Se levanta el telón del Real y aparece ante nosotros un barco de 15 metros de alto zarandeado por una tormenta. La obertura compuesta por Wagner nos va introduciendo, a la manera de una banda sonora, en una película en la que no hay elección pequeña: 3.500 kilos de acero, 9 toneladas de arena, 61 ensayos, más de 70 técnicos por función, 83 artistas sobre el escenario, 80 músicos…

En 1839, huyendo de sus acreedores, Wagner se embarcó junto a su esposa Minna en una travesía entre Riga y Londres. Surcando el mar del Norte, entre amenazadoras tempestades, la mente del compositor alemán comenzó a dibujar navíos espectrales, rememorando la vieja leyenda marina del holandés errante, ese capitán fantasma condenado a vagar por los siete mares durante toda la eternidad hasta encontrar una mujer cuyo amor y fidelidad lo liberen de su maldición.

Wagner escribió la música y el libreto apoyándose en la reinterpretación de la leyenda marina que hizo Heinrich Heine. El resultado es una ópera que rescata algunos de los temas recurrentes del alemán (la lucha entre el mundo terrenal y el espiritual, la maldición de los dioses, la redención a través del amor puro…) y encadena sin fronteras definidas recitativos, arias, dúos y tríos.

Amor y muerte

Pero más allá de la épica partitura de Wagner, una de las claves que hacen de este montaje algo imperdible es la puesta en escena concebida por Àlex Ollé (de La Fura dels Baus) para la Ópera de Lyon (donde se estrenó el 11 de octubre de 2014). Apoyándose en proyecciones que trasladan al espectador a un océano tempestuoso y abre las mismísimas puertas de un más allá poblado de almas en pena, Ollé opta, además, por hacer una crítica al capitalismo más depredador trasladando la acción al Golfo de Bengala, donde el navío es arrastrado al terrible puerto de Chittagong, en Bangladés, un inmenso cementerio de barcos mercantes que son desguazados cada día por millares de personas que se exponen a sus residuos tóxicos.

La música de Wagner, que traspasa las partituras bajo la dirección de Pablo Heras-Casado (abordando su primer trabajo wagneriano) y la interpretación del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, se alía espectacularmente bien con el universo escénico de Ollé, alcanzando unas cotas de intensidad tan mayúsculas (el último grito desgarrado de Senta, sin duda el cénit de la ópera) que el espectador no puede más que ponerse en pie.

Poniendo voz y rostro a El Holandés errante se encuentran dos repartos de reconocidos intérpretes wagnerianos: los barítonos Evgeny Nikitin y Samuel Youn (el Holandés), los bajos Kwangchul Youn y Dimitry Ivashchenko (Daland), las sopranos Ingela Brimberg y Ricarda Merbeth (Senta), los tenores Nikolai Schukoff y Benjamin Bruns (Erik), las mezzosopranos Kai Rüütel y Pilar Vázquez (Mary) y los tenores Roger Padullés y, nuevamente, Bruns (el timonel de Daland).

Sólo 10 funciones para disfrutar en el Teatro Real de uno de los grandes, enormes espectáculos del año. Adéntrense, si se atreven, en este universo fantasmagóricamente fantástico para ser testigos del emocionante y oscuro destino de un alma en pena que busca desesperadamente el descanso de la finitud. Amor y muerte nunca hicieron una pareja tan espectacular.