De Zuviría rescata cosas que se están yendo, «de ahí la nostalgia, el presente que ya se escribe en un tiempo pasado, la melancolía de un anacronismo que se perciben en su obra», tal y como señala Alexis Fabry, comisario de una muestra que recorre  cuarenta años de trayectoria, de 1982 a 2022, a través de 195 fotografías en blanco y negro y en color. Un itinerario lineal, un todo continuo por su obra sólo interrumpido por las series Siesta argentina, la más conocida y política, y Frontalismo, gran ejemplo de su inclinación por la composición y la simetría.

Como explica el propio artista, sus modos de trabajar son dos: por un lado, la realización de proyectos de forma prolongada a lo largo del tiempo, que surgen de una idea previa y en los que cada imagen se subordina a dicho concepto, tal y como ocurre en Frontalismo. Esta serie, iniciada en 2010, era en un principio una serie con un fin, sin embargo, aún hoy en día continúa en proceso. Lo mismo ocurre con Estampas porteñas, que el artista considera su trabajo más personal, pues se nutre de motivos a los que vuelve una y otra vez en sus paseos habituales por Buenos Aires.

La mirada del autor se nutre del arte pop estadounidense, de las pinturas de Edward Hopper o del argentino Rómulo Macció. También se alimenta de la literatura, sobre todo de Jorge Luis Borges, su escritor preferido. De él emula su deambular como peatón, su «apropiación» de la ciudad, de los barrios, vidrieras, arquitecturas y, en palabras de Borges, otras modestas diferencias de Buenos Aires.

Por otro lado, Zuviría aborda series de carácter autónomo y acotado, como en el caso de los Fotogramas (1981 – 1983), las Secuencias (2000 – 2004), la citada Siesta argentina (2001 – 2003) o los Cianotipos de libros que elaboró durante la pandemia (2020 – 2021).

El propio fotógrafo se refiere a tres de las claves que gravitan sobre su producción:

Pop vernáculo. Uno de los aspectos más importantes en su obra es la influencia del arte pop, incluso cuando él mismo no es consciente de ello. Su capacidad para capturar lo vernáculo a lo largo de su serie Estampas porteñas, por citar su trabajo más longevo, es una de sus características más relevantes. El artista ennoblece los elementos de la sociedad de consumo, como los carteles, las vallas publicitarias o los rótulos de los bares y restaurantes, que hacen que su obra huela a Buenos Aires.

Los barrios. Para el artista la esencia de Buenos Aires no reside en el centro, sino en los barrios que, a inicios de la década de 1980, todavía periféricos, le resultan menos impersonales. Como él mismo declaró en una entrevista publicada en Clarín en 2015, dos cosas le llaman la atención en los barrios de la ciudad: «Las casas bajas, esa cosa de pampa edificada que tiene Buenos Aires, que es llanura con mucho cielo. Las fachadas de los negocios de 8,66 metros, dos ventanas laterales y una puerta central que forman un tríptico, y dentro de esa estructura, todas las variedades posibles».

El corralito. El 3 de diciembre de 2001 se decretó en Argentina el corralito, una medida gubernamental que, entre otras cosas, prohibía al ciudadano extraer dinero de las cuentas corrientes, libretas de ahorro e inversiones financieras. Este suceso causó una profunda crisis social. La restricción de liquidez tuvo como colofón la asfixia de la economía y la parálisis del comercio y el crédito. Esta serie, que el autor produce entre 2001 y 2003, es un testimonio elocuente de los efectos de aquella crisis que afectó a toda la sociedad argentina y que provocó que la mayoría de los negocios tuvieran que cerrar y los habitantes perdieran gran parte de su poder adquisitivo. Considerado su trabajo más político, el artista fotografió en blanco y negro locales vacíos, tiendas cerradas, escaparates o rejas de negocios siempre frontalmente y sin presencia humana, lo que refuerza la sensación de estar capturando una ciudad que se desvanece.


– Fundación MAPFRE ha ampliado el horario de su sala de exposiciones los días 30 de abril, 1, 2 de mayo, y el fin de semana de clausura de las muestras (5, 6 y 7 de mayo), hasta las 22.00 h. ¿Quiere sacar sus entradas?

– ¿Quiere descargar el folleto de la exposición?

Desde los seis años

Facundo de Zuviría en Fundación MAPFRE. Foto: © Luis Domingo.

Facundo de Zuviría en Fundación MAPFRE. Foto: © Luis Domingo.

Cuando solo tenía seis años, Facundo de Zuviría recibió como regalo de cumpleaños una cámara fotográfica rudimentaria de la marca Eho, una simple caja negra con un minúsculo objetivo de 1 × 1,5 cm a través del cual comenzó a «mirar el mundo y hacerlo caber en un rectángulo». Fue su primer contacto con la fotografía.

Tras terminar los estudios de Derecho en 1980 decidió dedicarse exclusivamente a la fotografía. Trabajó en el diario La Nación (1977 – 1979) y colaboró en el suplemento del diario La Prensa (1980 – 1982), así como con medios de otros países. Entre 1983 y 1989 trabajó en el Programa Cultural en Barrios de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, fotografiando la ciudad y organizando talleres de fotografía. En 1988 organizó las Jornadas de Fotografía Buenos Aires-La Plata, primer festival fotográfico celebrado en su país. Ese año comisarió conjuntamente con Eduardo Grossman la muestra antológica Maestros de la fotografía argentina 1860 – 1960.

En sus comienzos se siente entusiasmado por el artista ruso Alexander Rodchenko, especialmente por su faceta como fotógrafo, y admira su complejidad a nivel formal: las sombras, los contrapicados, los reflejos o los planos superpuestos, que inspiran, entre otras, su obra El ciudadano, Alem y Viamonte, Buenos Aires, 1988. Pero si hay alguien que influye en él es Walker Evans. La obra del fotógrafo entró en su vida cuando ya había comenzado sus series porteñas, pero Evans fomentó su coleccionismo frenético y su interés por lo vernáculo, asimismo le presentó la oportunidad de dejar que las imágenes hablaran por sí solas.

Discípulo de Horacio Coppola, Facundo de Zuviría ha representado a Argentina en distintas bienales internacionales y ha participado en la de Buenos Aires en 2000 y 2002. Ha sido galardonado con distintos premios, entre los que destacan el Konex, que ha recibido en dos ocasiones, en 1992 y 2012, y el Premio Leonardo a la Trayectoria del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires en 1996.