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El peso del pasado

Tres grandes repartos de voces verdianas dan vida a este exigente y truculento ‘drama gótico’ que, en palabras de Joan Matabosch, director Artístico del Teatro Real, supone un «desafío tremebundo para los cantantes». Componen el cuarteto protagonista en el estreno y retransmisión mundial de la ópera el tenor Francesco Meli (Manrico, Il trovatore), la soprano Maria Agresta (Leonora), la mezzosoprano Ekaterina Semenchuk (Azucena) y el barítono Ludovic Tézier (Conde de Luna).

En los mismos papeles se alternarán con Piero Pretti, Hibla Gerzmava, Marie-Nicole Lemieux y Artur Rucinski (segundo reparto); y el mismo tenor Piero Pretti, con Lianna Haroutounian, Marina Prudenskaya y Dimitri Platanias (tercer reparto).

En la ópera se entrecruzan dos líneas argumentales: la sed de venganza de la gitana Azucena, cuya madre e hijo han muerto en la hoguera, y el triángulo amoroso en el que Leonora es disputada por dos pretendientes enemigos que representan a familias, clases e idearios opuestos. Con esos mimbres, Verdi compuso una ópera llena de nervio dramático, belleza melódica y geniales efectos teatrales, que fluye inagotable y vertiginosa, sorteando las incongruencias y excesos del libreto: música de alto voltaje que brota, arrolladora, arrastrando al público a una catarsis colectiva, impúdica e inevitable.

La producción concebida por Negrín pretende ayudar al espectador a deslindar los tenebrosos meandros del drama, alumbrando sus pulsiones ocultas. Partiendo de los elementos dramatúrgicos estructurales de la obra –el tiempo, el fuego (omnipresente, símbolo un pasado que imposibilita el futuro) y la noche–, el director de Escena desvela los fantasmas y visiones de los protagonistas y resalta los constantes flashbacks de la imbricada trama. «Mi objetivo es desvelar al público la belleza de este gran melodrama de amor, y de alguna manera de aventuras, por eso la he afrontado como si fuera desconocida». Es decir, de la misma forma en que dirige otras obras inéditas, en las que su trabajo consiste en comunicar lo que está ocurriendo narrativamente, es decir, lo que cuenta la historia.

Será la tercera vez que esta obra se presenta en el reinaugurado Teatro Real –en 2000, con García Navarro y Elijah Moshinsky, y en 2007, con Nicola Luisotti y la misma producción–, después de las más de 300 funciones de la ópera que han tenido lugar entre 1854 (fecha de su estreno en Madrid) y 1925. Entonces, como ahora, este título es uno de los más queridos del público.

Las 14 funciones Il trovatore cuentan con el patrocinio de ENDESA.

IL TROVATORE – Programa de mano [1]

La historia

El libreto de Il trovatore es de Salvadore Cammarano (Nápoles, Campania; 1801-ibídem, 1852), quien se basó en la obra de teatro El trovador (1836) de Antonio García Gutiérrez. Como recuerda Joan Matabosch, la acción dramática se sitúa en Aragón en el siglo XV, durante la guerra civil que enfrentó al conde Jaime de Urgell, pretendiente de la corona aragonesa tras la muerte de Martín el Humano, y a Fernando de Antequera, de la rama de los Trastámara, finalmente coronado rey por el Compromiso de Caspe (1412).

Este es el contexto en el que se desarrolla la tragedia estrenada en el Teatro del Príncipe de Madrid en 1836 con un éxito memorable. Larra fue uno de los primeros en deshacerse en elogios y en considerarla una obra “plenamente romántica”. Años después, Benito Pérez Galdós aseguraría que el texto de García Gutiérrez escondía “una médula revolucionaria dentro de la vestidura caballeresca; en él se enaltece al pueblo, al hombre desamparado, de obscuro abolengo, formado y robustecido en la soledad: hijo, en fin, de sus obras; y salen mal libradas las clases superiores, presentadas como egoístas, tiránicas, sin ley ni humanidad”.

Manrico, el protagonista, encarna la esencia misma del héroe romántico trágico, obligado a jugar la partida de la vida con unas cartas marcadas por un destino adverso: es un proscrito social que se cree hijo de una gitana; es un rebelde comprometido políticamente con los Urgell, la dinastía derrotada; es un alma sensible dedicada, como trovador, a componer los poemas que cantarán los juglares, profesión revestida en la época de una aura de marginalidad; rechaza las normas sociales y cualquier sentido de la autoridad; y encima está enamorado de una dama de la corte en principio completamente inaccesible, pero que pronto descubriremos que lo corresponde desafiando ella también esas normas sociales, indiferente a la amenaza de que su amante tenga un origen tan despreciable para los demás. Y, frente a Manrico, el conde de Luna es la encarnación misma del antihéroe romántico: poderoso, perteneciente a la facción de los victoriosos Trastámara, cruel, implacable y rechazado por la dama que pretende.