La forma de evocar la naturaleza (exterior e interior) de Coquenão es a través de una pintura muy fluida y transparente que, como ocurre con la acuarela cuando humedece el papel, va generando formas más o menos precisas, más o menos imprecisas, mediante manchas, gestos apenas vislumbrados, espacios, luz. La pintura, así, actúa en favor de un movimiento de ida y vuelta. Construye imágenes que conectan con las asimiladas y reconocidas por el espectador, al tiempo que resalta las cualidades intrínsecas de la propia pintura.

El dropping que Coquenão emplea, que tanto incide en la tensión de la obra y en su desactivación representativa, se puede vincular a artistas como Manolo Millares o Gustavo Torner, especialmente sensibles tanto al arte asiático como a la escuela norteamericana.

En el catálogo que se ha editado con motivo de la exposición, David Barro, buen conocedor del panorama artístico portugués, comenta en su análisis sobre el artista y su obra que «Luís Coquenão entiende la pintura como un acto de tiempo, extremadamente débil. La imagen despliega su propio tiempo y para el espectador ninguna imagen es captada en la primera mirada. Juega sí con los márgenes de la visión y los fragmentos, con desórdenes, hasta llegar a un interesante estado de ‘suspensión’». “En cierto modo, los paisajes de Coquenão también se consumen, se erosionan hasta tornarse definitivos, precisamente cuando el vacío se torna un ente activo. Lo que se pinta, efectivamente, es la distancia, que se nos entrega como una visión movediza, que unas veces gotea y otras se escurre, pero que en todo caso siempre se abisma. De ahí lo acertado del título: paisajes de tinta».

La distancia de la que habla Barro nos recuerda las palabras de Adorno, autor de una imprescindible Teoría estética y gran valedor de la idea de «autonomía del arte». Para Adorno el arte demuestra ser tanto más social cuanto más se aleja de la sociedad. Y Coquenão parece alejarse en busca de otros territorios, menos evidentes, más casuales y azarosos, tratando, como decía Baudelaire, «de extraer lo eterno de lo transitorio».