La carrera de este fotógrafo ha estado marcada desde sus comienzos por su doble condición de fotógrafo y estudioso del medio. Asimiló influencias de autores de generaciones anteriores y de su propia investigación sobre técnicas y soluciones formales. Sus estudios sobre la historia del medio fotográfico, así como el conocimiento de lo que se estaba haciendo en otros lugares, sobre todo en Europa, jugaron también un importante papel en su forma de definirse y de entender la fotografía.

Sus fotografías son documentos poéticos construidos en momentos intermedios que preceden o rememoran grandes cambios sociales e industriales. Estos paisajes le sugieren múltiples lecturas en torno a los conceptos de espacio, distancia y tiempo, conceptos que utiliza igualmente para su particular y constante reflexión sobre la imagen fotográfica. Como él mismo afirma, “lo único que hace el fotógrafo es intentar que las cosas que recogen sus imágenes reflejen sus ideas previas y también, de manera tal vez menos deliberada aunque no menos importante, sus dudas”.

Naturaleza y hombre

Las imágenes de la muestra se agrupan en seis series sucesivas: Tapias (1980), Extramuros (1983-1990), Vallès Oriental (1990), Paisaje sin retorno (1993-1994), Paisaje anónimo (1992-2005) y Séptimo Cielo (2007-2017). En ellas, el protagonista principal es el paisaje urbano, del que a Cánovas le interesan sobre todo los espacios donde confluyen la naturaleza y la intervención del hombre, y que recoge en imágenes con una fuerte dimensión estética.

Su trabajo constituye una suerte de registro crítico sobre la transformación de lo urbano. A la vez, esta exposición pone de manifiesto la idea del autor sobre la propia fotografía, “una actividad permeable a la experiencia personal, en cada lugar y en cada momento, una experiencia que puede manifestarse en respuestas diferentes, pero que, desde su carga poética, gira intensamente en torno a las ideas de tiempo y distancia”.

Fotógrafo reflexivo

Tal y como señala el crítico de fotografía Alberto Martín, en la obra de Carlos Cánovas se percibe “una constante preocupación por cuestiones como la naturaleza del documento fotográfico, el proceso de elaboración formal de la imagen, la luz, o un asunto recurrente para él y que atraviesa su obra, como es la cuestión de la distancia con respecto a lo fotografiado, una distancia no solo física, sino especialmente emocional, y que de algún modo entronca también con el delicado y ambiguo asunto de la belleza, o si se prefiere de la poética, que no obstante, y no es una posición fácil ni frecuente en las últimas décadas, afronta con claridad y rotundidad”. Y concluye: “Se podría definir a Cánovas, en este sentido, como un fotógrafo eminentemente reflexivo”.