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La piel translúcida

La muestra incluye una amplia selección de las obras de pintura, escultura, fotografía y vídeo más relevantes del patrimonio artístico de la empresa, con una importante presencia de las adquiridas a lo largo de los últimos años. En ella se exhiben piezas de artistas como Chillida, Oteiza, Tàpies, Saura, Antonio López, Richter, Mapplethorpe o Twombly.

La colección de arte privada de Iberdrola ha sido galardonada recientemente por la Fundación ARCO en la categoría de Coleccionismo Corporativo, al considerar que es, hoy, uno de los conjuntos artísticos más relevantes de España. En los últimos años, se ha ampliado y reordenado en torno a tres bloques en constante desarrollo que subrayan tres etapas importantes de la evolución de la empresa. Destaca, además, la presencia de piezas provenientes de los entornos culturales en los que la compañía desarrolla su actividad, como concreción de los estrechos vínculos que le unen con las sociedades en las que está presente.

En concreto, de la primera parte de la colección -que ilustra el nacimiento de la Compañía en Bilbao en 1901, con obras de arte vasco de finales del siglo XIX y principios del XX- se presentan dos piezas ligadas a los movimientos post-impresionistas y vanguardistas. Otras 29 obras testimonian la evolución del arte español desde 1957 hasta la actualidad y 35 trabajos más recorren la fotografía internacional desde los años 70 hasta nuestros días.

En palabras del comisario

Javier González de Durana, académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y ex director de Artium y del Museo Balenciaga, es el comisario de La piel translúcida, que describe de esta forma: «La selección concreta realizada para su presentación en CentroCentro indaga sobre dos aspectos paralelos, pero complementarios. En un sentido concreto y real, la dermis como órgano que desde la superficie corporal comunica profundos sentimientos y estados de ánimo, de una parte. Y en un sentido amplio y metafórico, el arte como piel-signo que esconde un cuerpo-significado que el observador debe desentrañar a la vista de aquella desde su experiencia y conocimiento personales -esto es, desde su propia piel-, de otra parte. En ambos casos se trata de una piel no opaca, sino de otra que permite entrever o intuir las luces emocionales y estéticas que se encuentran al otro lado, incitando a descifrar aquello que (nos) ilumina».