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José Herrera, entre la distorsión y la serenidad

Formado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, a la que siguió vinculado como docente hasta su jubilación, Herrera encarna, en palabras de González, «una de las trayectorias más coherentes y tenaces del panorama español». Se inscribe en la generación de los 80 del pasado siglo y entre quienes propiciaron en Canarias la renovación de los lenguajes plásticos, que presenta en ese tiempo una serie de particularidades que las vinculan más a corrientes centroeuropeas y latinoamericanas que a la formalización producida en el resto del país.

Resulta complejo definir su trabajo en torno a categorías como escultura, pintura o dibujo. «De múltiples formas persigue la expansión de la línea como elemento esencial del dibujo pero procurando alcanzar la tridimensionalidad -destaca el comisario de la muestra-, tensando así el espacio en un extraño equilibrio entre la distorsión y la serenidad. Definido muchas veces como artista del silencio y la simplicidad, termina por encerrar en su trabajo una complejidad procesual que, sin embargo, acaba por quedar oculta a ojos del espectador».

Esta exposición, sin embargo, no se ha planteado en términos cronológicos, ni pretende hacer entender al visitante una evolución estilística como mero devenir de un medio a otro. Fiel a la forma de percibir su propio trabajo se ha procurado que quienes participen de ella lo hagan bajo la premisa de una experiencia espacial, tal y como el artista ha trabajado siempre. Así, obras de distintas procedencias y periodos coinciden por primera vez en estas salas con el fin de desvelar su tránsito coherente y riguroso.

¿Pintura o escultura?

«Al interrogar a José Herrera sobre su obra no acaba nunca de definir si lo que vemos es escultura o pintura», destaca el director del TEA. «Parece, eso sí, nacer de la pulsión del dibujante quien infatigable ensaya posibilidades. En el pliegue de las sábanas, en las capas de veladuras de óleo, en los materiales pobres como la escayola, que requiere de capas y capas, se nos presenta una fe inquebrantable en el trabajo que alimenta lo introspectivo al igual que los interiores profusamente dibujados que sólo él conoce».