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La Casa Encendida presenta ‘La metamorfosis de Loïe Fuller’

Loïe Fuller (Fullersburg –actualmente Hinsdale– Illinois, 1862 – París, 1928) fue una de las figuras más relevantes e influyentes en el medio artístico del siglo XX. Bailarina, coreógrafa, iluminadora, inventora de efectos visuales, comisaria de arte, cineasta y empresaria, desde muy joven se convirtió en una leyenda viviente.

Trabajó entre Estados Unidos y Europa. Ejerció una gran influencia sobre los artistas e intelectuales de su tiempo y sobre ella hablaron con admiración Giacomo Balla, Marie Curie, Camille Flammarion, Toulouse Lautrec, los hermanos Lumière, Stéphane Mallarmé, George Mèlies, Kolomon Moser, Auguste Rodin, Arthur Symons o Paul Valèry.

El personaje que ella misma encarnaba, sus creaciones coreográficas y sus innovaciones técnicas han influido notablemente en las aportaciones conceptuales y logros de coreógrafos, realizadores, directores teatrales y cinematográficos, pintores, escultores, arquitectos y artistas performativos de nuestra época.

Mundialmente conocida a finales del siglo XIX por la creación de su famosa “danza serpentina”, fue musa inspiradora del pabellón diseñado por Henri Sauvage para la Exposición Universal de París en 1900.

Técnica y ciencia

Su capacidad de trascendencia se forjó desde los primeros momentos de su carrera. Aportó novedades técnicas y aplicó saberes científicos a la escena, registró patentes y produjo y administró espectáculos que viajaron por todo el mundo. Reconoció la energía dinámica que alberga el espacio escénico. Rompió cualquier discurso lineal que se produjera en el escenario. Mezcló el cuerpo en movimiento, la envoltura que producía la luz sobre él, el espacio en el que se desarrollaba, el color y el poder de la emoción con la expresión en estado puro, creando una nueva fórmula que trascendió las ideas de su tiempo y que llega a nosotros con una gran fuerza. Así, entender y dar a conocer el legado que sembró esta “artista de artistas” es un reto para el conocimiento del arte contemporáneo.

Fuller entabló muchas relaciones con técnicos y científicos de su época. Viajaba con todos sus aparatos escénicos, muchos de ellos inventos propios. La Loïe Fuller, inventora y científica, es otro de los aspectos relevantes de su personalidad. Fascinada por los avances en el campo del radio, actuó en la casa del matrimonio Curie o se interesó por la obra de Flammarion. Este aspecto confiere a su persona una enorme actualidad. Utilizaba en sus espectáculos los últimos descubrimientos científicos de su época a fin de mejorar e innovar el dominio de la puesta en escena. Consideraba que la técnica, la ciencia y los movimientos de la danza eran parte integral de un todo, de un arte total que se forjaba en su época con nuevas ideas y representaciones. Era el comienzo del espectáculo.

 

La representatividad

Obsesionada por la representatividad, las alegorías y el simbolismo que la luz suscitaba en las artes escénicas, Fuller consideraba igualmente importante la energía que implicaban las actividades escénicas y coreográficas. Poseía la capacidad de imitar fenómenos de la naturaleza como figuras de flores, insectos y sucesos atmosféricos. Entendió que su cuerpo no era una porción de espacio sino una corporeidad, es decir, un cuerpo simbólico. La corporeidad no se reducía a un espacio geométricamente definido, lo que podríamos denominar un escenario, sino que trascendía, explícita o implícitamente, tanto al presente como a lo ausente pasado o futuro.

Sus coreografías nos acercan a la idea de la metamorfosis tan presente en toda su obra donde el perpetuo movimiento –el cambio– construye y cimenta sus principios artísticos. Todas las culturas han considerado la capacidad de transformación del hombre en otros animales siendo la metamorfosis una de las grandes metáforas de la vida.