Al iniciarse el período republicano, entre 1929 y 1931, Puig Farran era ya reportero gráfico de la prensa diaria y suministraba miles de instantáneas clave para entender esa vida ciudadana extraordinaria, tensa y plural. Para los lectores de prensa catalana, su nombre se vuelve habitual durante aquella década fulgurante. Con el estallido de la Guerra Civil se desplaza a los distintos frentes, tanto en Aragón como en Mallorca (1936). Puig Farran genera un corpus fotográfico rico y enormemente diverso que, producto de su trayectoria vital, termina reducido a un archivo personal selectivo que solo puede completarse con ayuda de los archivos de la prensa.

Comisariada por Arnau Gonzàlez i Vilalta y Antoni Monné Campañà, la muestra está conformada por una selección de las placas de vidrio conservadas por los herederos del propio artista, junto con un amplio número de copias originales preservadas en los fondos documentales de La Vanguardia. Además, se completa con varias publicaciones de la época que muestran la forma en que las imágenes llegaban al público.

Tras la derrota, el fotógrafo se exilia en Francia y pasa por distintos campos de concentración, primero franceses y luego franquistas. A su regreso a Barcelona en 1945, dado que la dictadura le impide retomar su labor como fotoperiodista, se dedica a la fotografía industrial y turística y se asocia con su amigo Antoni Campañà, con quien crea en 1952 el sello de postales CYP (Campañà y Puig Farran).

Esta exposición forma parte de la sección oficial del Festival PHotoESPAÑA.

Ritmo creciente

Tras instalarse en Barcelona a finales de los años veinte, será a partir de 1932-1933 cuando las fotografías de Puig Farran comenzarán a inundar diarios como La Humanitat y Última Hora; ilustrarán con frecuencia las portadas del semanario Esplai e irán ocupando progresivamente un espacio amplísimo en las páginas gráficas del periódico de mayor difusión en Cataluña, La Vanguardia. Primero con su cámara de placas Contessa Nettel y, a partir de 1936, con la versátil Leica de paso universal, el fotógrafo crea un estilo con un ritmo creciente, pasando de la foto fija más clásica a fotografías en las que refleja la velocidad deportiva y la dinámica vida política del período.

Al estallar la Guerra Civil acentúa su actividad. La prensa, en manos de partidos y sindicatos de izquierdas, cubre todo tipo de escenarios, desde la Barcelona hiperpolitizada a la primera línea de fuego en el frente de Aragón, pasando por el fallido intento de liberación de Mallorca. Su retrato de la retaguardia y del frente, visto con perspectiva, evidencia las contradicciones y realidades paralelas del conflicto: de fotografiar a milicianos mutilados… a bañistas bronceándose en las playas de la misma ciudad. Pero ofrece también un retrato épico de la batalla y la muerte en unas fotografías al servicio de una propaganda republicana que necesita convencerse de que la victoria era posible.

Estas instantáneas obtendrán una gran difusión y, paradójicamente, serán la causa del fin de su carrera. Su destacado papel en el fotoperiodismo republicano de guerra, así como su exilio en Francia en 1939, lo condenarán a los ojos de la dictadura. Después de pasar por los campos franceses y de regresar a España, será internado en el campo de concentración de Miranda de Ebro, condenado a pena de muerte —conmutada— y, posteriormente, depurado, apartándosele para siempre de su profesión.