La muestra, realizada en colaboración con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) y el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (MUNTREF) de Buenos Aires, reúne alrededor de cien obras, entre vídeos, fotografías, libros de artista, fotocollage y obras en tres dimensiones centradas en dos propuestas que han atravesado toda su carrera: la geografía física y la humana.

A través de estas dos líneas y sobre todo a través de los mapas, elemento protagonista de su obra, reflexiona sobre las políticas coloniales, los estereotipos culturales, las exclusiones, los discursos impuestos por la hegemonía y, especialmente, los modos de cuestionarlos desde unas obras que en su acabado resultan frágiles y delicadas, lo que convierte a sus objetos políticos en objetos poéticos.

En palabras de Estrella de Diego, “dibujar un mapa es trazar los esquemas del poder». Anna Bella Geiger dibuja mapas, territorio históricamente asignado a los hombres, en tanto concepción espacial para revisar el concepto político de dicho espacio. Con este planteamiento aspira a que las mujeres recuperen ese territorio que les ha sido negado y se pregunta cuántos mapas hay que subvertir para dar la vuelta a la narración y empezar a contar de nuevo.

Para la artista, “los mapas son la representación del mundo, con todas las implicaciones de control y dominio que el propio término representación conlleva”. El mapa se convierte, como en el caso del uruguayo Torres García, en un territorio de subversión.

Desde la abstracción

La trayectoria de Geiger es fructífera desde los orígenes, abandonando muy pronto sus comienzos abstractos de los años 50 para entrar de lleno, especialmente tras su viaje a Nueva York en la década de 1970, en el desarrollo de su etapa conceptual. Tras finalizar sus estudios de literatura inglesa en la Univesidad de Brasil, en 1956 se casa con el geógrafo Pedro Geiger.

Incluso aquellos años iniciales dedicados a la pintura abstracta, en los que ya participa en la Primera Exposición de Arte Abstracto de Petrópolis, estaba influenciada por la enseñanza de Fayga Ostrower, la maestra polaca de origen judío con quien Geiger aprendió el grabado. Esta técnica la llevó también a aprender la libertad de crear sin la presión de la obra única. El concepto mismo de la repetición y las series asociado al grabado constituyen, poco a poco, unas fascinantes estrategias contra el discurso de autoridad, a menudo camufladas, a las cuales acude Geiger con frecuencia.

Desde muy temprano empieza a trabajar con collages y dibujos, fotomontajes, vídeo, fotografías, libros de artista e instalaciones. En 1954 viaja a Nueva York, donde asiste a cursos y conoce a Henry Kahnweiler, famoso marchante de los artistas surrealistas, que se interesa por su trabajo y adquiere alguna de sus obras. Regresará en los años 70, momento en el cual entra en contacto con personalidades como Vito Acconci y Joseph Beuys.

La artista recurre a nuevas fórmulas narrativas, sobre todo aquellas que buscan revertir las maneras de contar el mundo desde una posición masculina. La década de los 70 representa el desarrollo básico de dos de sus grandes temas: la geografía física y la geografía humana pasan a ser las excusas para reflexionar sobre cuestiones relacionadas con las políticas coloniales, los estereotipos culturales, las exclusiones, los discursos impuestos por la hegemonía y, especialmente, los modos de cuestionarlos desde unas formas delicadas y poéticas.