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Una hora en la vida de Stefan Zweig

El texto ahonda en la tarde del 22 de febrero de 1942, cuando Zweig y Altman, exiliados en Brasil, deciden poner punto y final a sus vidas, que quedaron sentenciadas bajo esta frase: “Saludo a todos mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy de aquí antes que ellos”, pronunciada por el escritor.

Sin embargo, mientras el matrimonio prepara todos los detalles de su suicidio, un exiliado judío, recién llegado de Europa, se presenta en la casa planteando al espectador cuestiones como las siguientes: ¿Quién es este extraño e inoportuno visitante? ¿Cuál es su secreto? ¿Es realmente judío o un agente al servicio de los nazis? Y, sobre todo, ¿por qué muestra ese indisimulado interés por una lámina de William Blake que durante años perteneció a Zweig?

Los tres personajes están interpretados por el veterano actor Roberto Quintana, que da vida a Zweig; la actriz Celia Vioque, en la piel de una Lotte 27 años más joven que su esposo, y el exiliado Fridman, encarnado por Íñigo Núñez.

Una hora en la vida de Stefan Zweig se plantea, tal y como asegura Sergi Belbel, “con una escenificación de proximidad, como si los espectadores fueran voyeurs de ese momento íntimo, desesperado y trágico”. Además se sumerge en los temas que obsesionaban al autor austriaco, desde la desesperación provocada por el nazismo y su extensión por Europa –aún quedan tres años para el final de la guerra y en este momento los nazis tienen en su poder la mayor parte del continente y están cerca de Moscú–, hasta una reflexión profunda sobre la decadencia de Occidente y, por extensión, sobre la absurdidad de la existencia. La historia, afirma Belbel, está narrada con “ingenio, respeto, misterio y grandes dosis de humanidad”.