Escrita en su mayor parte en Cuba, Lorca leyó la obra a un grupo de amigos en 1930 y en 1936, pero permaneció inédita hasta 1976, cuando fue publicada en versión incompleta. Su título ya evidencia la centralidad de la figura del público, y es muy premonitorio e inquietante, pues la pieza reflexiona sobre ese gran desconocido, ese colectivo anónimo que asiste a la representación teatral y al que los espectadores reales nunca llegan a ver.

El poeta granadino pretende que el público se vea reflejado como si tuviera un espejo delante. Con este texto denuncia al público convencional, una crítica compartida en el contexto europeo vanguardista de la década de 1920, es decir, a la burguesía frívola y materializada que no quiere que se les haga pensar sobre ningún tema moral. Toda la vida artística de Lorca acusa este dilema interior entre escribir a gusto del público para hacerse respetar o romperlo todo para que los dogmas se purifiquen y las normas tengan nuevo temblor.

“¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro!”, exclamaba Lorca en esta obra, con la que aspiraba a iniciar un nuevo camino. Y de eso habla El público, del valor para romper con el pasado, con las inercias, la tradición, la represión, tanto en plano artístico como en el afectivo, y emprender aquello que cada cual desea. Además de hablar de teatro, el texto habla también del deseo a través de un juego de máscaras en el que se superponen ficción y realidad, en el que las identidades se encuentran en continua metamorfosis, persiguiendo sin cesar la autenticidad, la honestidad y la libertad.

Reivindicación del amor

Pero en la obra se proponen dos tramas, la ya comentada artístico-social y otra amorosa e íntima, donde se sirve de la homosexualidad para reivindicar el amor como suceso esencial que se manifiesta más allá de los márgenes de lo establecido, y que supera las barreras de identidad, género, voluntad humana o convencionalismos que lo constriñen.

Lo radicalmente nuevo es la forma y compleja estructura que emplea Lorca para hacer esta reflexión sobre el amor, sobre la verdadera identidad y sobre el arte. Las fronteras entre ambos universos teatrales (teatro al aire libre versus teatro bajo tierra) no se mantienen nítidas en ningún momento de la pieza. La acción sólo ocurre en la mente del protagonista, el director de escena. Se utiliza una lógica poética, una estructura propia de los sueños, un ritmo cinematográfico, un tiempo que es el tiempo interior del director.

«La grandeza de Lorca no termina con el texto, sino que comienza en él, pues la potencia de las imágenes visuales es enorme. No pretendo añadir capas o interpretaciones al material, sino dejarlo desnudo y descubrir cómo puede esta poesía conectar con el público de hoy», asegura Rigola, que dirige a un numeroso reparto compuesto por Nao Albet, Jesús Barranco, David Boceta, Juan Codina, Laia Duran, Irene Escolar, María Herranz, Jaime Lorente, David Luque, Pau Roca, Pep Tosar, Jorge Varandela, Nacho Vera y Guillermo Weickert.

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