A través de medio centenar de piezas, entre ellas sus conocidas Lurrak –esculturas de tierra chamota–, escultura monumental y de pequeño formato en diversos soportes como el cemento o el mármol, la muestra manifiesta el carácter esencial de estos materiales en su evolución artística y su capacidad para generar espacios trascendentales.
El título de la exposición procede de la forma en que el propio Chillida nombraba sus esculturas, un juego de palabras vibrantes, sonoras, que también recuerda al juego de piedra papel o tijera, donde la elección de cada material está condicionada por su capacidad de transformación.
Las obras se ubican en el interior del caserío ordenadas según su escala y material. Este planteamiento refleja el modo en que la piedra y la tierra aparecen intermitentemente en la producción del escultor, evocando la naturaleza transformadora de estos materiales en manos del artista.
Dejando en segundo plano el hierro, material fundamental en su producción, «la exposición explora las cualidades expresivas y metamórficas de la piedra y la tierra, materiales que en la obra de Chillida representan la fuerza creativa de la naturaleza», destaca Estela Solana, responsable de exposiciones de Chillida Leku.
De los tres elementos que se analizan en la muestra, el vacío ocupa el rol más personal de Chillida. Especialmente a mediados de la década de 1960, cuando inclina el ejercicio de la escultura hacia la arquitectura, creando espacios interiores en la materia. «Así surgieron elogios a la luz y a la arquitectura, otorgando a la escultura el poder de transformar el espacio en ‘lugar’ con una visión trascendental», recuerda Solana.
A mediados de la década de 1970 descubre la tierra chamota, de gran densidad y, al tiempo, el material más blando que empleó en su obra. Fue la fisicidad de este material, como en el caso de la piedra, lo que le atrajo. «Con este material crea las lurrak, que describirá con un toque de humor como ‘pelota para entrar al aire’, aludiendo a lo que se dice en un frontón cuando una pelota viene bien colocada», apunta la comisaria.
La plasticidad que proporciona la tierra permite a Chillida grabar en la superficie del material y crear huecos, incisiones y hendiduras. Para ello usa palos, maderas o cañas de bambú, dando lugar a un lenguaje simbólico propio. De esta manera, en la década de 1990 transfirió este lenguaje a las series Escuchando a la piedra o Harri, realizadas en bloques de granito.