«La exposición reúne 150 obras clásicas y arqueológicas relacionadas con obras contemporáneas con el fin de reflexionar sobre las ciudades y los modos de vida en los países ribereños», destaca José Miguel G. Cortés, director del IVAM. Proceden de museos como el Louvre o Pompidou, la Fundación Le Corbusier, el Museo Arqueológico Nacional o el Museo Egipcio de Turín, junto a colecciones particulares y obras del propio IVAM. «Ese diálogo entre espacios, culturas y tiempos muestra que lo contemporáneo se nutre de lo clásico y lo clásico se alimenta de lo contemporáneo», resume Cortés.

La muestra, concebida como un recorrido por una ciudad con sus calles y plazas, comienza con un mosaico romano del siglo III d C encontrado en una villa de Toledo que representa todo el Mediterráneo. «La ciudad mediterránea está ligada al pasado», argumenta su comisario, Pedro Azara, quien hace hincapié en que las obras seleccionadas «ofrecen una interpretación no sólo sobre urbanismo o arquitectura sino también sobre los modos de vida acogidos o rechazados por la propia ciudad». Esa mirada se materializa a través de dibujos, pinturas, fotografías, esculturas, películas e instalaciones que muestran «las luces y las sombras de la vida en estos países».

A lo largo de la exposición conviven maquetas de casas egipcias con sus terrazas y patios, unas características rejas romanas o terracotas helenísticas procedentes del Louvre, con fotografías de asentamientos judíos en Palestina, imágenes de las plazas en Alepo donde se celebraban ejecuciones públicas o una película sobre la primera pirámide del Egipto pasto de los perros abandonados, los turistas y la basura.

Son imágenes contradictorias que muestran un entorno a veces amable, otras veces temido e inestable. Esa inestabilidad queda reflejada en la gran instalación del artista libanés Rayyane Tabet, que preside una de las salas. «Ha reproducido en hormigón con 34.000 piezas de un clásico juego de construcción infantil la ciudad de Bagdad»,  explica Azara.

La instalación de la artista Anila Rubiku, que representa los búnkeres que mandó construir el dictador de Albania, Enver Halil Hoxha, conduce hacia la última parte de la exposición con una gran piscina de alfileres de la española Anna Marín, «una metáfora del Mediterráneo», según el comisario, cuya historia está marcada por la guerra y la muerte, la cultura y la vida, la exclusión y la reconciliación.

Pese a todo, hay esperanza. La muestra concluye con una fotografía del artista Khaled Jarrar que muestra el muro que separa Israel de Palestina. A través de una grieta surge una rama nevada que apunta hacia lo alto, abriéndose paso.

Artistas

Herbert List, Anna Marín, Camille Henrot, Ali Cherri, Ursula Schulz-Dornburg, Marwan Rechmaoui, Rayyane Tabet, Susan Hefuna, Zarina Hashmi, Dora García, Le Corbusier, Ismaïl Bahri, Joan Hernández Pijuan, Juan Muñoz, Hrair Sarkissian, Sergi Aguilar, Gabriele Basilico, Abbas Kiarostami, Taysir Batniji, Jordi Colomer, José Manuel Ballester, Juan Uslé, Marie Menken, Maria Lai, Tonino Casula, Albert García-Alzórriz, Dieter Roth y Richard Hamilton, Till Roeskens, Massinissa Selmani, Anne-Marie Filaire, Mohammed Al-Hawajri, Majd Abdel Hamid, Khaled Jarrar, Rami Farah, Randa Mirza, Anila Rubiku, Kader Attia, Martin Parr, Vasantha Yogananthan, Julia Schulz-Dornburg, Carlos Spottorno, Corinne Silva, Yazan Khalili, Efrat Shvily.