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Fortuny en Granada, tiempo de ensoñación

La muestra, comisariada por el coordinador de Colecciones y conservador jefe del Gabinete de Dibujos y Grabados del MNAC, Francesc Quílez, incluye 152 obras, sobre todo dibujos y bocetos, trabajos realizados por Fortuny durante su estancia granadina, antes de que el artista se marchara a Roma en octubre de 1872, complementados por algunos de los óleos más representativos de esa etapa.

Una docena de instituciones e internacionales y un importante número de coleccionistas privados han cedido obras para la ocasión, que surge de una colaboración del Gabinete de Dibujos del MNAC para la exposición Ángel Barios. Creatividad en la Alhambra, comisariada por el actual director del Patronato de la Alhambra y Generalife, Reynaldo Fernández Manzano.

Cuando Fortuny llega a Andalucía ya era un pintor de gran prestigio. Sin embargo viene a Granada con la idea de buscar un espacio y un tiempo para la redefinición de su propia pintura, protagonizada hasta entonces por temáticas costumbristas, denominadas de casacón, y que le habían reportado una gran fama, pero de las que el artista de Reus empezaba a renegar.

Granada representa para Fortuny una inspiración orientalista donde encuentra los escenarios para la renovación de su pintura, el contexto que le ayuda a reiniciar su andadura creativa. A partir de este momento, su obra contiene referencias a la ciudad, sus paisajes y recorridos urbanos protagonizados por curiosos personajes de la época. Pinturas de la importancia de La matanza de los abencerrajes, Tribunal de la Alhambra, Carmen Bastián, Paisaje de Granada, Almuerzo en la Alhambra o Músicos Árabes, entre otras, pertenecen a esta etapa creativa, una de las de mayor crecimiento de su trayectoria.

Durante su estancia granadina nació su hijo Mariano, que heredó la pasión por la creación artística, cuyo bautizo se celebró en la Alhambra, como muestra la foto de toda la familia Fortuny-Madrazo delante de la fachada del Palacio de Comares, cedida por el Museo del Prado. Además aquí recibió la visita de gran número de artistas y amigos de su círculo, como los Madrazo, Martín Rico o Moragas, pero también de artistas europeos como Clairin, Regnault o Benjamin Constant y a todos ellos les transmitió su interés por el orientalismo que representaba la Alhambra como etapa tardía del Grand Tour.

El día 9 de julio de 1870,

Texto del comisario, Francesc Quílez

la familia Fortuny-Madrazo solemnizaba su llegada a la ciudad de Granada cumpliendo con el rito preceptivo de visitar el monumento más emblemático de la ciudad: el palacio de la Alhambra.

A partir de esa fecha, el pintor inició un idilio con uno de los lugares más recónditos de la geografía europea, uno de los más alejados de la influencia de las grandes capitales artísticas. Durante dos largos e intensos años, Mariano Fortuny (1838-1874) protagonizó una relación sentimental con un paisaje con el que llegó a sentirse fuertemente identificado y en el que vivió uno de los momentos más felices de su corta existencia. La decisión de fijar su residencia en Granada, y alejarse de aquellos lugares en los que había obtenido una gran reputación artística, vino a corroborar una situación de crisis y un momento de insatisfacción provocados por una dinámica comercial en la que se sentía atrapado y de la que deseaba alejarse.

El artista llegó a Andalucía rodeado de una aureola triunfal, como un artista que había alcanzado la consagración unos meses antes, tras haber presentado en la galería Goupil de París una de las obras que más contribuyó a catapultarlo y transformarlo en un referente canónico de la pintura europea. La presentación de La vicaría venía a culminar el modelo que tantas satisfacciones le había otorgado, al concederle la oportunidad de obtener un reconocimiento público sin parangón. Sin embargo, a pesar de sus bondades, la obra reflejaba un cierto síndrome de repetición que parecía condenar al pintor a repetir unas fórmulas preciosistas y estereotipadas que, si bien constituían una receta garantizada de éxito, lo obligaban a permanecer el a una estructura rígida de la que no podía desprenderse.

En este sentido, la situación personal de Fortuny venía a reflejar el eterno dilema existente entre el deseo y la realidad. De alguna forma, en Granada encontró el clima favorable que le permitió superar la dicotomía en la que se sentía atrapado, un marco y un contexto que lo ayudaron a reiniciar su andadura creativa, cumpliendo la función simbólica de un rito de iniciación.

La prueba de esta fecunda relación fue el incremento de su, ya de por sí, admirable capacidad de trabajo. Durante estos dos años su producción se incrementó exponencialmente y, lo que es más importante, esta fecundidad se vio acrecentada por la obtención de unos frutos de una gran belleza artística. Los logros conseguidos fueron magníficos y contribuyeron al crecimiento profesional de Fortuny, que aprovechó la oportunidad que le ofrecía el entorno para reorientar su carrera y dar rienda suelta al deseo de satisfacer sus impulsos creativos.

Durante este tiempo, Fortuny realizó algunas de las obras más emblemáticas de su quehacer creativo, aquellas que, con el paso del tiempo, se han transformado en algunas de las composiciones más icónicas. Al respecto podemos mencionar pinturas de la importancia de: La matanza de los Abencerrajes, Tribunal de la Alhambra, Carmen Bastián, Paisaje de Granada, Almuerzo en la Alhambra o Músicos Árabes, por citar solo algunas de todas aquellas que hicieron de la etapa de actividad granadina una de las más signicativas de todas cuantas llegó a protagonizar.

Estos dos años también le permitieron seguir mostrando su querencia por el dibujo, un medio de expresión en el que siempre se sintió a gusto y en el que obtuvo logros muy destacados. Los trabajos gráficos permiten adentrarnos en el andamiaje del proceso creativo y un acercamiento más detallado a algunos de los episodios más representativos del período.

Más que un complemento, o un recurso instrumental, la fuerza de estos rasguños, esbozos, bocetos y dibujos preparatorios ayudan a calibrar el talento y la versatilidad del artista, capaz de dominar, con idéntica pericia técnica y virtuosismo, las diferentes vertientes compositivas. Por otro lado, este magnífico conjunto de dibujos nos brinda la oportunidad de valorar el interés del reusense por representar los rincones más insospechados del mapa de una ciudad que dibuja un entramado laberíntico, configurado por calles, callejones y plazas en los que Fortuny encontró el sosiego y la felicidad que necesitaba para reinventarse como creador y, al mismo tiempo, realizar uno de los más bellos homenajes que se pueden tributar a una ciudad fascinante, en la que vivió un tiempo de ensoñación.