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El canto del cisne de la pintura académica

Propuestas como El canto del cisne resultan una novedad en el panorama internacional; la exposición presenta por vez primera una selección de las grandes obras de los pintores académicos de los salones parisinos del siglo XIX, poniendo de manifiesto que este tipo de pintura, espléndida y refinada, heredera de la tradición, representa una de las páginas más brillantes de la historia del arte.

Más de 80 obras

El recorrido por la muestra ofrece una ordenación por géneros, similar a las consideraciones del propio Salón de París, lo que pone de relieve su ambivalencia: su capacidad de dialogar con la tradición y dar, a la vez, expresión artística a los cambios y tendencias de su tiempo.

Las obras más importantes de la tradición académica en París fueron adquiridas por el Estado francés, pasando a las colecciones públicas y, desde su creación en 1986, al Musée d’Orsay, que ha prestado de manera excepcional para esta ocasión más de 80 obras de los principales artistas académicos que expusieron en el Salón, como Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Laurens, Henner, Meissonier o Baudry, pero también otros que, si bien no se suelen clasificar como académicos, se integraron dentro del sistema expositivo del Salón, y partieron de la tradición para explorar nuevos horizontes, como Alma-Tadema, Gustave Moreau, Puvis de Chavannes o Courbet.

El pasado y lo exótico

A lo largo del XIX, el Salón exponía las pinturas académicas, realizadas según los grandes géneros tradicionales: la historia, la mitología, la religión o el retrato. Todos ellos respondían a la norma del buen gusto artístico, dictado por la Academia de Bellas Artes de París, que sentaba sus bases en el estudio del desnudo, la corrección estilística, el dominio del dibujo sobre el color y el equilibro de las composiciones.

La pintura académica, por tanto, engloba a una serie de artistas que fueron muy sensibles al malestar que creaba el mundo moderno, el positivismo y la industrialización, a los que respondieron con una huida al pasado, pero también a lo exótico y lejano, buscando así distintas maneras de modernizar una tradición que se basaba en la creencia en un ideal de belleza eterno, que encontraba su perfecta expresión en la escultura griega.

En un tiempo en el que se habían sucedido profundas transformaciones, debido a las sucesivas revoluciones políticas, económicas y sociales, estos artistas se enfrentaron al reto de crear un equilibrio entre la tradición y la necesidad de nuevos modelos, capaces de evolucionar en una sociedad en continuo cambio, y por eso han sido vistos tradicionalmente como contrapeso del arte realista e impresionista, aquel que acabaría desembocando directamente en las vanguardias.

Nuevos horizontes

El canto del cisne presenta una serie de pinturas que no conformaron un conjunto homogéneo con unas mismas normas y modelos sino que los pintores del XIX sustituyeron un modelo perfecto, armónico y estable, por otro inestable, convulso y a veces hasta violento y delirante a través de una pintura que refleja una sociedad y un mundo que desaparecerá bruscamente con el estallido de la I Guerra Mundial.

Esto supuso que no siempre gozaran del favor del público, de la Academia, ni de la crítica, pero intentaron adaptar a su manera la tradición de la gran pintura a un mundo que parecía descubrir la volatilidad del gusto y de la moda.

Temas narrativos

La muestra se divide en 10 apartados. El primero de ellos, La Antigüedad viva, pone su mirada en el pasado como objeto de representación. Así, el ideal clásico sobrevivió en el imaginario artístico, pero carente de su contenido revolucionario y moral, pues los artistas encontraron en él un lugar desde el que proyectar preocupaciones de su vida cotidiana. La exaltación de la libertad en una obra como El manantial de Ingres evoluciona hacia escenas cotidianas de la Antigüedad, como La pelea de gallos. Gérôme muestra cómo los contenidos políticos o culturales desaparecen de la representación del pasado.

El desnudo se recoge en la segunda parte de la exposición titulada ¿Un desnudo ideal?. Este seguía siendo considerado el ideal de belleza y se usaba también para narrar historias y como provocación. El cuerpo voluptuoso y carnal de El manantial de Courbet, heredero de los de Rubens, se enfrenta a la superficie aporcelanada de los cuerpos de Cabanel en obras tan destacadas como el Nacimiento de Venus.

El tercer apartado, Pasión por la historia, historia de las pasiones, recoge tanto las historias sacras como las mitológicas y profanas, tal y como se aprecia en los Romanos de la Decadencia de Thomas Couture, donde, casi como si de un manifiesto de este tipo de pintura se tratara, se dan cita casi todos los aspectos de este imaginario. Siguiendo con el recorrido expositivo se encuentra El indiscreto encanto de la burguesía, donde se reúnen retratos. Este género experimentó una gran popularidad  y durante el II Imperio la nobleza promovíó retratos fastuosos, que reavivaron el recuerdo de los retratos de aparato propios del Antiguo Régimen.

Reinvenciones

El visitante se encontrará con un quinto apartado titulado Reinventando la pintura religiosa. La necesidad de generar un nuevo imaginario social promovió el acercamiento a la pintura de carácter espiritual. Se dirigió la mirada hacia escenas del Antiguo Testamento, en las que el dolor y el drama se muestran atemperados por el refinamiento bizantino que muestra, por ejemplo, la Virgen de la consolación de Bouguereau, o el manierismo de Santa Cecilia muerta de Gautier. La renovación más espectacular viene de la mano de los modelos inspirados por la pintura barroca española, desarrollados por Henner y, sobre todo, Bonnat.

Orientalismos: del harén al desierto, es la sexta parte, en la que los herederos del romanticismo hicieron una reinterpretación del orientalismo. Desde la perspectiva de la Academia, ofrecieron una vía de escape a los visitantes del Salón, que cayeron rendidos ante los encantos que el imaginario del harén les ofrecía.

Durante el último tercio de siglo, una serie de pintores prefirieron buscar inspiración más allá de los estereotipos occidentales, y viajaron por España, África y Oriente Medio, ofreciendo una dimensión etnográfica visible en obras como El Sáhara, de Guillaumet o Los peregrinos yendo a La Meca de Belly.

El XIX es el siglo por excelencia del paisaje, sobre todo en el arte francés, esto se recoge en Paisajes soñados. El viaje a Italia, habitual en gran parte de los artistas, fomenta el gusto por este tipo de pintura que parte de la tradición establecida por Poussin en el siglo XVII. El género adquirirá cada vez mayor libertad, sobre todo de la mano de Camille Corot, que basará sus escenas en recuerdos y sentimientos nostálgicos más que en reglas aprendidas en la Academia.

Hacia la vanguardia

El mito: la eternidad de lo humano en cuestión recoge escenas de carácter mitológico que sirvieron a los artistas para plantear las eternas cuestiones sobre el origen y el destino del hombre, más allá de las apariencias pasajeras que el mito adopta a lo largo de la Historia. Buscaron mitos que sus predecesores ignoraban, más sombríos y violentos, de herencia miguelangelesca y barroca como el Perseo de Joseph Blanc, pero también mitos paganos como Dante y Virgilio de Bouguereau.

Con la llegada de la fotografía y del cinematógrafo, el intento de los artistas de fin de siglo por crear una pintura que fuera capaz de transmitir ideas y sueños, una pintura verosímil, dejó de tener sentido. En el apartado La transfiguración de la lección académica se pone de manifiesto como los propios artistas retaron las convenciones y el laborioso trabajo de ilusionismo impuesto por la tradición, tal y como muestran las obras de Puvis de Chavannes, Maurice Denis o Alphonse Osbert.

La exposición termina con Hacia una nueva mirada, donde se reflexiona sobre la historiografía del arte del siglo XIX con Las oréades de Bouguereau y Las bañistas de Renoir. Este discurso destacaba la trayectoria de los artistas que conducían directamente a la vanguardia, dejando en el “olvido” a aquellos que no formaban parte de esta narración convencional; pero, sin éstos últimos, no podría entenderse buena parte del arte del siglo XX.