Néstor reencontrado es el título de la gran exposición antológica que recupera su figura en el Museo Reina Sofía a través de casi doscientas obras en las que plasmó su inmensa creatividad en múltiples disciplinas. Comisariada por Juan Vicente Aliaga, en estrecha colaboración con el Museo Néstor de su ciudad natal y TEA Tenerife Espacio de las Artes, la muestra permanecerá abierta hasta el 8 de septiembre de 2025.
Néstor disfrutó en vida de reconocimiento internacional, pero su prematura muerte, con apenas 51 años, le impidió acabar la obra de su vida: el Poema de los Elementos (agua, tierra, aire y fuego). De este proyecto solo llegó a exponer el Poema del Atlántico (ocho lienzos). En cuanto al Poema de la Tierra, con cinco obras terminadas y otras tantas inconclusas y un alto contenido erótico-sexual, permaneció en gran medida invisible.
En estas series de grandes pinturas, en las que los cuerpos masculinos y femeninos se funden en composiciones llenas de barroquismo y fantasía, el artista explora los principios de la masonería, el erotismo exuberante y la representación de lo autóctono canario a través de la flora, la fauna y la profundidad insondable de su océano. Sin duda, obras centrales en su trayectoria que deslumbran en esta muestra.
Néstor Martín-Fernández de la Torre nació en Las Palmas de Gran Canaria en el seno de una familia acomodada, pero pronto se trasladó a Madrid, donde inició su formación, y después a Barcelona, donde vivió de 1907 a 1913, frecuentando los círculos modernistas. Bien recibido en la ciudad condal, expuso su obra en la Sala Parés, con grandes elogios de, entre otros, Eugeni d’Ors.

‘Retrato de Gustavo Durán Martínez’ pintado en 1934 por Néstor Martín-Fernández de la Torre. Museo Néstor.
En 1913 se trasladó de nuevo a Madrid, donde conoció a Valle-Inclán, Lorca y a un joven Dalí, que quedó prendado por la audacia protosurrealista de su obra. Viajó también a Londres, París y Bruselas, y asumió rasgos y preceptos de los prerrafaelitas, Whistler o de los simbolistas europeos como Gustave Moreau o Franz von Stuck. Vivió en la capital francesa junto a su pareja, el compositor Gustavo Durán, durante una década. Su traslado a esta ciudad cosmopolita propició su despegue internacional, especialmente tras su exposición en la Galería Charpentier en 1930.
En 1934, regresó a su ciudad natal tras su ruptura sentimental y a causa también de la crisis económica de 1929. Falleció prematuramente cuatro años después a consecuencia de una neumonía. Tras su muerte, fue cayendo en el olvido y se fue perdiendo su huella en el arte español debido, según Aliaga, «a que el régimen franquista se apropió de su obra y la convirtió en un mero exponente del folclore canario», y también al declive que experimentó el simbolismo, que practicó en gran parte de su obra.
Una vida intensa en 10 salas
1. Los inicios. Desde joven, Néstor mostró una gran destreza con el dibujo. Apoyado por su madre, comenzó a tomar clases de Eliseu Meifrén, fruto de las cuales realiza un conjunto de paisajes —marinas en su mayoría— que se pueden ver en esta sala. En 1901, con tan solo 13 años, viajó a Madrid gracias a una beca. En el estudio de Rafael Hidalgo de Caviedes llevó a cabo sus primeros retratos y escenas de calle, al tiempo que copiaba a los maestros en Prado y acudía a las tertulias del Café Levante. En esta primera fase de formación retrata a su hermano, a su madre, a sí mismo y, en el marco de una exposición colectiva organizada en el Círculo de Bellas Artes, tiene ocasión de presentar su obra Adagio (1903), donde comienza a indagar en el simbolismo. En esta obra aborda el mito de Leda y el cisne, con un claro componente sexual, donde Leda, tumbada desnuda junto a un estanque, acaricia el cuello del animal que encarnaba a Zeus. También se asoma al impresionismo con Calle Mayor de Madrid (1904).

‘Adagio’ (1903). Fotografía: © Luis Domingo.
2. Barcelona (1907-1913). De 1907 a 1913 vive en la ciudad condal y disfruta de su vibrante vida cultural, integrándose en los círculos artísticos gracias a los numerosos contactos que mantuvo con creadores y críticos. En estos años se va perfilando su concepción del arte, marcado por un desbordante cromatismo, como en La hermana de las rosas (1908) y el Retrato de Enrique Granados (1909-1910), de ecos modernistas. En esta sala también se puede ver el deslumbrante Epitalamio o las bodas del príncipe Néstor (1909), que se exhibió en Bruselas en 1910. Este lienzo, de grandes dimensiones (210 × 231 cm), presenta dos figuras cogidas de la mano: a la izquierda, un retrato del propio Néstor, y a la derecha, su propia versión travestida y feminizada. El jardín de las Hespérides (1909), una de las obras inspiradas en el poema L’Atlàntida, de Jacint Verdaguer, que se exhibió con éxito en la Sala Parés, enfatiza los ritmos curvilíneos que derivan de la pintura de Edward Burne-Jones, al tiempo que incorpora una referencia velada a Canarias como paraíso al que supuestamente alude el mito de las ninfas o Hespérides.

‘Epitalamio o las bodas del príncipe Néstor’ (1909). Fotografía: © Luis Domingo.
3. El círculo decadente. Néstor se mantiene alejado del naturalismo y el realismo, muy en boga en aquellos años, y ahonda en personajes ambiguos y refinados, seres etéreos y sensuales que se escapan de los cánones de la época. Es un artista reconocido. En 1911 participa en la exposición Fayans Català, una muestra que recibe alabanzas, pero también críticas, que la califican de decadente. Su arte se nutría de constantes guiños literarios e imaginarios, así como de una serie de figuras de físico andrógino como Un caballero inglés (1910) o Estampa romántica (1910-1913), que se pueden ver en esta sala tres. Probablemente su mayor audacia en este campo fue la composición Los siete vicios (1913), de trasfondo homoerótico, que acompañaba un poema de Rubén Darío. En Oriente (1912-1913) se ve a una pareja fundida en un beso sobre un fondo azul estrellado, donde la figura del turbante es, quizá, el propio artista.
4. Poema de los Elementos
En 1913 inicia su proyecto más ambicioso, el Poema de los Elementos, que desarrolló a lo largo de toda su vida sin llegar a concluirlo. Obedece a un deseo casi quimérico: la construcción de una suerte de capilla, el Palacio de los Elementos, donde presentar cuatro grandes murales dedicados a las estaciones y a los momentos del día: aurora, mediodía, crepúsculo y noche. Es una obra que se nutre de un simbolismo cercano al protosurrealismo, de los principios de la masonería, de un erotismo exuberante y de una exaltación de la flora y el mar canarios.
En concreto, el Poema del Atlántico o Poema del mar (1923) incluye ocho lienzos —Amanecer, Mediodía, Tarde, Noche, Bajamar, Pleamar, Mar en borrasca y Mar en reposo— en los que conviven enormes peces con jóvenes desnudos suspendidos en las aguas. Una visión fantástica donde se funden sueño, pesadilla, temor y placer. Mar en reposo, el lienzo que cierra el Poema del mar, muestra dos cuerpos masculinos desnudos; uno de ellos, de cabellos dorados, representa a Gustavo Durán, pareja del artista, como una de las muestras más destacadas del amor entre dos hombres.
En el Poema de la Tierra destacan tanto el simbolismo masónico como la representación de la sexualidad en cuerpos que concilian lo masculino y lo femenino. La temática se centra en la pareja adulta, y como telón de fondo, el paisaje vegetal de Canarias (cardones, dragos, higueras…). Son figuras andróginas, musculadas, barrocas, en poses acrobáticas de desbordante carnalidad. La serie la componen ocho obras: Orto, Mediodía, Véspero, Noche, Primavera, Verano, Otoño e Invierno; tres de ellas inconclusas, y todas proceden, como las anteriores, de la Fundación Museo Néstor de Las Palmas de Gran Canaria.
5. Feminidades. Néstor sorteó las corrientes de la época para elegir un estilo propio, pero también necesitaba satisfacer sus necesidades económicas. En las pinturas, dibujos y grabados de esta sala utiliza su dominio del cromatismo y del dibujo para representar a la mujer española ataviada con ropas tradicionales de maja o manola. En cualquier caso, no representa una feminidad cosificada, dócil ni sometida. En obras como Mantillas (1915) o El garrotín (1928) se aprecian mujeres musculadas alejadas de la pasividad. En otras, en cambio, respeta el gusto hegemónico. Las distintas feminidades que plasmó derivan de diversas aproximaciones estéticas: Señorita Acebal (1914) sigue la estela simbolista; Marquesa de Casa Maury (1931) se aproxima al art déco cosmopolita; mientras que Requiebro (1930) se identifica plenamente con el folclorismo español. Todas ellas aportan enfoques singulares y muestran una huella femenina evidente incluso en las figuras masculinas representadas.

‘Néstor reencontrado’ en el Museo Reina Sofía. Fotografía: © Luis Domingo.
6. Mitologías sexualizadas. Para muchos artistas, la mitología permitía canalizar los deseos más incómodos para una sociedad normativa y puritana. Admirador del arte clásico, Néstor eligió al sátiro de origen griego no de forma casual. Esta divinidad campestre, caracterizada por su cornamenta, patas de macho cabrío y cuerpo masculino, está asociada a deidades como Dionisos, Pan y Príapo. La libidinosidad, un tanto impúdica, de los sátiros de Néstor está representada en la carnalidad de los labios, la mirada lasciva, la belleza tentadora de los hombros torneados o los gestos concupiscentes. Los representó a lo largo de su trayectoria, desde la juventud hasta la madurez. Por otra parte, su sátiro sigue mostrando interés por la simbología masónica. Ejemplo de ello es la imagen del que vuelve su espalda hacia el espectador y cuya mano derecha forma con los dedos una escuadra, símbolo de la conciliación entre lo espiritual y lo terrenal.

‘Néstor reencontrado’ en el Museo Reina Sofía. Fotografía: © Luis Domingo.
7. Talento escenográfico. En 1914, tras el éxito de su primera individual en Madrid, en Casa Lisárraga, pretendía instalarse en París, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial se lo impide y se queda en la capital. Inició entonces un camino inédito y creó la escenografía de El amor brujo, de Manuel de Falla, estrenada en el Teatro Lara en 1915. Los bocetos de los decorados y del vestuario muestran a un Néstor vanguardista e innovador, que crea atmósferas espectrales a través del uso del espacio y la luz, diferenciándose de los montajes costumbristas de la época. En 1927 colaboró con la bailarina Antonia Mercé, “La Argentina”, en El fandango de candil, compuesto por Gustavo Durán, que se estrenó con éxito en Francia y Alemania. Los decorados revelan una concepción del espacio escénico sumamente atrevida, cuyos encuadres se inspiran en la estética fotográfica de la Nueva Visión y el cine expresionista alemán. Su talento escenográfico radicó en la fusión de vanguardia y tradición. La eficacia de esta combinación volvió a repetirse en la producción Triana, de los Ballets Españoles de Antonia Mercé, con música de Isaac Albéniz, que se presentó en 1929 en la Opéra-Comique de París. En julio de 1936, poco antes del estallido de la Guerra Civil, Alejandro Casona llevó a escena La sirena varada, una obra con un decorado enormemente innovador en la que Néstor incorporó elementos próximos al repertorio surrealista como el ojo, la oreja, los labios o las alas.

‘Néstor reencontrado’ en el Museo Reina Sofía. Fotografía: © Luis Domingo.
8. Muralista. Néstor creó toda su obra alrededor del lema «una vida rodeada de belleza» y utilizó la pintura mural como uno de los medios más efectivos para conseguirlo. Desde joven comenzó a decorar espacios familiares y, en 1909, creó su primer conjunto significativo de murales para la Sociedad El Tibidabo, presentados en la Sala Parés, incluyendo el plafón El jardín de las Hespérides, que puede verse en la segunda sala de esta exposición. Cuando se instaló en Madrid, decoró su estudio con un mural que incorporaba la máxima simbolista: «Es necesario que hagamos de toda la vida una obra de arte», con detalles renacentistas inspirados en Botticelli y Miguel Ángel. Entre 1925 y 1928 alcanzó uno de sus mayores logros con los murales del Teatro Pérez Galdós, en su ciudad natal, donde plasmó escenas barrocas con figuras clásicas como Apolo y las musas. En el salón Saint-Saëns, Néstor pintó un friso corrido que despliega un sinfín de sensuales efebos rodeados de frutas y aves. Su último y espléndido mural, Alegoría del Mar y de la Tierra, es un encargo del Casino de Santa Cruz de Tenerife (1932-1936). Este conjunto, de grandes dimensiones y sobrio cromatismo, incluye numerosos cuerpos musculados y es una oda al trabajo agrícola y pesquero de hombres y mujeres.
9. Polifacético. Aunque la pintura fue su principal medio de expresión artística, fue un creador polifacético y abierto a todo tipo de disciplinas. Su madre, Josefina de la Torre, y su tío, el barítono Néstor de la Torre, influyeron en su gusto por la música, mientras que su hermano Miguel le acercó a la arquitectura. La concepción estética de Néstor se centraba en la unidad de las artes, donde la integración de elementos como textiles, objetos, joyas, muebles, bibelots y obras de arte era esencial para crear atmósferas refinadas. En su visión, cada accesorio y detalle cumplía una función vital en la composición total. Durante su estancia en París vivió una etapa especialmente activa, desempeñándose, entre otras cosas, como diseñador de telas para una tienda de Nueva York. Sus diseños fusionaban motivos abstractos, influenciados por el estilo de Sonia Delaunay, con elementos figurativos de inspiración surrealista. En su obra, vanguardia y tradición iban de la mano, reflejando un enfoque polifacético y una visión artística innovadora. En el ámbito arquitectónico destacan los dibujos realizados para el Parador de la Cruz de Tejeda y el Pueblo Canario, que vieron la luz gracias a los proyectos de su hermano Miguel.

Néstor. ‘Visiones de Gran Canaria’ (1928-1934). Museo Néstor. Las Palmas de G.C.
10. En torno a la canariedad. La última sala de esta gran exposición se centra en uno de los elementos más significativos de su obra: su canariedad. Las islas están presentes desde su juventud y atraviesan como un eje su proyecto más ambicioso, El poema del Atlántico. Su interés por su paisaje, la fauna y la flora autóctonas cobra especial relevancia tras su regreso definitivo en 1934, cuando profundiza en lo que denomina el «tipismo». Buscando estudiar y revalorizar la cultura popular y atraer un turismo que pudiera aportar riqueza, desplegó un gran número de actividades —escritos, conferencias, discursos, actos festivos, diseño de ropa— con las que promovió el conocimiento del canto y las danzas propias, la arquitectura popular, el deporte autóctono y los ropajes y diseños vernáculos, sin caer en folclorismos, movido por una concepción idealista y ensoñadora que también se refleja en sus Visiones de Gran Canaria (1928-1934): un grupo de pinturas que convirtieron los riscos de Las Palmas en un paisaje donde lo canario se entremezcla con lo mediterráneo.
Tras su muerte, el regionalismo folclórico y acartonado promovido por el franquismo se apropió de su obra para fines propagandísticos.
El Museo Reina Sofía ha publicado un catálogo que incluye todas las obras que forman parte de la exposición y cuenta con textos de su comisario (La singularidad de un artista simbolista extemporáneo); La fortuna crítica de Néstor, de Aitor Quiney; Néstor y la isla imaginada, de Ángeles Alemán; y La conciliación de opuestos en la obra de Néstor: un viaje esotérico a través del arte y la masonería, de Fabio García Saleh.