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Tranströmer, adiós a su poética de invierno

En sus escritos reina la luz y la atmósfera del norte extremo. Escrita casi siempre en presente y con una observancia del instante como elemento esencial de lo que el poema narra, el conjunto de su obra recibió por unanimidad el Premio Nobel de Literatura en 2011 [1]. La Academia argumentó su decisión porque «a través de sus imágenes condensadas y translúcidas, nos da un acceso fresco a la realidad». El dictamen de la Academia destacaba además su virtuoso y riguroso uso de la metáfora.

Poeta y más

Psicólogo que desarrolló gran parte de su profesión en centros penitenciarios y en hospitales, al lado de enfermos terminales, Tranströmer se vió golpeado en 1990 por una hemiplejia que además de paralizarle la mitad derecha del cuerpo, le robó la voz, provocándole una afasia que le acompañó hasta su muerte. «Este hecho me obligó a refugiarme en otras formas de expresión, como la palabra escrita, el arte y la música del piano». De hecho tocaba cada día especializándose en obras a una mano de Scriabin y Mompou.

Su obra, traducida a medio centenar de lenguas, integra una docena de libros que se extienden entre 1954 (17 poemas) y 2004 (El gran enigma). En España, Nórdica Libros ha publicado el conjunto de su creación poética [2] en los volúmenes El cielo a medio hacer –que incluye su breve pero insoslayable autobiografía Visión de la memoria–, y Deshielo a mediodía. Y bajo el titulo Air Mail se recoge su epistolario con el poeta Robert Bly.

Por encima de latitudes

Tomas Tranströmer recoge en primera persona trozos de una realidad presidida por el invierno. Ya el que establece la climatología, ya el que merodea en los misteriosos recovecos del interior del ser humano. Los limpia de lo superfluo, los pule de un modo sencillo pero sin restarle ese halo de misterio que se cobija detrás de cada existencia. Los deja sobre el papel… El resultado es un sinfonía de palabras en la que confluyen la realidad y su reverso, la cotidianeidad y lo mítico, lo clásico y la vanguardia mientras, muy lejano, imperceptible casi, al fondo de la niebla llega a escucharse el melancólico rasgarse de un violonchelo.

Leer a Tranströmer nos hace, al tiempo, más fuertes y vulnerables. Su poesía nos confortó y nos abrigó en el frío. Por él supimos que las latitudes no son un elemento esencial en el proceso creativo porque por encima de la geografía persevera el lenguaje. Como el que brota de los elegidos, el suyo nos instala en la paradoja. Nos entibia el corazón desde el invierno más real, crudo y descarnado.