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Obras maestras de la Phillips Collection

«Un pequeño museo íntimo combinado con un centro de experimentación». Duncan Phillips (1886-1966) definía así en 1926 el que fue el primer museo dedicado al arte moderno en Estados Unidos, inaugurado en 1921 en Washington. Hoy, la Phillips Collection es reconocida en todo el mundo por su fondo de arte impresionista, moderno y contemporáneo.

Impresionistas y modernos permite viajar a través de algunos de los principales movimientos que se fueron desarrollando desde el siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX, desde el realismo y el romanticismo hasta el expresionismo abstracto, pasando por el impresionismo o el cubismo. También permite conocer la historia de esta colección y de su impulsor, Duncan Phillips, un pionero, un apasionado del arte de su tiempo que, confiando en su instinto para detectar el talento, supo reunir una colección de prestigio mundial.

Esta muestra reúne 60 obras de 44 artistas europeos y americanos. Distribuida en seis ámbitos temáticos que se articulan cronológicamente, refleja la evolución de la pintura moderna desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Se inicia con una selección de obras de los principales artistas de principios del siglo XIX, artistas que revolucionaron la pintura europea como Ingres, Delacroix, Courbet o Manet, en estrecho diálogo con los grandes maestros impresionistas como Van Gogh, Cézanne, Degas, Monet y Sisley.

Ocupan un lugar central los maestros modernos que han dado forma a la visión artística del siglo XX, incluyendo a Bonnard, Braque, Gris, Kandinsky, Kokoschka, Matisse, Modigliani, Picasso, Soutine y Vuillard, junto con los estadounidenses Arthur Dove y Georgia O’Keeffe. La muestra finaliza con algunos trabajos seminales del periodo de posguerra a cargo de artistas americanos y europeos como De Staël, Diebenkorn, Gottlieb, Guston y Rothko, que contribuyen a crear una experiencia totalmente nueva para el visitante de exposición.

La Phillips Collection se diferencia de otras instituciones que se establecieron en el periodo de entreguerras del siglo pasado por el interés de su fundador en las conexiones entre las obras de arte del pasado y las del presente. Desde joven, Phillips siempre quiso apoyar a los artistas jóvenes, adquiriendo obras en base a sus méritos y no porque pertenecieran a tendencias específicas o fueran reconocidas. Apostó siempre por la idea de la modernidad como un diálogo entre pasado y presente, sin ningún tipo de restricción geográfica, nacional ni histórica.

A través de sus adquisiciones y de los programas expositivos, la Phillips Collection ha ocupado un lugar destacado en la vida cultural estadounidense desde que el museo abrió sus puertas al público en 1921. Phillips, que fue pionero en muchos aspectos, era un apasionado del arte de su tiempo y, confiando en su instinto para detectar el talento y las grandes promesas, supo reunir una colección de arte de prestigio mundial con una «visión de conjunto».

Clasicismo, romanticismo y realismo

En el arte europeo y estadounidense del siglo XIX se produce un diálogo constante entre los ideales clásicos, la imaginación romántica y el realismo de los hechos observados. El clasicismo se entendía como la búsqueda de lo intemporal e ideal a través de la conciliación entre contrarios para alcanzar el equilibrio y la claridad en la composición. El romanticismo, en cambio, priorizaba el desequilibrio, la imaginación y la emoción, y valoraba al artista independiente porque exploraba lo nuevo y lo desconocido.

Jean-Auguste-Dominique Ingres y Eugène Delacroix fueron los principales oponentes en el debate nacional que se produjo en Francia entre los partidarios del clasicismo y del romanticismo. El realismo se convirtió en el antídoto para ambos, puesto que se centraba en los hechos observables como remedio contra la naturaleza idealizada, el misterio y el exotismo. Gustave Courbet y John Constable son los máximos exponentes del realismo heroico del siglo XIX.

En mayor o menor medida, casi todos los grandes pintores de figuras de la época, entre ellos Honoré Daumier y Édouard Manet, combinaron en sus obras elementos del clasicismo, del romanticismo y del realismo. También los paisajistas conjugaron con frecuencia elementos clásicos y románticos con un nuevo interés por la naturaleza como espacio real y no imaginado. El francés Camille Corot, a principios de siglo, marcó la pauta de ese cambio con sus pequeños bocetos que captaban la luz y la atmósfera al aire libre. Las características distintivas de esa nueva forma de entender la pintura fueron la ausencia de acabados, la libertad de ejecución y la espontaneidad.

 

Impresionismo y posimpresionismo

A mediados de la década de 1860, el realismo dio paso a los impresionistas franceses, entre ellos Claude Monet y Alfred Sisley, que insistían en pintar escenas de la vida cotidiana y vistas urbanas o de paisajes trabajándolas al aire libre con una paleta luminosa y prismática. Consideraban esencial plasmar la impresión y los reflejos de la luz, así como pintar directamente delante del motivo sin dibujos preparatorios. Por otra parte, sus composiciones muestran la influencia del encuadre y la asimetría propios de la fotografía y de las estampas japonesas. Primaba en su concepción de la pintura la inmediatez del punto de vista individual del artista. Como se observa en la obra de Edgar Degas y Berthe Morisot, también se desarrollaron otros nuevos temas, como el ballet y la intimidad de la vida cotidiana.

Hacia mediados de la década de 1880, cuando parecía que la deriva naturalista del impresionismo había completado ya todo su recorrido, las vanguardias francesas se reinventaron nuevamente haciendo hincapié en la imaginación y en el uso expresivo del color. Una nueva generación de pintores franceses, con frecuencia denominados posimpresionistas, intentó superar el estilo intrínsecamente naturalista y basado en la observación de los impresionistas. El simbolista Odilon Redon, por ejemplo, quiso poner «la lógica de lo visible al servicio de lo invisible». En cuanto a Paul Cézanne, rechazó la espontaneidad de los impresionistas para crear «construcciones a partir de la naturaleza». Para Vincent van Gogh, el color era expresivo, emocional y simbólico. En la producción de todos ellos, la naturaleza ya no es el resultado final, sino que se convierte en un punto de partida para generar interpretaciones personales. El cuadro se entiende, en consecuencia, como una invención estética y no como una transcripción de la naturaleza.

Seis ámbitos

 

París y el cubismo

A principios del siglo XX, París era la capital artística de Europa, la única ciudad europea en la que podían verse las más novedosas tendencias del arte, tanto en exposiciones colectivas independientes como en las galerías más comerciales que se iban abriendo por toda la ciudad. Cada vez con mayor frecuencia, artistas de toda Europa elegían como destino la Ciudad de la Luz, el único lugar donde la imaginación podía volar sin restricciones en todas las direcciones posibles. En esa época, París ofrecía a los artistas innumerables oportunidades para captar su fascinante ambiente urbano, especialmente en los barrios bohemios cercanos a Montmartre, donde vivían muchos de ellos.

Hacia 1910, con la invención del cubismo, llegaba el momento decisivo de romper las ataduras con la realidad visual. Los artífices fueron Picasso y Braque, decididos a abandonar la perspectiva tradicional para crear un modo totalmente distinto de pintar. Los principios de forma fragmentada y puntos de vista variados en los que se basa el arte cubista acabaron influyendo en muchos pintores y escultores, llegando también hasta Gran Bretaña y Estados Unidos. Se exploraron, además, nuevas formas de representación de la figura, y se hallaron nuevas fuentes, en especial en los museos etnográficos, donde se presentaban la escultura tribal africana y el arte egipcio, que compartían una geometría expresiva simplificada de la que se apropiaron artistas como Picasso y Modigliani. Otros, como Bonnard y Dufy, adoptaron una mirada más sensual que sedujo visualmente al espectador a través del color. Sin embargo, a pesar de todos esos cambios y transformaciones, el mundo observable siguió siendo una fuente esencial de inspiración.

 

Intimismo y arte moderno

A finales del siglo XIX, en Francia se concebía la pintura como algo personal o «íntimo», vinculada a los sentimientos y la imaginación del artista. Dos de las figuras fundamentales que exploraron este terreno fueron Pierre Bonnard y Édouard Vuillard, que pintaron escenas de su vida privada, en las que incluían a amigos y familiares, con un estilo muy personal. Los interiores domésticos íntimos representados en sus lienzos contienen una carga psicológica completamente novedosa en el arte moderno y coetánea del nacimiento del psicoanálisis. Bonnard, en particular, trabajaba de memoria y no a partir de la visión del motivo: tal diferencia de procedimiento proporciona una dimensión casi onírica a sus cuadros, que en años posteriores representarían los paisajes circundantes de las casas donde vivió, tanto en las afueras de París como en el sur de Francia.

La naturaleza muerta ofrece una visión microcósmica del mundo a una escala íntima. Para los artistas de la era moderna, se convirtió en un instrumento que les permitió explorar nuevos lenguajes estéticos y artísticos, al margen de la función moralizante y simbólica que tradicionalmente había tenido como género. Los objetos que el artista elegía podían tener un valor o una importancia personales, por serle familiares, por su uso o por puro placer estético. Los maestros modernos de la naturaleza muerta en el siglo XX van desde Georges Braque, con sus composiciones perfectamente equilibradas, hasta Giorgio Morandi y su íntima poesía visual, o Ben Nicholson con sus estructuras conceptuales de inspiración cubista. No obstante, es Henri Matisse quien aporta los ejemplos más expresivos, con obras de atrevido cromatismo que combinan inventiva y vigor en un enfoque a medio camino entre la abstracción y la figuración.

 

Naturaleza y expresionismo

A diferencia del realismo, el romanticismo y el impresionismo, que ponen de relieve la representación del mundo tal y como se entiende y percibe por su aspecto exterior, el expresionismo ensalza la reacción emocional individual del artista ante el mundo. Los audaces artistas que introdujeron las innovaciones que supuso el expresionismo de principios del siglo XX no solo trabajaban en París, sino también en Alemania, Austria y América. Para esos influyentes artistas modernos, una pintura era una entidad estética formada por línea, color y forma, entendidos como elementos expresivos independientes empleados para evocar el estado emocional interior del artista o su experiencia personal.

Los expresionistas del nuevo siglo utilizaron explosiones de colores luminosos, toscas pinceladas y dibujos y perspectivas antinaturalistas; entre ellos se encontraban Wassily Kandinsky y Chaïm Soutine, de origen ruso, Georges Rouault y el austríaco Oskar Kokoschka. A Kandinsky, en particular, se le atribuye haber creado las primeras pinturas completamente abstractas antes de la Primera Guerra Mundial. Su nueva teoría sobre las relaciones estructurales abstractas definió un significado completamente subjetivo y simbólico para los colores que sería determinante en la innovadora producción de los estadounidenses Arthur G. Dove y Georgia O’Keeffe después de la Primera Guerra Mundial, y de los expresionistas abstractos tras la Segunda Guerra Mundial.

En un nuevo siglo en el que se iban normalizando la electricidad, los rayos X, los automóviles, las películas de celuloide y los aviones, todos esos cambios en la concepción del mundo y con respecto al lugar que ocupaba la humanidad en él incitaron a muchos artistas de ambos lados del Atlántico a crear equivalentes visuales de esas nuevas experiencias. El expresionismo del siglo XX intentó con frecuencia poner de relieve un sentido subyacente de lo personal y lo espiritual que pudiera abarcar lo visionario. De todas formas, aunque esos artistas europeos y estadounidenses consideraban que el arte podía expresar la experiencia personal independientemente del tema, la naturaleza siguió siendo una fuente de inspiración constante para todos ellos.

 

Expresionismo abstracto

El expresionismo abstracto suele asociarse a la nueva pintura estadounidense surgida tras la Segunda Guerra Mundial. No obstante, la concepción expresionista de la abstracción no fue una prerrogativa de los artistas norteamericanos, sino también de los europeos y, en especial, de los que vivían en el París de la posguerra, entre 1945 y 1951. Entre los miembros de la segunda Escuela de París, se encontraban numerosos extranjeros, como Nicolas de Staël, de origen ruso, y la portuguesa Maria Helena Vieira da Silva, que experimentaron con pequeñas manchas de color sobre lienzos de tamaño caballete para elaborar su particular visión pictórica. La Phillips Collection dio a conocer el trabajo de estos artistas en Estados Unidos.

Al otro lado del Atlántico, una generación de artistas que había alcanzado la madurez creativa en las décadas de 1940 y 1950 convirtió a Estados Unidos en una potencia internacional, y con ello, a la ciudad de Nueva York en la capital mundial del arte, en sustitución de París como centro de la actividad artística de vanguardia.

Afectados por la conmoción política de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias, aquellos jóvenes estadounidenses consideraron que el artista contemporáneo se enfrentaba a lo que describieron repetidamente como «una crisis del tema». Para muchos de ellos, como Adolph Gottlieb, Philip Guston, Willem de Kooning, Robert Motherwell y Jackson Pollock, la pincelada expresiva y el propio acto de pintar eran vitales como parte de la identidad esencial de la obra final, que revelaba la vida interior del artista y constituía un testimonio físico de su lucha.

Otros, como Mark Rothko, rehuyeron por completo la abstracción gestual y buscaron la fuerza de relaciones cromáticas líricas y trascendentes. Planeaba sobre todas esas tendencias la creencia generalizada de que el subconsciente era una fuente primaria de inspiración creativa. Versados en la tradición clásica, esos artistas estadounidenses de la posguerra se impregnaron de los estilos contemporáneos internacionales, pero recurriendo al mismo tiempo a fuentes no occidentales en busca de inspiración estética.