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De Altamira a la Cueva Pintada

Ambas muestras comparten un mismo guión expositivo y una misma imagen gráfica, con una selección equivalente de bienes culturales de la Cueva Pintada de Gáldar y de la de Altamira, fruto de una larga trayectoria de colaboración entre ambas instituciones.

En concreto, la exposición está integrada en Altamira por 62 elementos prehispánicos llegados de Gran Canaria, mientras que en la isla se presentan 84 piezas cántabras. Se trata de la primera ocasión en la que los fondos de Altamira son objeto de una exposición monográfica fuera de la región.

Contenido

triptico_AltDos países lejanos en el tiempo y en el espacio, habitados por una misma humanidad. Entre Altamira y Cueva Pintada se contraponen dos aspectos muy diferenciados. El primero es la lejanía en el espacio, incluyendo las implicaciones que suponen lo continental frente a lo insular. Un segundo aspecto diferenciador es la gran lejanía en el tiempo, pues 33.000 años separan los paneles de la Cueva Pintada de las primeras pinturas realizadas en Altamira. A pesar de esta lejanía en tiempo y espacio, hablamos de los mismos seres humanos modernos (Homo sapiens) dotados de una misma capacidad simbólica y de un lenguaje abstracto, y preocupados por un mismo anhelo: construir sociedad para sobrevivir y conjurar la muerte.

Dos formas de estar en el mundo. Dos maneras de construir sociedad. La cueva de Altamira fue frecuentada por grupos de cazadores-recolectores a lo largo del Paleolítico superior, desde hace 35.000 años hasta hace 13.000, momento en el que la cueva quedó sellada por un derrumbe natural de la visera de la entrada. Altamira es una cueva habitable por sus características geológicas y su ubicación estratégica en relación con los recursos naturales.

El poblado de Agáldar se configuró entre los siglos VII y XV a partir de una serie de caseríos entre los que destaca el barrio de la Cueva Pintada. Los ancestros de sus pobladores llegaron desde África hace menos de 3.000 años. Agricultores y ganaderos construyeron poblados distribuidos por toda la geografía insular.

Se puede abordar el estudio de la utilización de las cuevas desde un enfoque en el que el espacio es entendido como construcción social y cultural, y el «paisaje cultural» como la apropiación material y simbólica que las sociedades humanas hacen del territorio. Hay todo un mundo de posibilidades en el estudio de este espacio en el que se relacionan y reflejan múltiples elementos como la organización social, la economía, la política, las relaciones de género o la religión.

Dos formas de habitar un espacio en las entrañas de la tierra. Más allá del lugar de refugio, las cuevas comparten el deseo y la necesidad de aproximarse, desde el pensamiento y las prácticas simbólicas, a lo subterráneo, de regresar una y otra vez al seno de la tierra. Tanto las cuevas naturales como aquellas excavadas por el hombre, ambos casos pueden singularizarse con imágenes pintadas o grabadas que corresponden a una concepción del espacio y a una cosmovisión en la que son importantes las diferencias entre espacio público y privado, individual y colectivo, masculino y femenino, cotidiano y extraordinario.triptico_CP

Dos modos de ordenar el caos y una misma necesidad de dar sentido al mundo. Más allá de los espacios domésticos, ubicados generalmente a la entrada de la caverna, en el interior de la cueva de Altamira algunos ámbitos y galerías fueron singularizados con imágenes grabadas y pintadas, cuyo significado, sin duda transcendental, ha caído en el olvido. El mismo olvido que envuelve el sentido de los motivos que ornan la Cueva Pintada, cuya transcendencia tampoco puede ser cuestionada. Los pobladores de Altamira y de Cueva Pintada plasmaron su universo simbólico también en figurillas y pequeños objetos cotidianos. El arte tiene una dimensión simbólica que sitúa a los seres humanos en su mundo y les permite, a través de ideas y emociones, darle sentido e intervenir sobre él.