Comisariada por Miguel Falomir, director de la pinacoteca, y Enrico Maria Dal Pozzolo, profesor de la Università degli Studi di Verona, esta muestra pone de manifiesto la inteligencia pictórica de un artista superlativo capaz de alumbrar un universo formal propio; un pintor con una idea totalizadora del arte que abarcaba innumerables referencias estéticas y culturales que supo plasmar con gran libertad formal y conceptual. Lo hizo, además, en un momento crítico para Venecia, cuando afloraban las tensiones religiosas y se evidenciaban los primeros síntomas de una decadencia que sus pinceles camuflaron con maestría, contribuyendo decisivamente a plasmar en imágenes el mito de Venecia que ha llegado a nuestros días. Y como todos los grandes, trascendió su tiempo. La belleza y elegancia de sus composiciones ha seducido durante siglos a coleccionistas y artistas, de Felipe IV y Luis XIV a Rubens, Velázquez, Delacroix o Cézanne.
Para Falomir, «esta no es una exposición más, ya que con ella se cierra un ciclo verdaderamente irrepetible que se inició hace 24 años con una modesta muestra dedicada a los Bassano en la España del Siglo de Oro (2001), y que luego ha tenido una serie de jalones verdaderamente importantes: la exposición de Tiziano en 2003, la de Tintoretto en 2007 y la de los retratos de Lorenzo Lotto en 2018 que tuve el placer, el orgullo y la satisfacción de comisariar con mi colega y amigo Enrico».
Estas muestras, recuerda el director, «eran la parte más visible de un proyecto de investigación muy ambicioso que incluía la restauración de prácticamente las cien obras que componen la colección de pintura veneciana del Renacimiento y su estudio técnico y a través de congresos, exposiciones, informes… Y todo ello porque es la piedra angular de la Colección Real y, por lo tanto, del actual Museo del Prado. Porque, tal y como señaló Edward Hutton: ‘el padre del Prado es Tiziano’. En el momento en que los monarcas españoles optaron por él, por lo que significaba una forma de entender la pintura que primaba el color, los sentidos, y que a la postre habría de mostrarse como la más influyente de la historia de la pintura occidental, pues, sin querer probablemente, estaban de alguna manera marcando el ADN de su colección y, por lo tanto, del actual Museo»
En concreto, Paolo Veronese (1528-1588) se centra en tres temas principales: su proceso creativo y su dirección de taller, analizando desde sus primeros bocetos hasta la producción en óleo en su bottega; su destacada capacidad como capobottega, superando incluso a otros grandes maestros como Tiziano o Tintoretto; y su habilidad para representar las aspiraciones de las élites venecianas, reflejadas en un estilo cosmopolita que despertó el interés de las cortes europeas.
Enrico Maria Dal Pozzolo destaca las secciones de la muestra, una parte de tipo cronológico, como la primera, en la que vemos los inicios del pintor, y otras temáticas: «Veronese tiene una característica única entre todos los pintores que conozco, y es que desde sus primeros años ya es mayor, es adulto. Desde el principio su pintura es perfecta, suntuosa, impecable… libre. No hay un centímetro cuadrado que no parezca pintado por alguien que tenía el objetivo de robarle lo mejor a Tiziano, a Rafael y a Parmigianino».

Enrico Maria Dal Pozzolo en la exposición ‘Paolo Veronese (1528-1588)’ en el Museo Nacional del Prado. Fotografía: © Luis Domingo.
La segunda sección está dedicada a su proceso creativo, en la que Ana González ha tenido un papel destacado: ha analizado en profundidad sus técnicas y realizado diversos hallazgos inéditos. Gracias a estos avances se puede mostrar cómo pintaba. Primero elaboraba un boceto sumamente suelto y rápido; luego lo definía mejor en un dibujo; a continuación ejecutaba un modelo al óleo; y, finalmente, llegaba al retablo. Esta secuencia, que se aprecia al comienzo de la exposición, es fundamental para comprender el itinerario de su proceso de creación.
Veronese también es célebre por su capacidad para sintetizar pintura y arquitectura, y por interpretar las escenas con un espíritu teatral. Otra de sus peculiaridades, desde el punto de vista de la interpretación, es su necesidad de representar los mitos de una manera muy especial, distinta. Y, como destaca Dal Pozzolo, «en la sección dedicada a la mitología hay obras maestras absolutas, como Marte y Venus unidos por Amor, del Metropolitan de Nueva York, hasta el gran Rapto de Europa del Palacio Ducal de Venecia, una pintura que Veronese imaginaba como un diálogo con Tiziano, que acababa de morir. Pero Tiziano lo representaba con violencia, mientras que él considera que es un privilegio del ser humano ser elegido por los dioses. Y por eso en su obra Venus se muestra feliz de subir a un toro, y de manera delicada, enamorado, el toro le lame el pie».
Ante la muerte
El último Veronese ha experimentado situaciones que han cambiado su percepción de la vida. Antes era el intérprete de las necesidades de una república que quería representar la luz, la solidez, lo imperecedero de su historia. Pero en 1576 Venecia sufre una epidemia de peste que mata a una tercera parte de su población, y al gran modelo de Veronese: Tiziano. Nuestro pintor se encuentra ante la muerte y dialoga con ella de una manera mucho más concreta a como lo hacía antes. Ahora su pintura es mucho más lírica y conmovedora, y los colores que emplea son más oscuros.
La fortuna de su obra después de su muerte la documentan todos los grandes maestros que le copiaron. Así, al final de la exposición se puede admirar La muerte de Cristo—hoy en Berlín— donde pareciera que el ángel le pregunta por qué al Cristo muerto. Obras como ésta dejaron su impronta en otros protagonistas del arte europeo, como Rubens o Alonso Cano.
Estos y otros temas se plasman en la exposición a través de más de un centenar de obras procedentes de instituciones como el Louvre, Metropolitan Museum, National Gallery de Londres, la Galleria degli Uffizi o el Kunsthistorisches Museum de Viena, que dialogan con piezas fundamentales del Prado.
Paolo Veronese (1528-1588) se convierte así en una ocasión irrepetible para conocer en profundidad la obra de uno de los artistas más brillantes y deslumbrantes del Renacimiento europeo, clave para comprender el gusto artístico de las élites de la época y su decisiva influencia en la pintura española del Siglo de Oro.
La mayoría de los lienzos que componen la excepcional colección de pintura de Veronese que posee el Prado fueron adquiridos para Felipe IV, casi siempre por agentes en Italia (Velázquez incluido), pero también en Londres, en las almonedas de las colecciones de Carlos I y sus cortesanos a partir de 1649.
El catálogo se abre con una introducción a cargo de los dos comisarios, seguida de 11 ensayos escritos por especialistas internacionales que analizan aspectos de su vida, su proceso creativo y su influencia. Entre ellos están Francesca Trivellato, Ana González Mozo, Michel Hochmann o Deborah Howard. A continuación, una extensa sección dividida en seis partes, precedida cada una de un texto introductorio, en las que se reproducen las 103 obras de la exposición y que recorren cronológicamente la trayectoria del pintor, situando a éste en relación con otros maestros de su tiempo. El volumen se cierra con una extensa cronología, una bibliografía y un índice onomástico. Paolo Veronese 1528-1588. Español (también disponible en inglés). Tapa dura. 23 x 28,5 cm. 456 páginas. 37 euros.
Valentía artística
En vida, Veronese disfrutó de un éxito rotundo. Sin embargo, como recuerda Miguel Falomir, a medida que avanzaban las décadas finales del siglo XX su figura pareció perder algo de la prominencia que ostentó en siglos anteriores. Esta disminución en su fama podría «estar vinculada a la tendencia contemporánea de asociar la vida personal de los artistas con su obra, y la vida de Veronese fue una vida bastante feliz. No tuvo grandes contratiempos y no generó grandes rivalidades, pese a trabajar en uno de los ambientes más competitivos de la historia de la pintura».
En cualquier caso, se le considera uno de los pintores más completos de la historia. Su maestría técnica le permitió desarrollar un estilo único, apreciado tanto por sus contemporáneos como en los siglos posteriores. Su legado es tan vasto que artistas como Rubens, Velázquez, Tiépolo —a quien en vida llamaban el Veronese redivivo— e incluso Delacroix y Cézanne reconocieron su influencia. Su habilidad para utilizar recursos técnicos extraordinarios hizo que fuera considerado «pintor de pintores», un título que atestigua la profunda admiración que sus colegas sentían por él.
Otro de sus aspectos más fascinantes es la valentía artística, porque, como señala el director del Prado, «aunque solemos relacionar la valentía en la pintura con el uso la pincelada deshecha, que asociamos siempre con Tiziano, se puede ser valiente de muchas formas. Y probablemente el cromatismo de Veronese sea uno de los más audaces de la historia de la pintura. Hay que tener mucho valor para conseguir estas armonías mezclando colores en principio tan inarmónicos como el rosa, como el amarillo o el verde. Y eso, sin duda, es uno de sus grandes legados».
Además, se destacó por la elegancia que impregnó a su obra. Pocos pintores han logrado crear un universo tan propio y reconocible como él. El estilo de Veronese, con sus composiciones únicas y su exuberante uso del color, se asocia de inmediato a su nombre, algo que sólo ocurre con otros grandes maestros como El Bosco o Rubens. Su obra, en suma, ofrece una experiencia estética profunda, que va más allá de lo visual para convertirse en una vivencia que toca la emoción del espectador.
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