
Foto: cortesía de la galería.
Símbolo y testigo del paso de los siglos en el Mediterráneo, la sección de este olivo representa un fragmento de historia que el artista incorpora a su obra. Utilizando una prensa que deja su impronta en obras que se convierten en huellas tangibles del tiempo, explora la relación entre el hombre y el mundo natural. Impresa, la historia del árbol encuentra otra forma de pervivir en el tiempo.
Para el artista, el árbol es el registrador de los cambios y los acontecimientos. Es la sabiduría, la perseverancia, la resistencia y la fluidez. Son, en suma, archivos vivos, fuerza y arraigo, cuerpos que sostienen la memoria del mundo sin imponerse sobre él. Sin embargo, el hombre se ha concedido el derecho a interrumpir ese registro.

Foto: cortesía de la galería.
Getsemaní, título de esta exposición, parte del proyecto La Reserva, una serie de grabados realizados a partir de troncos cortados. La prensa imprime la huella del árbol y las obras capturan el vestigio del tiempo atravesado por la violencia de la máquina. En cada impresión sobreviven la cicatriz de la motosierra y el óxido de la placa, y con ellos nace una nueva historia que el árbol comparte.
Como recuerda la comisaria colombiana Juanita Escobar Bravo, «Miler Lagos expone la marca de la fractura, la cicatriz que interrumpe la memoria natural, un gesto de dominación que intenta controlar aquello que lo precede y lo sobrevivirá. La serie evoca agonía y resistencia, pero también la oportunidad de vivir nuevamente. Getsemaní significa prensa de aceite, el lugar donde las aceitunas eran trituradas para extraer su esencia. Aquí, la prensa es metáfora de la violencia sobre la naturaleza y del acto de imprimir como herida, permanencia y contemplación».
Una forma de continuidad

Foto: cortesía de la galería.
Para Escobar Bravo esta exposición «es el vestigio de la relación tóxica entre el hombre y la naturaleza. Como la prensa de aceite que desgarra el fruto para extraer su esencia, cada impresión registra el tiempo detenido, una herida que no cierra. La obra recuerda la paradoja: la humanidad protege lo que destruye y celebra lo que aniquila. Pero lo que parecía el final se transforma en la insistencia de una presencia, en una forma de continuidad. En esa imagen impresa sobrevive no solo el árbol, sino el recorrido de una especie que acompañó el nacimiento de las civilizaciones mediterráneas. Desde las costas fenicias hasta el extremo occidental del Mare Nostrum, el olivo delineó el mapa cultural del mundo antiguo. La obra no solo recuerda lo que fue, sino que abre un espacio para lo que aún perdura. Y es en esa permanencia donde el arte se vuelve espacio de resguardo, continuidad, posibilidad, celebración y archivo».

Foto: cortesía de la galería.