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Las alucinaciones de Wozzeck, en el Real

El prestigioso director de escena suizo Christoph Marthaler, que trabaja por primera vez en el Teatro Real, sitúa la acción de la ópera en una cantina con un área de juegos para niños, en donde se suceden ininterrumpidamente las 15 escenas que conforman la ópera. La dirección musical es de Sylvain Cambreling, gran admirador de la partitura de Alban Berg, que ha dirigido en más de 60 ocasiones.

El papel titular de la ópera es interpretado por el barítono británico Simon Keenlyside, que debutó el papel de Wozzeck en París, en esta producción, impulsado por Gerard Mortier, siendo considerado, desde entonces, uno de sus mejores y más hondos intérpretes.

Reparto

Los restantes protagonistas de la ópera son también conocidos por el público del Teatro Real: la versátil soprano alemana Nadja Michael, que cantó en la pasada temporada el papel titular de Poppea e Nerone, encarna a la desdichada Marie; los tenores Jon Villars (Tambor mayor) y Gerhard Siegel (Capitán) vuelven a dar vida a los mismos grotescos personajes que han interpretado en 2007, en la producción dirigida por Calixto Bieito; el bajo-barítono Franz Hawlata (Doctor) fue el Barón Ochs en el Der Rosenkavalier en 2007, y el tenor catalán Roger Padullés (Andres), que vuelve una vez más al Real.

Completan el reparto Katarina Bradić (Margret), Scott Wilde (Primer aprendiz), Tomeu Bibiloni (Segundo aprendiz), Francisco Vas (Loco), Antonio Magno (Soldado), Enrique Lacárcel (Muchacho) y los niños Lorenzo Bini Bicchierai y Diego Ramos Ruano.

Además de los 14 solistas, participan en la ópera cuatro actores, 23 niños de Los pequeños Cantores de la JORCAM, 51 miembros del Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo) y 96 músicos de la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) que, junto con el equipo artístico, suman más de 200 artistas, que se unen para dar vida a la genial e inquietante obra de Alban Berg y Georg Büchner.

El escenario

Christoph Marthaler, el director de escena:

«Las reflexiones esenciales sobre el contenido y el espacio respecto a la puesta en escena de Wozzeck, que se estrenó en la Opéra Bastille de París en 2008 y ahora, de manera más o menos igual en la forma y el reparto podrá verse en el Teatro Real –de lo cual me alegro mucho–, surgieron durante un paseo con Anna Viebrock, mi compañera artística desde hace años, por la ciudad belga de Gante. Casualmente, durante nuestro recorrido por la ciudad, fuimos a dar con una antigua nave industrial, en cuya entrada estaba escrita la palabra “Speelkade” (literalmente: muelle de juegos).

Lo que podía significar exactamente quedó algo más claro cuando accedimos al interior del edificio: el centro del “Speelkade” lo configuraba una especie de tienda de festejos con un interior bastante descorazonador. Junto a un buen número de mesas, a las que se sentabas adultos solos, había un mostrador de bebidas, del techo colgaban lámparas. Por todas partes había zapatos de niños, y aquí y allá chaquetas infantiles abandonadas en el suelo o en los respaldos de las sillas. Los niños a los que pertenecían estas piezas de ropa no estaban en la tienda con calefacción, sino que jugaban en enormes castillos de plástico hinchados con aire en los que podían saltar, colocados en torno al pabellón.

Anna y yo tuvimos la misma impresión de angustia; los padres no habían acudido a ese lugar para pasar el rato junto con sus hijos; parecía más bien que acudían al centro municipal gratuito para poder estar solos un cierto tiempo. Y sin ser observados».