William Klein (Nueva York, 1928) revolucionó la historia de la fotografía, estableciendo las bases de una estética moderna que todavía pervive: una estética en contacto directo con una sociedad de posguerra aun por reconstruir, imaginar, soñar. Hasta el 22 de septiembre, el Espacio Fundación Telefónica presenta Manifiesto, su primera gran retrospectiva en nuestro país, que propone unir todos los segmentos de su obra pictórica, fotográfica, gráfica y cinematográfica para conocer todas sus “vidas creativas”. Y (re)descubrir a su paso las siluetas del boxeador Mohammed Ali bailando en el cuadrilátero o del judoca Shinohara luchando a puñetazos: todas las figuras de la libertad atravesando un siglo cacofónico y apasionante.

La muestra recorre a través de 245 obras y documentos desde las primeras pinturas como alumno de Fernand Léger a sus experimentos abstractos de la década de 1950, pasando por las series de fotografías de Nueva York y otras grandes capitales, los libros, el cine –con un enfoque sobre su película ¿Quién eres tú, Polly Maggoo?– y la fotografía de moda.

Klein inicia sus exploraciones fotográficas a principios de los 50, centrándose en la sombra y la luz, fundamentos de la fotografía. A los 20 años se traslada a París, donde centrará sus esfuerzos en construir su propia colección de pinturas abstractas. Este Klein pintor hace suyo el medio fotográfico, utilizándolo para extender el alcance de sus abstractos. Pero, pronto, su mirada se volverá hacia la multitud: hombres, mujeres, adolescentes, ancianos, niños, trabajadores, aristócratas… En otras palabras, el ser humano.

Comisariada por Raphaëlle Stopin, la exposición despliega todas las vidas creativas de Klein: sus muy tempranas –y muy poco vistas– pinturas, sus experimentos fotográficos abstractos, sus series de grandes ciudades, sus contactos pintados, su trabajo para revistas de moda, sus películas y proyecciones…

Visión clara y feroz

Manifiesto reafirma así la obra visionaria de Klein como una de las más destacadas del siglo XX y, sobre todo, pone de relieve una visión clara y feroz del núcleo de la sociedad moderna. Los múltiples rostros reflejados en las obras narran la historia de una humanidad cosmopolita, ruidosa, alegre, vivida y observada por un hombre que se regocija sin descanso en su embriagador movimiento.

Hay algo que recorre la obra de William Klein: la línea, que conecta y estructura, que brota y corre. Geometría urbana y geometría humana. Su estética habla de un siglo en movimiento, de cambios, creaciones y revoluciones. Siempre ubicado en el centro, cerca del foco para captar mejor las líneas de tensión, construyó durante una década (la de 1950) estos grandes conjuntos en el corazón de Nueva York, luego en Roma, Moscú y Tokio, que hoy son monumentos de la historia de la fotografía.

Siempre en movimiento, la fotografía acompaña a la multitud y se mezcla con ella. Aquí invita al juego a un niño y allí interpela a una pareja en moto. Vespas circulando por el macadán, luces de neón que se extienden en la noche de Broadway: la era contemporánea está en marcha. Con él pronto se descubre la sociedad del espectáculo. Klein también estará allí, trabajando para la televisión y fotografiando para la prensa de moda hasta que el cine venga a llenar el deseo de movimiento del fotógrafo.