Enfrentarse a Un tranvía llamado Deseo es enfrentarse al dolor de unos personajes que fueron construidos por Tennessee Williams sobre los impulsos más bajos, primitivos y viscerales. Estamos ante una de las obras cumbre de la dramaturgia estadounidense, ganadora en 1948 de un Premio Pullitzer. Una obra a la que es imposible hacer referencia sin recordar su adaptación cinematográfica dirigida por Elia Kazan tres años más tarde. En ella, un irresistible, brutal y casi animal Marlon Brando daba vida al personaje principal, Stanley Kowalsky, al que, por cierto, ya había interpretado sobre el escenario. La réplica llegaba de una frágil, coqueta y manipuladora Vivian Leigh, en el papel de Blanche Dubois. Ambas compartían su destructiva inestabilidad emocional. Una obra maestra del cine que se alzó con cuatro premios de la Academia, aunque tuvo que hacer frente a la censura suavizando algunos temas demasiados incómodos para el momento. Por ello, aunque aclamada también fue tildada de «inmoral, decadente, vulgar y pecaminosa».

David Serrano dirige la nueva versión escénica de este clásico que podrá verse hasta el 27 de julio en el Teatro Español de Madrid. Pablo Derqui y Nathali Poza dan vida a los personajes principales. Absténganse de comparaciones porque poco tienen que ver, sobre todo ella, con sus predecesores cinematográficos. Haberlo intentado hubiera sido un error, por ello han reformulado y hecho suya esta tempestuosa pareja. De esta forma, la inevitable búsqueda de Brando en Derqui y de Leigh en Poza se desvanece a medida que la obra va ganando intensidad. Junto a ellos, María Vázquez, en el papel de Stella, y Jorge Usón, en el de Mitchel. Completan el elenco Carmen Barrantes, Rómulo Assereto, Mario Alonso y Carlos Carracedo. Entre todos, reinterpretan esta poderosa obra que nos habla de un pasado del que es imposible escapar.

La historia comienza con la histriónica llegada de Blanche a casa de su hermana, Stella, en el barrio francés de Nueva Orleans. Acude como último recurso: arruinada y sin trabajo debe confesar que también ha perdido la casa familiar. La enfermedad y la muerte han hecho estragos en la vida de esta mujer que, poco a poco descubriremos, nunca lo tuvo fácil. Empeñada en mantener aires de grandeza de otro tiempo, no duda en despreciar la vida humilde y ajustada de Stella, mofándose hasta de su figura. Sin embargo, pronto se adivina que tras las perlas y el visón se oculta una mujer cuya mente, enferma, ha perdido la conexión con la realidad y ahoga su soledad en alcohol.

Desde el primer encuentro entre Blanche y Kowalsky la tensión entre ambos es manifiesta. Una tensión física y emocional entre dos seres absolutamente opuestos que dicen tanto como ocultan. El texto de Williams, que el director ha respetado escrupulosamente, ha aguantado perfectamente el paso de estos casi 80 años y trata temas que hoy, aunque de otro modo, siguen vigentes. En Un tranvía llamado Deseo no sólo asistimos al maltrato, la violencia, los abusos, la homofobia… sino que somos testigos de la espiral de desgracias que se desatan cuando somos víctimas de alguna de estas conductas.

‘Un tranvía llamado Deseo’. Fotografía: Elena C. Graiño.

La acción transcurre en un apartamento asfixiante y caluroso donde no hay lugar para la intimidad. Un apartamento que por momentos parece más un cuadrilátero donde Blanche y Kowalsky se retan constantemente hasta llegar a uno de los mayores actos de violencia que un hombre puede ejercer sobre una mujer. Este es uno de los momentos más desgarradores e intensos de la obra, uno de esos por los que la película tuvo que pasar de puntillas.

El personaje de Blanche no sólo trata de ocultar su pobreza material sino el modo en el que durante años ha llenado el vacío que la ahoga, yendo de unos brazos a otros como una marioneta disfrazada que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una caricatura de sí misma. “Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”, llega a afirmar en la que se ha convertido en una de las frases más devastadoras e icónicas del texto.

La evolución de Nathali Poza sobre el escenario es espectacular. Si bien, al principio, el tono de su voz deja entrever demasiado pronto que estamos ante una mujer que desvaría, en su segunda parte lleva a cabo una increíble y sobrecogedora transformación. Su pérdida de conexión con la realidad, el modo en el que hace temblar su cuerpo y esa mirada ausente y suplicante son un auténtico grito de socorro. «¡No quiero realismo! ¡Quiero magia!», implora. Y es que Blanche, al igual que su hermana Stella y el personaje de la vecina, Eunice, son fruto de una sociedad ruin en la que la mujer vive absolutamente sometida. Eso sí, ellos, no dejan de ser también víctimas de su tiempo.


Ficha artística. Dirección y adaptación: David Serrano. Reparto. Blanche DuBois: Nathalie Poza, Stanley Kowalski: Pablo Derqui, Stella Kowalski: María Vázquez, Harold Mitchell: Jorge Usón, Eunice Hubbel: Carmen Barrantes, Pablo: Rómulo Assereto, Steve: Mario Alonso, Joven: Carlos Carracedo. Escenografía. Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario. Ana Llena. Iluminación. Juan Gómez-Cornejo. Composición musical. Luis Miguel Cobo. Movimiento escénico. Carla Diego Luque. Ayudante de dirección. Montse Tixé. Ayudante de vestuario. Tania Tajadura. Producción ejecutiva. Lola Graíño. Una producción de Producciones Abu, Milonga Producciones, La Casa Roja Producciones, Teatro Picadero y Gosua.

Nota del director

David Serrano

Un tranvía llamado Deseo es una de las cumbres de la dramaturgia norteamericana, un texto redondo e incuestionable sin el que es imposible entender el teatro del siglo XX. El Tranvía resulta hoy tan rica y poderosa como cuando se estrenó hace ya más de setenta y cinco años, y es que muy pocas obras han aguantado tan bien el paso del tiempo y aún menos obras están tan presentes, obviamente debido en gran parte a su adaptación cinematográfica, en la memoria de los espectadores de todo el mundo.

Tennessee Williams, quizá el más autobiográfico de los dramaturgos estadounidenses, afirmaba que cada una de sus funciones daba cuenta «del estado de mi mundo interior en el momento en la que fue escrita». Esto es especialmente claro en el Tranvía, donde plasmó, con una tremenda honestidad, su compleja relación con el amor y el deseo.

Sus personajes reflejan, además, muchos aspectos de su fascinante personalidad y la de la gente que lo rodeaba. «Habría que dejar siempre en un personaje dramático un campo que no se comprenda. Siempre tendría que haber en los personajes humanos una región misteriosa», decía Williams, y desde luego que aquí lo consiguió. Mi prioridad como director siempre ha sido ponerme al servicio de la historia y de los actores, y teniendo en las manos una obra maestra como el Tranvía aún lo será más.