Este texto anónimo, basado en el Evangelio según San Mateo, es considerado como la primera obra teatral castellana. Su argumento cándido y de escaso desarrollo muestra una ingenuidad y una delicadeza extraordinarias. En esta pequeña obra de arte ya se plantean los temas del poder, y se entremezclan ciencia, magia y diversas interpretaciones que se dan a las anomalías de la naturaleza.

«Pero de este auto –explica Plaza– lo fundamental no es su argumento, ingenuo y previsible, sino el nacimiento de una nueva forma de literatura dramática. El placer que proporciona ir descubriendo cómo un lenguaje va desarrollándose ya es de por sí una razón inapelable. El auto representa además la ilusión. Mantiene que sea cual sea la circunstancia existe la esperanza de alcanzar algo de respeto, de aliento o al menos de calor humano. Esperanza que es siempre necesaria, pero en determinadas circunstancias es un imprescindible bálsamo para el dolor: poder creer en un futuro mejor».

De ese convencimiento del director ha nacido la necesidad de colocar el auto en el peor de los ambientes posibles que, vergonzosamente, aún existe en pleno siglo XXI: un campo de refugiados: «Campo hipotético pero profundamente real donde la desesperanza y la injusticia destrozan la inocencia de unos seres que desde un pasado desolador viven un presente mísero esperando un futuro oscuro y desconocido. Estar con ellos y darles un mínimo de amor para tratar al menos de despertar un atisbo de ilusión es la raíz de El auto de los inocentes, en el que el de los Reyes Magos tiene lugar».