La BNE celebra el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite [1] y de Aldecoa con sendas muestras que dan a conocer su vida, su obra y su legado, así como el contexto histórico, social y cultural en el que desarrollaron su actividad literaria y la relevancia de la Generación del 50, a la que ambos pertenecieron.
La exposición dedicada al escritor vasco se articula en siete secciones que permiten seguir su evolución, desde su formación inicial hasta la recepción posterior de su obra, a través de manuscritos, primeras ediciones, documentos personales, fotografías y materiales audiovisuales. Propone, pues, una aproximación cronológica y temática a su trayectoria, atendiendo tanto a su producción narrativa como a su actividad periodística, su relación con el cine y su interés constante por el viaje y la aventura.
Formación

Carmen Martín Gaite junto a varios compañeros de Facultad de Letras, a la entrada del Palacio de Anaya: María Dolores Ruiz Olivera, Ignacio Aldecoa y Federico Latorre. Salamanca, 1944. Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 95, 114.
Ignacio Aldecoa nació en el seno de una familia de la burguesía comercial vinculada al mundo artístico. Desde una edad temprana tuvo contacto con pintores, intelectuales y tertulias culturales que marcaron su formación estética. Un papel destacado desempeñaron tanto su tío Adrián Aldecoa, pintor con estudio en la casa familiar, como su abuela materna, María Pedruzo, reconocida narradora oral, a quien el propio escritor consideró una influencia decisiva en su aprendizaje narrativo.
Tras trasladarse a Salamanca para iniciar estudios universitarios y, posteriormente, a Madrid, entró en contacto con un amplio grupo de jóvenes escritores e intelectuales que acabarían integrando la llamada generación del medio siglo.
La muestra recoge sus inicios literarios en el ámbito de la poesía. Entre 1947 y 1949 publicó sus dos únicos poemarios, Todavía la vida y Libro de las algas, firmados como José Ignacio de Aldecoa. Estos libros, situados entre el clasicismo formal y la influencia del postismo, marcan una etapa temprana que el autor no abandonó del todo, ya que el componente lírico continuó presente en su prosa narrativa.
Durante estos años comenzó también a colaborar en revistas y periódicos, consolidando una vocación literaria que pronto se orientaría de forma prioritaria hacia la narrativa.
Oficio exclusivo
Uno de los núcleos centrales del recorrido expositivo está dedicado a Revista Española (1953-1954), publicación codirigida por Aldecoa junto a Alfonso Sastre y Rafael Sánchez Ferlosio.
Aunque de corta duración, esta publicación desempeñó un papel relevante como espacio de difusión de nuevos autores y como plataforma para la renovación del realismo en España. En torno a esta iniciativa se consolidó el denominado “grupo de Madrid”, integrado por escritores que compartían inquietudes estéticas y una atención especial al cuento como género, sin renunciar al diálogo con corrientes internacionales.

Aldecoa concibió la escritura como un oficio ejercido de manera exclusiva. La exposición documenta su disciplina de trabajo, su exigencia formal y su sólida formación literaria, visible tanto en manuscritos corregidos como en ediciones impresas.
Su obra narrativa, desarrollada a lo largo de poco más de dos décadas, se caracteriza por un compromiso con la realidad social de su tiempo y por una atención minuciosa al lenguaje. En este apartado se distinguen tres ámbitos principales: el cuento, la novela y la escritura periodística.
A lo largo de su carrera, escribió cerca de un centenar de cuentos, muchos de ellos publicados inicialmente en prensa y posteriormente reunidos en volúmenes como Espera de tercera clase, Vísperas del silencio, Caballo de pica o Los pájaros de Baden-Baden. La exposición muestra originales mecanografiados, publicaciones periódicas y primeras ediciones que permiten seguir el proceso de creación de estos textos.

Ya en el ámbito de la novela, publicó en 1952 una primera novela corta, Ciudad de tarde, finalista del Premio Café Gijón e inédita en su mayor parte, y una novela larga en 1953, El gran mercado, también inédita. Finalmente, publicará en 1954, 1956 y 1957 tres grandes novelas —El fulgor y la sangre, Con el viento solano y Gran Sol, respectivamente—. La primera fue finalista del Premio Planeta en 1954, que ganó en esa ocasión Ana María Matute, y la tercera obtuvo el Premio de la Crítica en 1958.
Parte de una historia, para algunos críticos su mejor novela, llegó a las librerías en 1967. En el cajón se quedaron otros textos, como Los pozos o Años de crisálida, en los que estaba trabajando cuando le sorprendió la muerte. A ellos se refirió en varios momentos como libros ya terminados, aunque nada se sabe de su paradero.
También articulista
Una sección específica está dedicada a su extensa labor como articulista, una faceta menos conocida pero constante en su trayectoria. Sus colaboraciones, distribuidas por agencias de prensa, aparecieron simultáneamente en distintos periódicos españoles y, en algunos casos, en medios hispanoamericanos.

Ignacio Aldecoa en Lanzarote, principios de los años 1960. Cortesía de Susana Aldecoa, MG/7509.
El recorrido se completa con su relación con el cine y con su interés por determinados territorios, especialmente el mar, las islas y ciudades como Nueva York. Estos espacios aparecen tanto en su obra narrativa como en sus libros de viajes y proyectos literarios tardíos.
La exposición concluye con una sección dedicada a la recepción crítica de la obra de Aldecoa, desde el reconocimiento obtenido en vida hasta la proliferación de reediciones, traducciones y estudios académicos tras su temprano fallecimiento.
El conjunto pone de relieve la vigencia de su producción y su lugar consolidado en la historia de la literatura española contemporánea.
– Esta exposición ha sido organizada por la Biblioteca Nacional de España, Acción Cultural Española (AC/E) y la Diputación Foral de Álava, con la colaboración de la Fundación ACS y la Fundación Amigos de la BNE (FABNE).
Autor imprescindible

Ignacio y Josefina en Nueva York, 1958. Cortesía de Susana Aldecoa, MG/7526.
Comisariada por José Ramón González, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Valladolid y especialista en literatura española contemporánea, la muestra reivindica a este autor imprescindible que se entregó sin reservas al «oficio de escribir» y cuya literatura exigente, rigurosa y honesta toca la sensibilidad de quien se acerca a ella y nos sigue interpelando como testimonio de época de nuestra historia reciente.
Conocido sobre todo como autor de relatos, Aldecoa escribió seis novelas, dos de las cuales —Ciudad de tarde (1952) y El Gran Mercado (1953), nunca publicadas— han sido encontradas este mismo año en la Sección de Censura del Archivo General de la Administración en el proceso de recopilación de obras para exhibir en esta exposición. El mecanoscrito de El Gran Mercado es una de las piezas más relevantes de las más de 140 que componen la muestra, entre las que también destacan el mecanoscrito de Patio de armas, uno de los cuentos más logrados del autor; los mecanoscritos de varios artículos periodísticos que se conservan en la Biblioteca o las cartas y textos que se custodian en la Fundación Carlos Edmundo de Ory (Cádiz).
La exposición explora facetas poco conocidas de Aldecoa, al que podemos situar en diferentes épocas y contextos a través de reproducciones fotográficas, algunas de gran tamaño. Su fascinación por la aventura, por los viajes, por las islas, por el mar: paraísos en los que recalar, física o mentalmente, para reponer fuerzas y encontrarse consigo mismo. Ignacio sonriendo. Ignacio y Josefina Rodríguez —su mujer, también escritora, tomará el apellido de Aldecoa para firmar sus obras— paseando por una calle de Nueva York, pequeños al pie de los rascacielos. Ignacio con sus amigos. Ignacio sobre un dromedario. Ignacio escribiendo, en un guiño autorreferencial al situarse la foto en un espacio físico que recrea su despacho con objetos que formaban parte de él: la mesa de trabajo, la hélice del aviador francés Jules Védrines, los retratos que Carlos Mampaso pintó de él y de Josefina…
La última parte explora su vinculación con el cine. Escribió un guion en colaboración con Josefina Rodríguez, Cuatro esquinas, que no llegó nunca a filmarse. Poco después, participó en el cortometraje El pequeño río Manzanares (1956), con guion de Carlos Saura y de él mismo, y más adelante escribió el guion de Gayarre (1959), biopic dirigido por Domingo Viladomat. Varios de sus textos fueron llevados a la pantalla en versiones cinematográficas o televisivas.
Finalista del Premio Café Gijón (1952) y del Planeta (1954) y Premio de la Crítica (1958), será en sus últimos años y, especialmente tras su muerte, cuando se prodiguen las reediciones de sus cuentos y novelas, las traducciones y los estudios sobre su aportación a la historia de la literatura española.