La colección anfitriona, la de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, despliega entre sus paredes una historia muy larga, la suya propia; una suerte de autobiografía donde se subraya la pasión y el trabajo de tantos artistas que durante siglos aprendieron entre las paredes del caserón. Goya saluda al visitante desde el maravilloso pequeño autorretrato, mientras aprovecha la luz de la ventana para pintar. Y emociona pensar cómo las suyas, igual que tantas obras de tantos de los artistas representados, vinieron a la colección de la mano de los autores, incluso hasta el día de hoy.

Por su parte, la colección que llega de visita, la colección de Eduardo Costantini, delinea el trascurso con ese entusiasmo infinito que permite a las obras contar la Historia y las historias; entusiasmo renovado para el cual cada nueva pieza adquirida es el tesoro más valioso, pues a través de ella es preciso volver a narrar el relato completo, aprender de las resignificaciones de unas piezas que han estado allí desde muy pronto. Es la cualidad más sobresaliente de la colección, una de las más deslumbrantes para el arte de América Latina: la voluntad temprana y decisiva de su propietario por escoger piezas especiales y descubrirlas en su valor antes que el resto de las miradas.

Y, de pronto, las dos colecciones se encuentran en las salas de la Academia, entre las salas. Colecciones que rememoran el tiempo y los acontecimientos en el tiempo. Se encuentran en un espacio que parece haber propiciado esa coincidencia desde siempre, aún sin saberlo. Es casi una especie de urgencia de hallarse, de empezar el diálogo, de emprender la conversación lo antes posible: hablemos.

Y hablan, elocuentes. Se hablan, capaces de narrar todo lo que las une y las separa en un juego de coincidencias y deliciosos falsos espejos – “Suplemento: un espejo” como el que recuerda Sarduy en su libro clásico, Barroco, al referirse a la tautología en las Meninas–. Espejos que, como en las obras de los surrealistas, reflejan lo inesperado, los vericuetos del ojo; los asombros y el prodigio –un gabinete de las maravillas–. Hablemos.

Y se hablan entre amenas paradojas y malabarismos cruzados que de pronto desbordan las salas y llevan hasta lugares recónditos del caserón que esperaba impaciente la visita aunque, como ocurre con las pasiones más intensas, no lo sospechara siquiera. Las esperaba para que los “antiguos maestros” se encontraran con esos “nuevos antiguos maestros” que el cuadro de Diego Rivera, Baile en Tehuantepec –pintado en 1928– representa de un modo irrefutable.

'Baile de Tehuantepec'. Diego Rivera. 1928.

‘Baile de Tehuantepec’. Diego Rivera. 1928.

Allí, en la sala los barrocos, próximo a los tenebristas, cerca de los maravillosos cuadros de José de Ribera en la Academia, el colorido cuadro de gran tamaño habla del juego mismo de ese Barroco español que se engalana y se hace exceso al cruzar el Atlántico y acaba luego por rebosarse en los muralistas. El Baile en Tehuantepec es una de las últimas adquisiciones “históricas” de Costantini, quien lo compraba en mayo de 2016. Se había enamorado de él veinte años antes y había renunciado a la obra por el precioso Frida Kahlo que cuelga orgulloso en su colección –las dos piezas suponían un presupuesto excesivo para un coleccionista que entonces no sospechaba siquiera cómo las piezas constituirían un museo tan relevante como el MALBA–. El precio de la obra, expuesta en el MoMA en 1930, se había multiplicado más de cinco veces en dos décadas y por eso tal vez Costantini pensó aquel mayo que no había que perder una segunda oportunidad, la que el destino le brindaba para tenerla cerca, en casa.

Aunque no está solo este “nuevo antiguo maestro” en la visita de la colección a la Academia. En otra sala del museo, más cerca de los artistas del XIX y el XX, el maravilloso Xul Solar, inventor de lenguajes y modos de ver el mundo, propicia un breve paseo por una aún más breve si cabe pequeña historia del arte en la Argentina, que se propone aquí a partir de la colección Costantini. Desde tres pequeñas y primorosas acuarelas del “maestro” Xul Solar, hasta una preciosa pieza escultórica de Víctor Grippo –fluctuando entre la ironía y lo poético–, pasando por Concetto spaziale, de 1962, obra de Lucio Fontana, el inventor de la herida en el lienzo y autor de una propuesta teórica esencial como el Manifiesto Blanco de 1946 –“Color, sonido, movimiento”–, esta historia del arte en Argentina portátil trata de convocar a algunos de sus protagonistas.

Es el caso de Lidy Prati, una de las fundadoras de la Asociación Arte Concreto-Invención y próxima a la revista Arturo –artista, diseñadora, crítica de arte, amiga de Max Bill– que en este óleo delicadísimo de 1951 desvela muchas de las aspiraciones del grupo. Y es también el caso de otra artista argentina de origen judío, tal vez menos conocida, Yente, quien para muchos es la primera mujer en el país que empieza a trabajar con formas abstractas tan tempranamente como finales de la década de 1930. Un precioso León Ferrari de 1962 –trazo preciosista, escritura de verso–, completa el paseo en la compañía de dos fotógrafas excepcionales que realizaron su trabajo en el país durante los años 40 y 50 del XX: Annemarie Heinrich –retratista de las estrellas, rompedora, paisajista– y Grete Stern –Bauhaus y resistente, fotógrafa de realidades inesperadas–.

En esta breve historia portátil cada pieza propone un relato en el tiempo y el espacio y propicia a la vez un diálogo con otras piezas del museo, desbordando paredes y límites, invitando al espectador a buscar los ecos de Xul Solar en los equívocos de Arcimboldo; a la elegante escultura de Grippo en los talleres de vaciado; al autorretrato de Grete Stern en una plática sostenida con Goya mientras aprovecha la luz de la ventana para avanzar en su cuadro…

Conversación, pues, privilegiada de dos colecciones que se encuentran y se reconocen en cierta urgencia para hallarse y empezar un diálogo, tal vez porque los “antiguos” y los “nuevos maestros”, tan cerca –y de eso sabe mucho la colección en la Academia por su misma idiosincrasia–, hablan con frecuencia unos lenguajes que permiten al espectador formularse las viejas preguntas para obtener respuestas diferentes.

Exposición Arte latinoamericano. Una mirada a la colección Costantini.

Del 21 de febrero al 2 de abril de 2017.

Obras expuestas

  • Diego Rivera (1886-1957), Baile en Tehuantepec 1928. Óleo sobre tela
  • Alejandro Xul Solar (1887-1963), Mero, 1923. Acuarela en papel montado sobre cartón
  • Alejandro Xul Solar (1887-1963), Hipnotismo, 1923. Acuarela y grafito en papel montado sobre cartulina
  • Alejandro Xul Solar (1887-1963), Naná Watzin, 1923. Acuarela sobre papel
  • Lucio Fontana (1899-1968), Concetto Spaziale, 1962. Óleo sobre tela
  • Grete Stern (1904-1999), Sueño n. 7, Quién será?, 1949. Fotomontaje sobre papel
  • Grete Stern (1904-1999), Sueño n. 6, Sin título, 1948. Fotomontaje sobre papel
  • Yente, Eugenia Crenovich (1905-1990), Sin título, 1946. Técnica mixta sobre celotex
  • Annemarie Heinrich (1912-2005), La manzana de Eva, 1953. Gelatina de plata sobre papel
  • Annemarie Heinrich (1912-2005), Autorretrato con hijos, 1947. Gelatina de plata sobre papel
  • León Ferrari (1920-2013), Sin título, h. 1962. Tinta sobre papel
  • Lidy Prati (1921-2008), Estructura vibracional n. 3, 1951. Óleo sobre tela
  • Víctor Grippo (1936-2002), Anónimos (7 piezas), 1998-2001. Yeso patinado, madera, plomada, nivel y vidrio