Comisariada por Bárbara Rodríguez Muñoz, directora de exposiciones y de la colección del Centro, este proyecto se concibe como una instalación performativa y musical que rastrea la desaparición de 11 olas provocada por la actividad humana. Desde el banco de arena de Mundaka, en el Cantábrico, hasta el puerto de fosfatos de El Marsa, en el Sáhara Occidental, pasando por los complejos turísticos construidos durante el apartheid en cabo San Francisco (Sudáfrica), estos episodios revelan los estragos socioecológicos de unos ecosistemas alterados para siempre por el extractivismo capitalista.
En otras partes, rompeolas, canales, defensas marítimas y segundas residencias han borrado olas como La Barre (golfo de Vizcaya, en el océano Atlántico nororiental); Kirra (Kurrungul, mar del Coral, océano Pacífico sudoccidental); Ala Moana (Hawái, Pacífico norte); Petacalco (Guerrero, Pacífico nororiental); Cabo Blanco (Piura, Pacífico suroriental); Agadir (Souss Massa Drâa, Atlántico nororiental) y Rabo de Peixe (Azores, Atlántico norte), erosionando el sustento de las comunidades costeras y forzando la migración o desaparición de especies.
Para esta instalación, las historias, los ritmos y los patrones de estas olas desaparecidas se han traducido en una composición musical y una coreografía con 11 muelles suspendidos, una por cada ola, activados por intérpretes en un bucle continuo. El espacio expositivo se convierte en un monumento efímero a estas olas perdidas con una presencia espectral, actualizando la idea tradicional y antropocéntrica de monumento. Una invitación a recorrer el espacio, sentarse, escuchar y sentir cómo las olas se movieron y desaparecieron, qué permanece y qué puede todavía ser protegido.
Paisaje e historial cultural
Las olas son energía que se mueve a través de los vastos océanos, entre el aire, el agua y la costa; se forman en mar abierto, pero es al acercarse a la orilla donde toman cuerpo, esculpiendo sus formas. Hace tiempo que las comunidades costeras aprendieron a interpretarlas para navegar, alimentarse y, más recientemente, surfear. Pero actividades como el dragado, la extracción de arena, la expansión portuaria o la construcción en la costa han remodelado el litoral y alterado el fondo marino, provocando con ello la desaparición de olas por todo el planeta. Y con la desaparición de una ola no solo se pierde un rompiente, sino también un paisaje ecológico y una historia cultural.

Pie de foto de familia, de izquierda a derecha: Lucía López Madrazo, intérprete de la exposición; Maider G. Etxegibel, intérprete; Daniel Fernández Pascual; Timothy Duval, compositor de la pieza musical de la obra de Cooking Sections; Bárbara Rodríguez Muñoz; Alon Schwabe; Julia Zaccagnini, intérprete; Fátima Sánchez, directora ejecutiva del Centro Botín; Begoña Guerrica-Echevarría, directora del departamento de Arte del Centro Botín; Rebeca García Celdrán, intérprete, y Zhenxiang Zhao, también intérprete.
Para Cooking Sections, «interpretar la desaparición de las olas es rastrear las fuerzas que remodelan nuestras costas, como el dragado, la extracción y la crisis climática, y reconocer que cada ola desaparecida deja una huella: una cicatriz en el lecho marino, una historia de pérdida. Esperamos que esta instalación anime a la gente a proteger los hábitats y ecosistemas costeros».
El trabajo de investigación que ha desarrollado para esta instalación ha contado con la colaboración del Grupo de Ingeniería Geomática y Oceanográfica de la Universidad de Cantabria. Así, el colectivo londinense ha podido identificar e “interpretar” estas 11 olas concretas, cada una con su propio nombre, forma única e historia de vida.
El artista y músico Timothy Duval ha traducido las historias, los ritmos y las formas de cada ola en 11 composiciones musicales. A su vez, estas partituras se traducen en movimientos generados por unos intérpretes que activan continuamente una coreografía desarrollada por los artistas.
Así, el espacio abierto y amplio de la galería de la segunda planta del Centro Botín, situado entre la bahía de Santander y el Cantábrico, se convierte en un evocador homenaje a estas olas perdidas, donde los visitantes pueden ver y oír su movimiento y su desaparición, al tiempo que reflexionan sobre lo que aún puede protegerse.
Cooking Sections fue creado por Daniel Fernández Pascual y Alon Schwabe en Londres en 2013. En su práctica utilizan la alimentación como lente y herramienta para rastrear paisajes en transformación, el legado espacial y metabólico del extractivismo. Desde 2015 han trabajado en el proyecto a largo plazo Climavore, en el que exploran cómo alimentarnos en pleno cambio climático. En 2021 fue nominado al Premio Turner.
Esta exposición continúa haciendo visible la implicación y colaboración de los artistas que exponen en el Centro Botín con la comunidad local, algo que también se ha generado con el artista japonés Shimabuku o con el portugués Nuno da Luz.
La exposición se acompaña de un catálogo que incluye ensayos de la arquitecta Nerea Calvillo, la académica de arte y humanidades Sria Chatterjee, la teórica de arte y ecología Ros Gray, la antropóloga Yayo Herrero, el comisario Theodossis Issaias y la abogada de derechos de la naturaleza Mari Margil, junto a una serie de imágenes con anotaciones de los artistas, que narran y reflexionan sobre sus más de 12 años de práctica ante la crisis climática y ecológica.
El Centro Botín también ha puesto en marcha un proceso creativo que recogerá las ideas de los visitantes sobre cómo regenerar los entornos naturales. La Galería E será un espacio de reflexión con una metodología creada junto al Centro de Inteligencia Emocional de Yale cuyas propuestas se compartirán con el colectivo londinense para continuar la investigación de Las Olas Perdidas.
El legado del extractivismo
Las olas descritas en este proyecto desaparecieron por una combinación de factores humanos que alteraron de forma irreversible los ecosistemas costeros y marinos. En primer lugar, la construcción de infraestructuras portuarias y costeras —muelles, diques, malecones y espigones— modificó los flujos naturales del oleaje y los sedimentos, desfigurando los fondos marinos donde nacían las rompientes. Estas obras, realizadas en nombre del progreso o la protección costera, enterraron playas y arrecifes, y con ellos, la energía y la forma de las olas.
El dragado de ríos y bahías, junto con la construcción de presas y canales, interrumpió el aporte natural de arena desde el interior hacia la costa, debilitando los bancos submarinos que daban estabilidad al oleaje. A ello se sumó la industrialización de las zonas litorales, que introdujo contaminación, vertidos y dragados continuos para mantener operativas plantas siderúrgicas, refinerías y puertos de exportación, deteriorando gravemente los ecosistemas marinos.
En muchos casos, estas transformaciones se vincularon a la expansión urbana y turística, que priorizó el acceso terrestre, el desarrollo económico y la imagen moderna de las ciudades sobre la conservación del patrimonio natural y cultural del mar. La colonización y la explotación de recursos —fosfatos, petróleo, pesca intensiva— agravaron esta destrucción, marginando a comunidades locales e indígenas que mantenían una relación ancestral con las costas.
El resultado ha sido una erosión física y simbólica: la pérdida de las olas trajo consigo la desaparición de paisajes, formas de vida y prácticas culturales ligadas al mar. Aunque algunas rompientes, como Mundaka o Kirra, han mostrado signos de recuperación, permanecen vulnerables a la intervención humana. En conjunto, las olas perdidas son un reflejo del impacto global del modelo extractivista sobre los equilibrios naturales y las culturas costeras.



























