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‘Historias de la música cubana’, por Gutiérrez Aragón

«La música es un punto de contacto y comunicación, de unión y entendimiento, y ayuda a narrar la Historia. Hemos contado con diversas voces y diferentes timbres, estéticas, ritmos y colores, sin importarnos la época», apunta Gutiérrez Aragón.

La sesión de música cubana, donde todo es fusión y mezcla, comienza con ‘Manteca, mondongo y bacalao con pan’, episodio firmado por Pavel Giroud que reúne a primeras figuras e intérpretes de tres generaciones del jazz cubano, entre ellos a los pianistas Frank Emilio y Emiliano Salvador. Y del jazz afrocubano de la mano de Chucho Valdés, conductor de ‘Mantena, mondongo…’, al jazz con ‘Música para vivir’.

Gutiérrez Aragón firma esta historia que coescribió con el periodista Mauricio Vicent, hijo del escritor Manuel Vicent, que muestra cómo el jazz fue suprimido en la isla cuando triunfó la revolución. «Fue considerado una contaminación ideológica que era necesaria suprimir», destaca su autor.

Manuel Gutiérrrez Aragón

Camada negra [1]Torrelavega (Santander), 1942. Se traslada a Madrid en 1961, ciudad en la que inicia la carrera de Filosofía y Letras, que simultanea con los estudios de Dirección en la EOC. En 1969 se diploma con la práctica Hansel y Gretel y, a continuación, filma dos cortometajes para In-Scram: El último día de la humanidad (1969) y El cordobés (1970). Participa junto a José Luis García Sánchez y Francisco Betriu en el guion de Corazón solitario (1972) y, al año siguiente, debuta como realizador con Habla, mudita, una reflexión de índole parabólica acerca del lenguaje y de su instrumentalización intelectual, que produjo Elías Querejeta y que obtuvo el premio de la Crítica en el Festival de Cine de Berlín.

A partir de ese año inicia una estrecha colaboración con José Luis Borau –profesor suyo en la EOC e inventor de su nombre artístico– cuyo fruto son dos guiones y sendas películas que constituyen otros tantos aldabonazos en las revueltas aguas del cine español de la Transición: Furtivos (1975), de José Luis Borau, y Camada negra (1977), de Manuel Gutiérrez Aragón, con la cual obtiene el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Durante este periodo colabora con los directores respectivos en los guiones de Las largas vacaciones del 36 (1976), de Jaime Camino, y Las truchas (1977), de José Luis García Sánchez, antes de continuar su trayectoria como realizador con Sonámbulos (1978), una fantasmagórica aproximación a las fronteras que separan la realidad de la ficción, con Strindberg y la lucha antifranquista como telones de fondo, ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. Se van sentado así las bases de un estilo que toma prestadas de las formas arquetípicas del cuento tradicional sus estructuras narrativas, que aparece frecuentemente contagiado por el mundo de lo maravilloso y que busca siempre el predominio de la imagen.

La incidencia de la realidad sobre este universo creativo comienza a adquirir mayor fuerza a partir de sus trabajos con el productor Luis Megino –copartícipe también en la elaboración de los guiones– que dan origen a títulos como El corazón del bosque (1979) –fabula con ramalazos fantasmales, centrada en las andanzas de un maquis durante la posguerra española–, Maravillas (1980) y Demonios en el jardín (1982), donde conviven en armonía lo mágico y lo cotidiano.

Cosas que deje en la habana [2]En los años siguientes dirige Feroz (1984), parábola críptica sobre la educación, producida por Elías Querejeta, y vuelve a trabajar con Luis Megino en La noche más hermosa (1984) –una original aproximación de índole astrológica al terreno de la comedia–, en La mitad del cielo (1986), ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián, y en Malaventura, cuyo fracaso comercial le obliga a plantearse un periodo de reflexión en su trabajo. Durante estos años continúa escribiendo guiones, dirige para televisión la serie de El Quijote (1991) y en teatro –donde había dirigido, ya en 1979, el montaje de El proceso de Kafka, según la versión de Peter Weiss– pone en escena un texto propio: Morirás de otra cosa. En 1993 es nombrado presidente de la Sociedad General de Autores, siendo reelegido en 1995, y este mismo año vuelve a las tareas de dirección con El rey del río, sugerente metáfora de sustrato místico sobre la escalada social, la lucha por el éxito, las diferencias de clase y la forja de un líder en la España que evoluciona desde la muerte de Franco hasta el presente del filme.

Cosas que dejé en La Habana, Visionarios, El caballero Don Quijote, La vida que te espera, Una rosa de Francia y Todos estamos invitados completan la filmografía del que también es académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Premio Nacional de Cinematografía 2005.

Es autor de dos novelas publicadas por la editorial Anagrama: La vida antes de marzo, con la que ganó el Premio Herralde, y Gloria mía.