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Tres décadas de Txomin Badiola

El propio Badiola explica así la naturaleza de esta exposición:

«Una exposición recién terminada siempre me suscita el mismo sentimiento: la intuición de que será la última, que no podré dar más de mí, que hasta aquí hemos llegado. Es algo que se remonta muy lejos, diría que a los principios. Debería estar acostumbrado, y sin embargo, cada vez se produce el sobresalto con una renovada intensidad. Es una especie de sorpresa, que me indica que nada está asegurado, que el hecho de que se puedan reunir unas obras nuevas en una exposición (independientemente del juicio que merezcan) es de la índole del milagro, que, al menos para mí, no hay nada natural en ello.

Cada obra es un viaje que comienza con una bravuconada (“quiero esto y voy a por ello”) a la que inevitablemente sigue una humillación (“no tienes ni idea de lo que quieres”). Tras una serie de negociaciones se concluye en un objeto que tiene algo de respuesta (“debe ser esto lo que realmente quería”). Algo se ha precipitado (en el sentido químico) y lo que tenga de respuesta, aunque sea parcialmente, debería estar ahí, pero eso es algo que solo podrá ser interrogado con una nueva obra, con otro precipitado. Lo que se gana o se pierde en este proceso es incierto, no admite cálculo, es más bien una opción de vida.

Todo nos sobrepasa, nuestro control es relativo, ejercido a duras penas por una técnica que se va intuyendo en tiempo real en el momento mismo de su aplicación, por lo tanto cualquier posibilidad de volver sobre lo realizado no es desdeñable.

Aunque mi trabajo no es en ningún caso autobiográfico –más bien diría que trata de esa otredad que queda concitada en todo lo que hago–, sí que diría con Unamuno que mis obras son mi biografía y la única posibilidad de obtener una representación de mi propia trayectoria vital. De hecho, ello se vislumbra como una de las tareas necesarias, siguiendo el argumento de Schopenhauer de que los 40 primeros años de la existencia proporcionan el texto, los treinta siguientes, el comentario.

El problema es cómo seguir siendo productivo a partir de unas obras que excluyen al propio artista, que, por consumadas, es como si, al menos para ellas, el artista estuviera ya muerto. Las obras que integran esta exposición han surgido, como un comentario, como una nueva fase en la interrogación permanente que retorna sobre lo mismo para intentar aprehender aquello que siempre se escapa.

Una operación que está, en la actual circunstancia, marcada por un obligado proceso de revisión (individual y colectivo junto a otros artistas) del trabajo realizado en algo más de tres décadas y que dará lugar el próximo otoño a una exposición retrospectiva organizada por el Reina Sofía en el Palacio de Velázquez en Madrid.

En el conjunto de obras incluidas en esta exposición flotan muchos de los temas, referentes, procedimientos, imágenes o intuiciones constantes a lo largo de una trayectoria que no explican nada (no son ni intenciones ni resultados), sino que exponen aquello que está puesto en juego, la trama incompleta y fragmentaria de significantes en donde uno recurrentemente se pierde y se encuentra».

Cinco grupos de obras

La exposición incluye cinco grupos de obras. El primero, Dada la acumulación de pruebas (Bastardo), consta de cuatro obras que vuelven sobre la idea de Bastardo, un tipo de obra concebida a comienzos de los años 80 que se ha considerado origen de muchos de los desarrollos posteriores. Es, de algún modo, paradójico que el bastardo constituya un origen, cuando por definición es algo que “se aparta de sus características originales o las va perdiendo, que desdibuja su origen”.

El segundo grupo está formado por cuatro esculturas-instalación: La práctica incondicional de la razón; Importa saber quién manda; Le Radeau (¿Qué es lo que veo?, ¿qué es lo que no ves?) y Contra-Goodvives-Relieve (Let her paint).

Le sigue la obra Mitologías. Todos sabemos ya quienes somos, una historia que habla de un grupo de artistas (GAUR o EAE) que actúan políticamente emulando acciones artísticas o actúan artísticamente emulando acciones políticas.

El visitante también se encontrará con Conjetura (Objeto Malo) en dos versiones, donde se muestra cómo la inversión emocional que el artista proyecta hacia los objetos los convierte en los imprescindibles agonistas frente a su ego. Y, por último, La serie Desorganización de la idolatría es un conjunto de trabajos a base de collages fotográficos y fotografías intervenidas que «barajan el mazo» de las imágenes descartadas de trabajos anteriores.


Sobre Badiola

Txomin Badiola estudió en la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, donde fue profesor entre los años 1982-1988. Junto a Angel Bados impartió en Arteleku, San Sebastián, dos cursos en 1994 y 1997 que resultaron muy influyentes para varias generaciones de artistas vascos. Ha escrito numerosos artículos para revistas y textos para catálogos. Ha sido comisario y como artista ha expuesto en numerosas galerías e instituciones nacionales y extranjeras. En el año 2010 plantea y desarrolla junto a Jon Mikel Euba, Sergio Prego y 15 voluntarios el PRIMER PROFORMA 2010. 30 Ejercicios. 40 días. 8 horas al día, un proyecto para el MUSAC que intenta trascender las nociones convencionales de lo expositivo y lo pedagógico.