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Toshiro Yamaguchi, sobre el color y la pureza

Toshiro Yamaguchi. Red flowers. [1]

Toshiro Yamaguchi. Red flowers.

«Pintar cuadros es el acto más sencillo y más fundamental mediante el cual uno puede expresar la esencia más profunda y rica del ser humano», explica el artista.

Yamaguchi se adentra en las pinturas antiguas, por lo que se remonta a Altamira para encontrar el hilo conductor que cruza y guía la historia del hombre y del arte. Descubre en el camino las conclusiones de Jackson Pollock que llega a justificar la unión entre las prácticas de occidente con el arte oriental de la única manera posible, a través de la armonía entre el hombre y la naturaleza a través del espíritu.

Su complejidad se vuelve comprensible porque entiende que el todo es nada y la nada el todo. No contempla la existencia de nada independiente o sin interrelación. Encuentra refugio en la ciencia para poner en palabras lo que la meditación, el estudio y su intuición le indican. Su implicación es absoluta, su preocupación es vital, su trabajo incansable.

El color tiene un papel predominante en muchas de sus obras. Pero va más allá, y entra en absoluta complicidad con su trabajo, mezcla pigmentos con papel mache constituyendo una pasta que dejará caer suavemente sobre el soporte a modo de labrador que ara la tierra dejando los surcos sobre los que sembrará su futuro, siempre incierto.

Toda actuación artística implica en Toshiro Yamaguchi un proceso meditativo. El artista japonés parece necesitar esa connivencia consigo mismo para trabajar, para transmitir esa paz, ese equilibrio y esa coherencia inevitable entre todos los elementos que conforman el universo y que él conjura en busca de una completa armonía.