Comisariada por Francisco Javier Pérez Rojas, la muestra propone un recorrido cronológico y conceptual por la trayectoria del artista con obras datadas entre 1895 y 1929, un año antes de su muerte.

Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874-1930) fue un gran retratista y, aunque su pintura fue durante un tiempo vista como una expresión del tópico andaluz, fue ante todo un artista de una enorme sensibilidad que supo expresar las tensiones psicológicas del ser humano y la cuestión social. De hecho, sus retratos y escenas costumbristas de la Andalucía de la época constituyen un valioso testimonio gráfico de la sociedad del periodo de entresiglos.

La propuesta valenciana reúne 55 obras de gran formato que proceden de más de una veintena de colecciones públicas y privadas como, entre otras, el Congreso de los Diputados, la Junta de Andalucía, el Museo de Bellas Artes de Castellón, el Museo de Bellas Artes de Asturias. Colección Pedro Masaveu, la Fundación Santander, el Museo de Bellas Artes de Córdoba, el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba, el Museo Reina Sofía o el Museo Carmen Thyssen, a las que se suman préstamos de otras colecciones privadas.

Evolución

La exposición revisa su evolución desde sus obras de juventud hasta la consolidación de su estilo con un recorrido por su producción creativa, marcada por diferentes etapas diferenciadas: desde 1885 –con su matriculación en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba con tan solo 10 años– hasta 1897, etapa en la que se le considera un pintor del postromanticismo; el periodo desde 1900 a 1906, marcado por el estilo modernista; y, por último, su etapa más conocida, que alcanza desde 1907 hasta su muerte en 1930 y en la que su arte desemboca en un estilo personal e inconfundible en el que va más allá del regionalismo en boga.

Las primeras etapas de pintura social que deriva hacia el modernismo son las menos abordadas en las muestras dedicadas a Romero de Torres. Cuadros como Mal de amores, A la amiga o Vividoras del amor son obras maestras de la pintura de su tiempo. El modernismo Art Nouveau se manifiesta en su obra gráfica. Romero de Torres fue un magnífico pintor e ilustrador gráfico, un artista inquieto al corriente de lo que sucedía fuera de España, y los diferentes viajes que realiza a Francia, Bélgica e Italia le abren nuevas perspectivas sin renunciar a sus raíces.

El escándalo y la provocación le acompañaron en más de una ocasión, como la polémica suscitada con su cuadro Vividoras del amor, que junto con la obra El sátiro, del valenciano Antonio Fillol; Esperando, de Hidalgo; y Nana, de José Bermejo, fueron retirados de la Exposición Nacional de 1906 por inmorales. En la presente exposición se muestran de nuevo enfrentadas por primera vez desde 1906 la pintura de Romero de Torres y la de Fillol, dos piezas de la vanguardia del momento que denotan esa fuerza de lo social.

El peso de la copla

La obra de las dos últimas décadas de su producción artística se ha definido como regionalista, aunque llena de sofisticaciones del Art Déco. El arte de Romero de Torres no se entiende sin tener en cuenta el peso de la copla como una expresión en la que sigue teniendo cabida su preocupación por la cuestión social y la violencia de género.

El montaje expositivo se completa con una selección de fotografías que profundizan en su faceta más personal, mostrando detalles de su círculo familiar –su padre y hermanos también eran pintores–, su estudio, y de su ciudad, así como de su círculo social, pues se relacionaba tanto con la alta burguesía e intelectualidad del momento como con otras esferas de su entorno social.

Además se incluye la proyección de la película Julio Romero de Torres, dirigida por Julián Torremocha, que incluye las únicas imágenes en movimiento que se conservan del pintor. Un documento esencial para conocer su vida, con escenas grabadas en la casa museo monográfica del artista.

Retratista

Romero de Torres fue uno de los grandes retratistas de su tiempo. Apreciado y valorado, su galería de retratos es extensa y plural, desde los de sus amigas y amigos copleras y toreros a escritores, políticos y mujeres de la alta sociedad, además de estar considerado un gran retratista de los tipos femeninos populares.

Hasta entrados los años veinte era un artista especialmente buscado para plasmar en el lienzo la imagen de diferentes personajes a los que impregnaba su peculiar estilo. La elegancia, la pose y el artificio caracterizan estas imágenes en las que los personajes son reposados y, frecuentemente, van acompañados del elemento del paisaje, donde en ocasiones incluye elementos arquitectónicos y pequeñas figuras y que, a su vez, esconde escenas y claves para interpretar su obra.

Sus retratos, que aumentan de manera considerable tras su traslado a Madrid en 1916, muestran la preferencia del artista por vestimentas oscuras, con brocados, encajes y talle alto, que dotaban a los personajes de un porte clásico y cierta solemnidad. Además, en todos ellos se mantiene un esquema tipo en la postura y la disposición de las manos.

Cantaoras

Los retratos de cantaoras son también una serie clave de su producción. Las principales cantaoras y bailaoras (Pastora Imperio, La Argentina, Adela Carboné, La Niña de los Peines, etc.) fueron modelo de sus pinceles y sus retratos muestran el gusto de Romero de Torres por la tradición y, especialmente, por la copla.

Este estilo musical pone el foco en la mujer caída y víctima, a la que con sentimiento y acordes convierte en un ser venerado. Un proceso de “desacralización de lo sagrado” y “sacralización de lo laico”, o en su caso concreto, “sacralización de la copla”, sin el que no se comprende la pintura de Romero de Torres y que se aprecia claramente en obras como La consagración de la copla.

Pero Romero de Torres crece en un ambiente culto, en constante contacto con el arte, y desde su infancia está vinulado a los núcleos culturales y sociales de Córdoba. Sus primeras obras son paisajes y escenas costumbristas que madura hasta encontrar un estilo propio. Su producción se sitúa entre el fin de siglo y los años treinta, aunque su momento más brillante y creativo se concentra entre 1900 y 1920. Su obra se genera en un momento de ocaso de la estética de raíces del siglo XIX y el brote de nuevos planteamientos artísticos.

Tradicional y rupturista

La pintura regionalista comienza su despliegue a partir de 1910, inaugurando un nuevo ciclo artístico de gran proyección nacional e internacional que afecta a todos los ámbitos de la creación, desde la pintura a la música o la arquitectura. Fue la generación de artistas nacidos en torno a 1870, la siguiente a Sorolla, la que visualiza una nueva imagen de España repleta de connotaciones cultas en clave simbolista, que se sitúa en un momento de encrucijada de la evolución del arte español.

El arte de esta nueva generación se caracteriza por una voluntad de estilo que les lleva a desarrollar un estilo personal inconfundible. Zuloaga, Anglada Camarasa y Romero de Torres fueron algunos de los protagonistas más destacados de este elenco de artistas. El pintor cordobés fue una de las figuras míticas del fin de siglo, un artista complejo, tradicional y rupturista a un tiempo, que supo reinterpretar en clave simbolista el arte de una serie de maestros del pasado que admiraba profundamente, como Leonardo o Rafael.

Romero desarrolla un arte lleno de poesía y misterio, trágico y sensual a un tiempo. A la luz de Sorolla, él opone una visión tenebrista que despierta la admiración de una selecta intelectualidad de su tiempo, a la vez que es una de los pocos artistas que se convierte en un mito popular. Su vínculo con los diferentes estratos sociales, su visión tradicional pero a la vez vanguardista de la pintura, y su estilo refinado y elegante le convierten en ese artista social, modernista y sofisticado que se puede ver en esta exposición.

Julio Romero de Torres. Social, modernista y sofisticado