casi bordea el ridículo, de los alemanes y de su puritanismo». Pero más allá de todo eso, para el director de escena esta ópera contiene un «mensaje de reconciliación entre el norte y el sur, de la necesidad de reunir lo mejor de cada uno en lugar de recalcar lo que nos separa», una lección que extrapola a la compleja situación de la Europa actual.

Escuchar esta partitura, de claras influencias italianas, francesas y weberianas, invita a pensar en un genio todavía joven y que busca una voz propia, aunque ya destella rasgos de originalidad. La adaptación de la historia por parte de Wagner recoge las inquietudes rebeldes de una Alemania revolucionaria, que reivindica el amor sensual y ataca la represión fanática de la sexualidad por una autoridad puritana e hipócrita. Como dice el texto «¡Mal haya el que arranca vidas por pecados que él codicia!».

«Esta ópera es maravillosa. Es un encanto. Olvídense de que estamos ante una obra de Wagner. Simplemente disfruten de ella», recomienda Holten. Que así sea.