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Mike Disfarmer y su ajena mirada a la sociedad

Mike Meyers, más conocido por el seudónimo que eligió, Disfarmer, se crió en Arkansas y pronto se mudaría al pequeño pueblo rural de Heber Springs donde iniciaría su trayectoria fotográfica. En esta localidad empezó a retratar la realidad que le rodeaba, familias del campo dedicadas a la labranza y el cuidado de sus granjas, un mundo del que el propio artista procedía pero que rechazaba intensamente, manifestándolo en su propio apodo (dis-farmer: anti-granjero).

Por su estudio pasaron generaciones completas, desde equipos de fútbol del instituto del pueblo a soldados, pero también mujeres cuyos maridos partieron a la Primera o la Segunda Guerra Mundial y rostros afectados por las penalidades que la Gran Depresión dejó en la sociedad más llana de Norteamérica. De modo que los álbumes familiares de este pueblo atesoraron lo que, hacia la década de los setenta, se redescubrió como un compendio ejemplar de la fotografía pura y realista de la época, que también contó con grandes nombres como el de Dorothea Lang, Ben Shaln o Walker Evans, aunque estos, a diferencia de Disfarmer, con trabajos de encargo del Gobierno federal.

Redescubrimiento

A partir de su redescubrimiento, marchantes y coleccionistas buscaron sus instantáneas sin éxito, hasta que el periodista y fotógrafo Paul Miller lograra, junto a Julia Scully, entonces editora de Modern Photography, hacerlas resurgir organizando la primera exposición de Disfarmer a partir de las copias póstumas tomadas de los negativos conservados.

La influencia de su obra se fue acrecentando poco a poco en el imaginario de los grandes autores del siglo XX –Richard Avedon lo cita como una fuente directa de su serie sobre el American West– y llega hasta nuestros días, organizándose la gran retrospectiva Disfarmer: The Vintage Prints en la Fundación FOAM de Ámsterdam, de donde proceden las piezas expuestas en Bernal Espacio Galería, cuya exhibición queda envuelta por la melodía del músico de jazz Bill Frisel Disfarmer, álbum creado inspirándose en sus fotografías tras visitar Herbel Springs y del que se ha editado un vídeo, presente igualmente en la muestra.

En ellas se aprecia el estilo que define y caracteriza las imágenes de Disfarmer. Los personajes se sitúan frente a la cámara, de forma directa y sin distracción alguna, con una mirada clavada en el que fue el objetivo de su cámara y en lo que ahora es el espectador. Sobre un fondo neutro, se recortan las figuras de grupos, parejas o individuos en los que se pueden rastrear los trazos de la época, como la moda masculina y femenina en sus ropas y peinados. Pero los auténticos protagonistas son sus rostros, sus expresiones, sus ojos en los que se concentra toda la vitalidad que falta en el estatismo y la petrificación de sus cuerpos. Así emerge un desajuste en las efigies que produce un enigmático efecto entre la lejanía y la intimidad, como un estado a medio camino entre el secreto y su revelación que nos recuerda que Disfarmer, después de todo, perteneció a una sociedad con la que no se identificó y de la que intentó escapar, curiosamente, retratándola.