- hoyesarte.com - https://www.hoyesarte.com -

Balthus, retrospectiva en el Thyssen-Bornemisza

El propio artista señaló explícitamente algunas de sus influencias en la tradición histórico-artística, de Piero della Francesca a Caravaggio, Poussin, Géricault o Courbet. En un análisis más detenido se observan también referencias a movimientos más modernos, como la Nueva Objetividad, así como de los recursos de las ilustraciones populares de libros infantiles del siglo XIX, como Alicia en el País de las Maravillas.

En su desapego de la modernidad, que podría calificarse de ‘posmoderno’, Balthus desarrolló un estilo figurativo personal y único, alejado de cualquier etiqueta. Su particular lenguaje pictórico, de formas contundentes y contornos muy delimitados, combina los procedimientos de los maestros antiguos con determinados aspectos del surrealismo, y sus imágenes encarnan una gran cantidad de contradicciones, mezclando tranquilidad con tensión extrema, sueño y misterio con realidad, o erotismo con inocencia. En sus escenas urbanas y en sus interiores, pero también en sus paisajes y naturalezas muertas, el espacio pictórico se convierte en escenográfico, invitando al espectador a formar parte de él, mientras que el tiempo parece detenerse.

Veinte años

La exposición, primera monográfica que se presenta en España en más de veinte años, reúne 47 obras, en su mayoría pinturas de gran formato, que cubren todas las etapas de su carrera desde la década de 1920. La selección incluye algunas de sus obras más importantes como La calle (1933), que se ve en España por primera vez, La toilette de Cathy (1933), Los hermanos Blanchard (1937), Los buenos tiempos (1944-1946), Thérèse y Thérèse soñando, ambas de 1938 y magníficos ejemplos de sus polémicos retratos de jóvenes adolescentes, y La partida de naipes (1948-1950), del propio Museo Thyssen y la única obra maestra de Balthus en nuestro país; recientemente restaurada.

 

Hijo del historiador del arte y pintor Erich Klossowski y de la también artista Elisabeth Dorothea Spiro, conocida como Baladine, Balthus (Balthasar) nació en París en 1908 y creció en el ambiente intelectual y artístico de la ciudad, donde se habían instalado sus padres unos años antes. Debido a los orígenes germanos de la familia, durante la Primera Guerra Mundial tuvieron que refugiarse en Berlín y en Suiza. Tras la guerra, sus padres se separan y Baladine se convirtió en Merline, musa y compañera de Rainer Maria Rilke. Balthus y su hermano mayor, Pierre, se trasladan a vivir a Ginebra con ella y el poeta acabó ocupando el lugar de su progenitor y se convirtió en su principal mentor. En 1920, Rilke publicó una colección de dibujos a la tinta del joven artista en el libro Mitsou: quarante images par Baltusz; a partir de entonces, su apodo familiar se convertiría en su nombre artístico.

Grandes maestros

Balthus regresó en 1924 a París para dedicarse a pintar. Aunque rechazó cualquier enseñanza artística de ningún otro pintor, Pierre Bonnard, amigo de la familia, le orientó en los comienzos de su carrera, de ahí que se iniciara artísticamente dentro de un estilo postimpresionista. Sin embargo, lo que de verdad le interesaba era el estudio de los grandes maestros de la pintura, como Poussin, que copiaba en el Louvre.

En 1926 pasó varios meses en la Toscana, donde se empapó del arte de Piero della Francesca y Masaccio. Un año después recibe su primer encargo público: la realización de unos frescos para la iglesia de Baetenberg. En la década de 1930 pasa temporadas en Berna y en París, donde hace amistad con André Derain o Alberto Giacometti, entre otros artistas.

Su primera exposición individual, en 1934, incluía solo siete lienzos y aunque cosechó una crítica muy favorable no vendió ninguno. Sus imágenes pintadas a la manera tradicional, pero alejadas de las corrientes figurativas de la época, estaban cargadas de implicaciones psicológicas y de misterio. Para ganarse la vida, Balthus pintaba retratos de encargo y diseñaba decorados para el teatro y, poco a poco, fue adquiriendo cierta reputación entre la elite parisina. En 1937 se casa en Berna con Antoinette de Watterville, de quien había estado enamorado y que le había rechazado años antes.

En 1936 expone por primera vez en Londres y en 1938 en Estados Unidos. Cuando estalla la guerra es llamado a filas, pero un año después fue excluido del ejército por motivos de salud. Al final de la década de 1940, su prestigio artístico estaba plenamente consolidado. Separado ya de Antoinette, en los años 1953-1961 trasladó su residencia al Château de Chassy, en Morvan (Borgoña), donde comenzó una etapa dedicada principalmente a las bañistas y al paisaje.

En 1961, su amigo y ministro de Cultura de Francia, André Malraux, le nombra director de la Académie de France en Roma. Dedicado a la renovación del edificio histórico de Villa Médicis, sede de la Academia, que duraría 16 años, ocupa menos tiempo en su trabajo. Sin embargo, en Italia, Balthus empieza a utilizar una técnica que recuerda la de los frescos renacentistas. En 1962, en un viaje a Japón como director de la Academia, conoce a Setsuko Ideta, con quien se casaría unos años después.

En un viaje a Suiza, Balthus y Setsuko se enamoran de un edificio del siglo XVIII conocido como el Grand Chalet, en Rossinière, que había sido un hotel desde los tiempos del Grand Tour, alojando a conocidos viajeros y artistas. Tras adquirirlo y renovarlo, el pintor se trasladó allí en 1977, junto a su mujer y sus hijos, hasta el fin de su vida. Murió el 18 de febrero de 2001.

Provocación

Balthus buscaba provocar. A primera vista, sus pinturas parecen convencionales, de un clasicismo casi académico, pero no lo son, y subyace en ellas una visión psicológica mucho más compleja. El mundo se presenta como un escenario en el que los sueños se entrelazan con la vida cotidiana. Son imágenes perturbadoras, ambiguas, pueden fascinar o producir rechazo o extrañeza, pero en ningún caso indiferencia. Sus cuadros narrativos son auténticos dramas psicológicos teatralizados, escenas íntimas o tragedias domésticas que se representan una y otra vez ante la mirada del espectador. La escasa profundidad del espacio pictórico, la paleta restringida y dramática, el exagerado sentimiento de lo clásico, sus figuras sugerentes, llamativas, el erotismo velado o latente, la violencia implícita, el tiempo detenido… todo contribuye a crear esa atmósfera de misterio.

El sueño de una inocencia mítica e inalcanzable está latente en muchas de sus pinturas, así como una ambigua visión del paso de la niñez a la edad a adulta, sobre todo con respecto a la sexualidad y a la creciente conciencia del propio cuerpo. Balthus consideró “la búsqueda de la infancia, de su encanto y sus secretos” una parte esencial de su trabajo, y el motivo del juego infantil o la inspiración en cuentos populares como Pedro Melenas, de Heinrich Hoffmann, o Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, como encarnación de un tiempo mágico, evolucionaron hasta convertirse en fuente principal de inspiración y motivo de su pintura.

Las figuras adormiladas, ensimismadas, que esperan ociosas y aparentemente aburridas reclinadas en butacas o sofás y sujetando a veces un espejo o con un libro entre sus manos, remiten igualmente al cuento de Carroll, en el que el punto de partida de la narración es el tedio de la joven protagonista. Una situación que, como en los cuadros de Balthus, es la que da lugar a la revelación y a la creación. En sus memorias, el artista escribió: “(…) inmovilizarlas en el acto de leer o soñar es prolongar el privilegio de un tiempo entrevisto. El libro, entonces, es una llave que permite abrir el cofre misterioso con perfumes de la infancia. (…) Tiempo espolvoreado de oro, que no ha sufrido la alteración del mundo, tiempo circundado de un lado mágico, tiempo inmovilizado en lo que ven, sonriendo, las soñadoras. Tiempo surreal propiamente dicho y no surrealista”.

Balthus era conocido por trabajar despacio y durante mucho tiempo en cada una de sus pinturas, y tenía empezadas varias al mismo tiempo. La pintura era para él un arte de la paciencia, una larga historia con el lienzo, un compromiso con él. La paciencia se revela como condición fundamental de su concepción artística y orientó su trabajo hacia la forma de pintar de los viejos maestros, que exigía tiempo y que representó para él un ideal, en contraposición a la concepción moderna del tiempo, caracterizada por la velocidad y la aceleración: “Arte de la lentitud, en la que sin embargo la obra avanza”.