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‘Caperucita’, el clásico de las mil versiones

Su capacidad de adaptarse a los tiempos, fruto de su intrínseca atemporalidad, o el carisma de su protagonista, al fin y al cabo, una niña normal, han contribuido a que sea uno de los cuentos más versionados y, así, hoy en día proliferen cientos de nuevas caperucitas gracias a ilustradores de todo el mundo. Una Caperucita gitana con una abuela zíngara que vive en un carromato, una Caperucita ladrona de sellos que quiere pedirle perdón al lobo o una Caperucita heroína que se ríe de él. Exiten tantas caperucitas como personas capaz de imaginarlas, como días del año, como veces que se lee el cuento y se inventa un final propio, personal, único.

Por todo ello, el Museo ABC de Madrid y la Editorial Edelvives rinden homenaje a este personaje tan carismático de la literatura con una exposición que puede verse hasta el 31 de mayo. En ella, ilustradores de la talla de Ana Juan, Emilio Urberuaga, Patricia Metola, Iban Barrenetxea, Claudia Ranucci, Rafa Vivas, Jesús Gabán, Tesa González, Xan López Domínguez, Adolfo Serra, Liesbet Slegers, Agustín Comotto, Annalaura Cantone o Javier Zabala muestran sus trabajos a partir de diferentes técnicas.

De Perrault a nuestros días

Recogido de la tradición oral por Perrault en un libro de cuentos de 1697, Caperucita ha ido sufriendo diferentes alteraciones hasta llegar a la versión más conocida por todos. Varios son los historiadores y folcloristas que atribuyen al escritor francés la invención de la caperuza roja y del tarro de mantequilla. Sin embargo, no parecen las únicas modificaciones introducidas por el autor, ya que en ese primer cuento, Perrault suprimió la parte en la que el lobo invita a la niña a consumir carne y sangre de la abuela que acaba de descuartizar, e incluso, hace caso omiso de esa Caperucita que se desnudaba y se metía en la cama con el lobo. Añade, además, una moraleja, muy propia de la época, al advertir a los jóvenes que entablan relaciones con desconocidos.

En 1800, Ludwig Tieck introduce la figura del leñador que salva a la niña y a su abuelita y que luego recogen, en 1812, los hermanos Grimm al retomar el cuento. Escriben una nueva versión, mucho más edulcorada, y con menos contenido erótico, que es la que ha perdurado hasta nuestros días. Desde entonces, las versiones de este cuento no han parado de crecer y transformarse y el misterio del bosque y la fascinación por el cuento sigue viva.

Sinfín de posibilidades

Como muestra de todas estas posibilidaddes narrativas, la exposición del Museo ABC recoge en otra sección tres versiones contemporáneas de Caperucita muy diferentes entre sí. Están realizadas por Mar Ferrero, Julio A. Blasco y Miguel Tanco y se titulan Caperucita Roja, La ladrona de sellos y Lo que no vio Caperucita, respectivamente. Todas ellas publicadas por Edelvives.

Un tercer bloque ofrece, además, una selección de reproducciones clásicas de autores reconocidísimos como Gustave Doré, Fortuné Méaulle, Arthur Rackham, Tom Browne, Harry Clarke, August Macke y Walter Crane, que dan su percepción del personaje y del cuento. Por último, también otras visiones muy singulares sobre la protagonista y su historia, y una vitrina con dibujos de Caperucitas del fondo del Museo ABC fechadas entre 1903 y 1959 de autores como Eulogio Varela, el colorista Máximo Ramos o los reconocidos Joaquín Valverde, Narciso Méndez Bringa, Fernando Fresno y Ana María García Badell.

Para los más mitómanos, la exposición recoge varios ejemplares pop up del cuento pertenecientes a la colección privada de Antonio Escamilla Cid (Montalbo, Cuenca) que tiene en su haber más de trescientos cuentos de todo el mundo fechados entre 1889 y 1986.

Aventureras, infantiles y tiernas, imaginativas, valientes y heroínas. Todas Caperucitas de ayer, hoy y siempre.