Esta muestra conmemora el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales con la única pintura de historia encargada por el Estado con destino al Prado, Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga (1888), de Antonio Gisbert (1834-1901), que se exhibe, con la colaboración de Ramón y Cajal Abogados, junto a su boceto preparatorio recién restaurado, óleos, estampas y documentos relacionados con la pintura.

Precisamente en 1868 su autor había sido nombrado director del Museo y durante su mandato tuvo lugar la nacionalización de las colecciones, antes de propiedad real, y la incorporación de los fondos del Museo de la Trinidad, tanto de las obras procedentes de la Desamortización como de las pinturas contemporáneas adquiridas por el Estado en las Exposiciones Nacionales, lo que daba un protagonismo nuevo a la pintura española en el Prado.

En 1886 el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta encargó la obra en torno a la que se articula la muestra, que se convirtió en un elemento simbólico de la construcción de la nación desde la perspectiva de la defensa de la libertad.

Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo Antonio Gisbert 1860 Madrid, Archivo del Congreso de los Diputados.

Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo. Antonio Gisbert. 1860. Madrid, Archivo del Congreso de los Diputados.

La primera obra importante de Gisbert había sido Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, de 1860, también en la exposición, muy celebrada por los liberales y que le valió una primera medalla. El tema anticipaba, un cuarto de siglo antes, el del Fusilamiento, pues aquellos caudillos también habían sacrificado su vida en la defensa de las libertades.

El general José María Torrijos (1791-1831) era un militar de prestigio internacional, amigo del marqués de La Fayette, héroe de la independencia de EE.UU., de los poetas Tennyson, Espronceda, que cantó su muerte en un célebre soneto, y del duque de Rivas, que le retrató en el exilio. La última carta a su esposa, adquirida por el Congreso poco antes del encargo del cuadro, es testimonio elocuente de su humanidad valiente y generosa.

En 1831, él y sus compañeros, entre ellos un antiguo presidente de las Cortes, Manuel Flores Calderón; un ex ministro de Guerra, Francisco Fernández Golfín, situados a su lado, y el teniente británico Robert Boyd, que había combatido, como Lord Byron, por la libertad de Grecia, fueron fusilados sin juicio previo por orden de Fernando VII.

Muchos de los ejecutados habían luchado heroicamente en la guerra de la Independencia contra los franceses, de modo que unían en su mérito la defensa de la integridad de la nación y la de las libertades que debían fundar la legitimidad del gobierno fernandino.

Simbolismo

En 1886, el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta encargó el cuadro. Su adquisición se hizo por Real orden de 28 de julio de 1888 con destino al entonces llamado Museo Nacional de Pintura y Escultura.

El lienzo se convirtió en un elemento simbólico del proceso de la construcción de la nación moderna, de un modo independiente y opuesto a la vertiente más conservadora, abordada por la derecha a través de sus ideólogos, el más destacado de los cuales fue Marcelino Menéndez Pelayo.

Dentro de una orientación liberal se reivindicaba la identidad revolucionaria y de combate frente a los excesos de poder del pasado y se establecía una línea histórica de exaltación de figuras heroicas y mártires de la libertad que partía de las Comunidades de Castilla hasta llegar a las víctimas de la represión absolutista.

Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga. Antonio Gisbert. Óleo sobre lienzo, 390 x 601 cm. 1888. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga. Antonio Gisbert. Óleo sobre lienzo, 390 x 601 cm. 1888. Madrid, Museo Nacional del Prado.

En el fusilamiento se producía la unión del pueblo con la burguesía revolucionaria, que había sido la base del triunfo del Sexenio. El gobierno de Sagasta recordaba con esta obra los valores que habían hecho posible la derrota final del absolutismo y la construcción de una nación regida por la voluntad popular a través de las Cortes.

La implantación, con la Constitución de 1869, de la soberanía nacional, del sufragio universal masculino y de las libertades individuales, incluida la religiosa, supuso un primer impulso progresista que pudo después recuperarse durante el mandato liberal. La serena contundencia con la que Gisbert mostró la defensa de la libertad contra el abuso del poder evidencia su completa convicción acerca de la consolidación del triunfo de aquellos principios.

Veracidad

En la composición, el artista relegó con acierto al pelotón de fusilamiento al último término, tras la larga fila de los condenados y los cadáveres del primer término, tendidos sobre la arena. Guiado por su deseo de veracidad, Gisbert viajó a Málaga para ver el lugar de la ejecución, se entrevistó con algunos testigos aún vivos, recabó imágenes de los fallecidos y, cuando no las había, fotografías de sus hijos, y compuso un convincente friso de noble enfrentamiento a la muerte.

El artista planteó la pintura con grandes dimensiones e imponentes figuras, de tamaño superior al natural, que estudió en un dibujo. Éste, de dimensiones también extraordinarias para lo que era habitual en un boceto, también se expone. En las modificaciones que hizo se advierte la voluntad de severa depuración que guio al artista. Este quiso mostrar una visión objetiva, próxima al naturalismo, estilo entonces triunfante en Francia, que se avenía con sus propósitos de veracidad.

Esa objetividad, unida a una emoción muy contenida, ha sido el fundamento de la fortuna del cuadro, celebrado entonces por los críticos más destacados, como Francisco Alcántara y Jacinto Octavio Picón o, después, por escritores como Manuel Bartolomé Cossío, Ramón Gómez de la Serna o Antonio Machado.

La última carta de un patriota

Última carta de Torrijos a su esposa, Luisa Sáenz de Viniegra, 11 de diciembre de 1831 Madrid, Archivo del Congreso de los Diputados.

Última carta de Torrijos a su esposa, Luisa Sáenz de Viniegra, 11 de diciembre de 1831. Madrid, Archivo del Congreso de los Diputados.

La última carta de Torrijos a su esposa denota la firmeza de sus convicciones y su talante de generosa humanidad. Fue adquirida por el Congreso en 1881. Reza así:

«Málaga, convento de Ntra. Sra. del Carmen, el día 11 de diciembre de 1831 y último de mi existencia.

Amadísima Luisa mía: voy a morir, pero voy a morir como mueren los valientes. Sabes mis principios, conoces cuán firme he sido en ellos y al ir a perecer pongo mi suerte en la misericordia de Dios, y estimo en poco los juicios que hagan las gentes. Sin embargo, con esta carta recibirás los papeles que mediaron para nuestra entrega, para que veas cuán fiel he sido en la carrera que las circunstancias me trazaron y que quise ser víctima por salvar a los demás. Temo no haberlo alcanzado, pero no por eso me arrepiento. De la vida a la muerte hay un solo paso y ese voy a darlo sereno en el cuerpo y el espíritu. He pedido mandar yo mismo el fuego a la escolta: si lo consigo tendré un placer, y si no me lo conceden me someto a todo, y hágase la voluntad de Dios. Ten la satisfacción de que hasta mi último aliento te he amado con todo mi corazón. Considera que esta vida es mísera y pasajera y, que por mucho que me sobrevivas, nos volveremos a juntar en la mansión de los justos, a donde pronto espera ir, y donde sin duda te volverá a ver, tu siempre hasta la muerte.

José María de Torrijos.

P. D. Recomiendo a sir Thomas [Dyer Baronet], a mi Abuelo [el general Lafayette] y al Griego [el general Fabvier] y a todos, todos mis amigos, que te atiendan, te consuelen y protejan considerando que lo [que] hagan por ti lo hacen por mí. Te remito por Carmen [su hermana] el reloj con tu cinta de pelo, única prenda que tengo que poderte mandar. También te enviará Carmen lo que le haya sobrado de 15 onzas que tenía conmigo. Carmen se ha portado perfectamente. Adiós, que no hay tiempo. Él te dé su gracia, y te dé fortaleza para sufrir resignada este golpe. Por mí no temas. Dios es más misericordioso que yo pecador, y tengo toda la resignación y toda la fuerza que da la gracia.»

Nada más conocer su muerte, el poeta liberal José de Espronceda escribió este soneto en honor a Torrijos:

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

Y los viles tiranos, con espanto,
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.