Comisariada por Arturo Sagastibelza, la muestra se centra en un periodo y ámbito concreto de su producción, la obra pictórica de grandes dimensiones realizada entre 1977 y 2008, y es complementaria a la organizada en su ciudad natal por la Fundación Torner.
En concreto, Torner. Centenario en la Academia [Obra 1977-2008] reúne 13 pinturas variadas formal y conceptualmente, que para Sagastibelza «configuran una buena representación de esa síntesis de culturas, civilizaciones y tiempos —a la par que de recursos, técnicas y procedimientos— que caracteriza su obra; un excelente testimonio de la densidad y riqueza de ese momento esplendoroso de su pintura».
80 años de creación
Gustavo Torner es una figura clave del arte español, perteneciente a la llamada segunda generación abstracta o generación de los años cincuenta del pasado siglo. Su obra, muy diversa y difícil de clasificar, se adscribe por lo general a la vertiente más lírica, construida e intelectual del arte, alejada de esa otra línea expresionista de «veta brava» representada por el El Paso.
Su trayectoria creativa se ha desarrollado a lo largo de más de ochenta años, sin limitarse a los campos habituales en los que suele desplegar su labor el artista plástico. Aparte de su ya extenso catálogo de pinturas, esculturas (muchas de ellas monumentales, repartidas por la geografía española, como Reflexiones I, de 1972, que popularmente ha dado nombre a la «Plaza de los cubos» en Madrid), dibujos, collages o estampaciones, se ha adentrado en ámbitos creativos diversos, como puede ser el diseño de tapices y alfombras, textil y mobiliario, la vidriera, el mosaico, la fotografía, el diseño gráfico e, incluso, en la escenografía y los figurines para obras de teatro, ópera y zarzuela; también ha realizado una labor ingente en el campo de la arquitectura y la ordenación de espacios. A esa larga lista, hay que añadir su trascendental labor en el campo de la museografía, con el diseño y montaje de pabellones feriales, museos privados y numerosas exposiciones.
En la década de 1970, Torner se dedica con gran intensidad a la escultura, y muy especialmente a la monumental —dejando más de treinta repartidas por la geografía española—. Pero al final de esa década retorna con energía renovada a la pintura. Aun siendo el mismo artista reflexivo y mental de siempre —sin menospreciar por ello el gran peso de lo inconsciente en el proceso creativo— lo hace desde una posición un tanto distinta, en palabras de Francisco Calvo Serraller, «un tipo de obra de naturaleza más empática, romántica, subjetiva, o, cuando menos, menos irónica y distante».
Sus nuevas pinturas parecen reflejar el entusiasmo y la vitalidad de una segunda juventud, pero con el dominio y la sabiduría de un artista consumado. Son obras, por lo general, de gran impacto visual y poderosa presencia física, por sus grandes dimensiones, por su exuberancia y variedad de colorido, por su formato —muchas veces irregular— o por su complejidad compositiva, resuelta a través de los más diversos paneles, elaborados individualmente, que se conjugan conformando polípticos.