«Existe esa cosa misteriosa que se cuela por azar y a la que yo llamo el encanto. Esa especie de aroma surge mucho tiempo después. Hay imágenes que envejecen bien y que envejecerán cada vez mejor. Esas son las buenas fotos», explicaba el francés. Doisneau vivió en uno de los periodos más fructíferos de la historia de la fotografía y formó parte de un selecto grupo de artistas que hoy se consideran los grandes mitos de la fotografía universal.

Con su estilo fresco, inmediato y reconocible, que tan magníficamente ha sobrevivido al paso de los años, Doisneau produjo alrededor de 450.000 negativos. Su modus operandi se basaba en encontrar el escenario perfecto y estar atento a todo lo que pasaba a su alrededor. Como explica su hija Annette Doisneau, comisaria de la exposición junto con su hermana Francine Deroudille, «mi padre era una persona muy paciente».

En situaciones cotidianas

Fiel exponente del realismo poético, orientó su trabajo a captar los gestos de personas normales en situaciones cotidianas. «Siempre avisaba a la gente cuando le iba a hacer una foto, a no ser que estuvieran muy lejos. Era muy amable y le encantaba hablar con todo el mundo, por eso no le gustaba hacer fotos en otros países», explica Annette. Pero no siempre había sido así. En sus comienzos «era muy cobarde. Hacía fotos de piedras, después empezó a fotografiar a niños. Nunca se verán fotos de adultos en su primera etapa».

Su estilo se vio marcado por su característica insumisión: rechazó las normas impuestas, nunca se doblegó a las modas y se desmarcó de todo cuanto le pareciera preestablecido. Su legado artístico es el resultado de esa sucesión de instantes de desobediencia. Caótico por naturaleza, Doisneau no seguía orden ni criterio alguno, «tenía unas ideas muy estrambóticas y era muy divertido», recuerda su hija.

Por eso en esta exposición «hemos desarrollado algunas de sus ideas tal y como él las hubiera pensado. Le gustaba jugar mucho con sus fotos y con los títulos de estas», asegura Annette Doisneau. Un buen ejemplo que aparece en la muestra es la fotografía titulada Anarquitectura, en la que «jugó con las palabras anarquía y arquitectura, para hacer una imagen inventada, un collage«. Resulta, por tanto, muy complicado clasificar y ordenar sus trabajos, ya que no tenía una intención artística preconcebida.

Esta exposición, organizada por la Fundación Canal y Atelier Robert Doisneau, ofrece la oportunidad única de aproximarse de una forma diferente a Robert Doisneau, ya que reúne tanto algunas de sus obras más representativas, como El Beso l’Hôtel de ville, como otras nunca vistas que descubren una faceta inesperada y desconocida hasta el momento del fotógrafo.

Pensada como un paseo nocturno por una transitada ciudad, la muestra va desvelando las historias que captó con su cámara a lo largo de 45 años, desde la década de los 20 hasta la de los 70. Su Rolleiflex preside el inicio del recorrido. Ésta es una de las tres que se conservan del autor, ya que «era tan generoso que regaló todas sus cámaras. En su taller sólo encontramos tres», recuerda Annette.

La belleza de lo cotidiano se divide en dos secciones. La primera, que tiene este mismo nombre, alberga 80 copias de época, algunas de sus obras más conocidas en blanco y negro, como Mademoiselle Anita o el retrato de Pablo Picasso, un autor al que le encantaba fotografiar. «Según mi padre, Picasso había sido uno de sus mejores modelos y por eso le dedicó toda una serie», afirma su hija. Entre la multitud de pequeñas historias reales del extrarradio gris de París hay imágenes de fábricas, niños solitarios, rebeldes o en la escuela, fotos de la guerra, romerías y hasta de artistas.

Pero también hay imágenes de danza, una de las pasiones de Doisneau. «Colgaba las fotos positivadas en el baño de casa. Mi hermana y yo nos bañábamos viendo las fotos de la Ópera de París. Nosotras creíamos que era algo normal bañarse así, pero nos dimos cuenta tarde de que no», rememora Annette. Cada imagen recuerda la realidad de una época que se pierde en su poética particular hasta llegar a un mundo totalmente imaginario.

Artificios a color

La exposición concluye con la serie a color Palm Springs (1960). El fotógrafo que captó el romántico París en blanco y negro transformó su mirada melancólica en una visión irónica y afilada. Esta producción fue olvidada y se ha recuperado para este montaje. Una vez finalizada la posguerra, Doisneau trabajó con la prensa estadounidense de forma habitual pero fue en 1960 cuando viajó por primera vez a Estados Unidos para realizar un reportaje solicitado por la revista Fortune. El tema era la construcción de campos de golf en Palm Springs, refugio de jubilados americanos adinerados en el desierto de Colorado.

Pero, más allá de los campos de golf, inmortalizó de forma divertida un planeta artificial, repintado de suaves colores, tonos pastel del desierto californiano que muchas veces ni parecían verdaderos. Doisneau muestra un fino sentido del humor enseñando al mundo aquel lugar artificial que «para él era como Marte. Decía que era surrealista estar allí. Había jubilados que habían ahorrado toda la vida para estar allí. Tenían dos piscinas (interior y exterior), pero tenían tanta artritis que no podían bañarse. Le escribía a mi madre y le decía que todo era de plástico, así que cuando volvió fuimos al aeropuerto a recibirlo con flores de plástico», explica divertida Annette Doisneau.

En la muestra también se exhiben varias hojas de contacto y collages, además de varias publicaciones originales donde se difundieron sus trabajos, como las revistas Fortune o Life.