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Manuel Álvarez Bravo

La Fundación Mapfre [1] acoge en su Sala Azca de Madrid una gran exposición dedicada al fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo [2] (México D.F., 1902-2002), uno de los fundadores de la fotografía moderna en México y cuya obra es una pieza fundamental para comprender la historia de ese gran país durante el siglo XX.

La muestra presenta su obra desde una perspectiva diferente. Además de las fotografías emblemáticas que han distinguido su trabajo, se incluyen otras, inéditas y experimentales, procedentes de su archivo: clichés en color y Polaroid. También se presentan tomas cinematográficas experimentales de la década de 1960 y aspectos poco conocidos de sus fotografías que, sin embargo, poseen gran relevancia: motivos iconográficos que aparecen en sus imágenes de modo recurrente y revelan una estructura e intencionalidad muy lejana a la condición fortuita de lo «real maravilloso» mexicano.

La exposición, organizada en ocho grupos temáticos, ofrece una selección de 152 fotografías que dejan constancia de la tenacidad y coherencia de su evolución creativa.

1. Formar. Álvarez Bravo destruye sus primeras obras, unas imágenes pintorescas influidas por la fotografía pictorialista de Hugo Brehme y las postales de la época. Animado por la fotografía “rara” que practican Edward Weston y Tina Modotti en México, se entrega a la búsqueda de la fotografía “pura”, donde las formas tienden a la abstracción. Con una fuerte influencia de la estética de Picasso, la fotografía sintética y formal que realiza hasta 1931 es más radical en su abstracción que la de Weston y Modotti y, por tanto, se halla más próxima a los constructivistas. De esta época destacan obras como Colchón (1927) o su serie de Juegos de papel (c. 1928), en la que fotografía las imágenes abstractas que surgen de plegar rollos de papel.

2. Construir. En 1931 gana el primer premio en el concurso patrocinado por la Compañía Cementera La Tolteca con su imagen Tríptico cemento-2, una obra que marca la entrada de la estética moderna en el panorama fotográfico mexicano. Su tendencia a la abstracción genera una nueva dimensión poética en su obra. A partir de entonces, ya sea una imagen abstracta o un motivo literal, la idea de construcción aparece de modo constante en su fotografía.

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3. Aparecer. En 193 comienza a fotografiar la ciudad de México con el objetivo de participar en un concurso de escaparates, abre su propia galería en su casa y funda el Cine Club Mexicano junto a otros intelectuales. Mientras que sus primeras fotografías ofrecen una visión abstracta de los objetos retratados, a partir de los años treinta sus motivos vuelven a reconocerse: letreros, señales, personas o maniquíes. Tanto en sus fotografías como en sus guiones de cine aparecen reflejos en espejos y cristales, así como trampantojos ópticos de la gran urbe. Se trata de imágenes chocantes influidas por la teoría del montaje cinematográfico.

4. Ver. En Parábola óptica (1931) aparecen referencias evidentes al ojo humano como símbolo de la visión. Esta obra, tomada desde la perspectiva de un transeúnte, muestra el escaparate de una óptica con un letrero oval colgante; un montaje de signos conseguido mediante la contraposición de éstos en el encuadre. En Álvarez Bravo, la visión moderna, inevitablemente ligada al dominio del espacio, se multiplica o invierte a través de reflejos. De este modo, la imagen se transforma en un elemento subjetivo e inestable, lleno de sugerencias oníricas.

5. Yacer. Álvarez Bravo adquiere la cámara de cine que había utilizado el camarógrafo Eduard Tissé en el rodaje de ¡Qué viva México! de Eisenstein en 1931. Tres años más tarde filma en Tehuantepec su primera película experimental: Disparos en el Istmo. Dicho título se debe probablemente al incidente que hace posible una de sus más célebres fotografías, Obrero en huelga, asesinado(1934), en la que retrata el cadáver de un joven dirigente sindical muerto de un disparo. En 1945 Álvarez Bravo retoma este motivo de personajes yacentes en la película experimental ¿Cuánta será la oscuridad?, un corto basado en un cuento de José Revueltas. No obstante, estas películas nunca se llegan a estrenar y hoy en día se desconoce su paradero.

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6. Exponerse. En muchas de sus fotografías, Álvarez Bravo se vuelve imperceptible y su cámara se convierte en un espejo ante el cual la persona retratada se exhibe. La cualidad mágica y surreal atribuida a la fotografía de Álvarez Bravo es una construcción retórica. Es en este sentido en el que su obra puede entenderse como una dialéctica de la visión: un imaginario lleno de motivos en el que se produce una tensión entre lo que se muestra y lo que se oculta. Las telas, los ropajes o las vendas tras los que se vislumbran fragmentos de cuerpos desnudos, antes yacentes, se convierten ahora en elementos que sirven como marco para lo que Álvarez Bravo quiere hacernos ver: imágenes de gestos privados y de ensoñaciones íntimas.

7. Caminar. Álvarez Bravo es un cazador de imágenes, un artista al acecho. Con frecuencia sitúa el trípode con su cámara en algún lugar donde estima que puede producirse una imagen interesante y espera con paciencia hasta atraparla. Sin reparar en la cámara, los caminantes prosiguen su camino. Es el mundo el que se mueve, no el fotógrafo, que pacientemente permanece siempre alerta.

8. Soñar. El mundo visible es una ensoñación más: una imagen frágil, delicada y perecedera. La fotografía deviene poesía; sólo ésta capta lo mudable, lo intangible y lo incierto del paso del ser humano por la tierra.

El cine. Aunque Álvarez Bravo tiene todas las cualidades necesarias para ser un gran fotógrafo cinematográfico, nunca consigue trabajar como camarógrafo en el circuito comercial de cine, controlado en esa época por el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Solicita su ingreso al sindicato en 1934, pero sólo es aceptado como fotógrafo de fijas, o stillman, nueve años después, en 1943. Además de los centenares de fotografías fijas que realiza entre 1943 y 1959, año en el que abandona el cine comercial para dedicarse a editar libros de arte, también se conservan dos cortos documentales, El petróleo nacional (1940) y Recursos hidráulicos (1952). Ambas películas dan constancia de la capacidad de Álvarez Bravo para proponer encuadres de un estilo muy personal, cercano al de su primera fotografía constructiva. De esa época datan también los comentarios y guiones de cine de sus cuadernos de notas, en los que se puede constatar que su intención estética en el cine no dista mucho de la de su fotografía. Sus guiones muestran la influencia tanto de la noción del montaje de Eisenstein como de la disonancia de imágenes chocantes del cine de Buñuel y su lejanía del estilo narrativo del cine comercial.

El recorrido de la exposición se acompaña de cinco proyecciones cinematográficas experimentales inéditas (en formato 8 mm y súper 8) que muestran su trabajo fílmico y evidencian su relación con el cine durante más de cincuenta años. Asimismo se incluyen algunos documentos como sus blocs de notas, programas de trabajo o correspondencia que mantuvo con personalidades como Henri Cartier-Bresson, Alfred Stieglitz o Edward Steichen.

Uno de los fundadores

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Objetos como signos, palabras como imágenes, reflejos como cosas: a modo de poemas gráficos, las fotografías realizadas durante ocho décadas por Manuel Álvarez Bravo lo convierten en uno de los fundadores de la fotografía moderna.

Más allá de la asociación al folclore de un país exótico, a la retórica política del muralismo o la estética del surrealismo, la fascinante y compleja fotografía de Álvarez Bravo responde a las profundas transformaciones iniciadas en México por la Revolución de 1910: el abandono progresivo de la vida rural y de las costumbres tradicionales, el surgimiento de una cultura postrevolucionaria de influencia internacional y la adopción de una cultura moderna asociada a la vorágine de la urbe.

Arraigada en la sensibilidad popular mexicana y al mismo tiempo orientada hacia una perspectiva moderna, la obra de Álvarez Bravo es un discurso poético propio, autónomo y coherente en sí mismo. Con influencias de la pintura, la gráfica, la literatura y la música, pero sobre todo del cine –el arte de su época–, su trabajo se puede entender como una búsqueda de la fotografía como arte: una interrogación en torno a las relaciones entre imagen y lenguaje, cuerpos y cosas.

Desconcertante y poético a la vez, el imaginario de Álvarez Bravo es una contribución mexicana al lenguaje de la fotografía moderna. Su obra constata la construcción múltiple del arte moderno desde una pluralidad de posiciones, poéticas y trasfondos culturales, en lugar de como una práctica central.