El director musical Asher Fisch, experto en Strauss, está al frente de un reparto que cuenta en los papeles principales con las voces de la soprano Malin Byström (Condesa Madeleine), el barítono Josef Wagner (Conde), el tenor Norman Reinhardt (Flamand), el barítono André Schuen (Olivier) y el bajo Christof Fischesser (La Roche), entre otros, junto a la Orquesta Titular del Teatro Real.

Con este estreno, el Real prosigue con su proyecto de ampliación de repertorio y ofrece una obra cuya composición y contenido argumental trascienden el valor artístico para invitar al eterno debate en torno a la ópera: ¿qué es más importante, la palabra o la música?

Capriccio, que fue estrenada en 1942 en Múnich, surge de una idea original del escritor Stefan Zweig, quien descubrió una ópera breve de Antonio Salieri y Battista Casti, Prima la musica e poi le parole, en torno a este tema, y sugiere al compositor la creación de una nueva obra inspirada en él. Strauss, en colaboración con Clemens Krauss, se adentra en esta aventura y elabora un libreto cargado de ironía, ingenio e inteligencia en el que en clave de comedia propone una reflexión sobre la importancia que debe tener en la ópera la palabra en relación con la música.

Así, mientras el mundo occidental se sumergía en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la Alemania nazi, Richard Strauss se aleja de la realidad –no en vano, la ópera está ambientada en un castillo en París en 1775 para contarnos la historia de la Condesa Madeleine, una culta y refinada aristócrata, incapaz de decidirse ante el amor de sus dos pretendientes, un poeta y un compositor. La celebración de su cumpleaños origina la creación de una pequeña obra de teatro en la que participan ambos artistas y que dará origen a un debate intelectual y filosófico, no exento de humor, alrededor de la cuestión fundamental de la predominancia de la música sobre la palabra en el teatro musical.

Christof Loy, gran conocedor de la obra de Strauss, se lanza por primera vez a la interpretación de esta compleja obra en la que, sin restar protagonismo al tema central, descubre múltiples capas que perfilan los secretos que se esconden en el alma de cada protagonista, las inquietudes y motivaciones del ser humano derivadas de sus emociones ante la percepción de la belleza.

El personaje central de Capriccio es la condesa, una mujer de enorme sensibilidad que refleja en esa indecisión ante la elección de uno de sus dos pretendientes la necesidad de definir los valores y los afectos que determinarán el resto de su vida. En ese momento trascendental en el que transcurre la acción, su cumpleaños, Madeleine, ante el omnipresente espejo que preside su salón, mira el presente con la consciencia de que pronto será pasado, como la niña que fue, y que se encuentra en un tránsito hacia el futuro.

Fechas. 4, 6, 9, 11, 14 de junio. 20.00 h; domingos: 18.00 h.

¿Reproche?

«Se le ha reprochado al Richard Strauss de Capriccio su decisión de aislarse en una exquisita torre de marfil en plena debacle de la civilización en una Alemania gobernada por criminales, que había iniciado una guerra y estaba siendo bombardeada a diario», afirma Joan Matabosch, director Artístico del Teatro Real. «¿Tiene el más mínimo sentido escribir algo así durante una guerra?”, le preguntaba Strauss a Zweig. Pero Capriccio fue también, tras años de esquivar un enfrentamiento con el régimen, el particular acto de resistencia del anciano compositor. Goebbels, ministro nazi de la propaganda, acababa de lanzar un llamamiento a los artistas para que también ellos fueran combatientes. El Führer, decía, quería un arte marcial, viril, grandioso, solemne, que levantara al pueblo. La respuesta de Richard Strauss iba a ser una auténtica insolencia: una refinada controversia intelectual sobre la ópera que, encima, es un homenaje a la Francia que acababa de ser ocupada».