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Adiós a Rafael Sánchez Ferlosio

Minucioso, detallista, en ocasiones algo excéntrico, con un estilo muy personal y de fuertes convicciones, Sánchez Ferlosio había nacido en Roma (Italia) en 1927, donde su padre, el escritor falangista Rafael Sánchez Mazas, era corresponsal del diario ABC.

Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, donde entró en contacto con Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite (con quien se casaría en el año 1954). Todos ellos integraron la denominada ‘Generación del 50’. Junto a Aldecoa asumiría la dirección de la Revista Española, donde se dieron a conocer escritores de la época.

En 1955 consiguió el Premio Nadal por El Jarama, novela a la que se han dedicado numerosos estudios por su consideración de hito literario de la posguerra española. En 1994 publicó Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, por el que recibió el Nacional de Ensayo. En 2004 obtuvo el máximo galardón de las letras españolas, el Premio Cervantes, en reconocimiento a “su espíritu libre y su trabajo como narrador y ensayista”.

“Lamentamos enormemente su pérdida y lamentamos el hueco especial, particular, siempre inteligente, siempre incisivo, siempre alumbrador en su literatura y en su prosa”, ha declarado el ministro de Cultura, José Guirao, tras conocer el fallecimiento del escritor. “Es la pérdida de un personaje único dentro de la literatura española. En los años 50 revolucionó la narrativa y con posterioridad transitó a una especie de ensayo literario, social, político, critico, siempre brillante, que nos dio obras maravillosas hasta el final de sus días”.

Ferlosio enmudece

Por Javier López Iglesias

De la palabra hizo pluma y espada. Cuando la utilizó como pluma, Rafael Sánchez Ferlosio dejó para la literatura obras ya emblema, como Alfanhuí o El Jarama. Cuando tornó arte por combate, ejerció –acerada, feroz– la voz crítica –inteligente, necesaria– que llamaba a las cosas por su nombre. El Ferlosio que en la madrugada de ayer enmudeció hizo a menudo de ese espejo –honesto siempre e incómodo, radical y hasta brutal en ocasiones– que devuelve la imagen de quien se mira sin maquillajes ni componendas.

Así era. Así fue el escritor que en 1951 dejó sus primeras líneas para la imprenta: “El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un solo ojo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos. Hacía luna, y a picotazos de hierro los mataba”.

Se abría así Industrias y andanzas de Alfanhuí, que autoeditó con la decisiva aportación de las 13.000 pesetas que le prestó su madre. Aquella primera obra que el propio autor tenía como su favorita: “De todo lo escrito acaso solo me quedaría con Alfanhuí”, confesó recientemente quien en 1955 ganaría el Nadal con El Jarama, cuarenta y nueve años más tarde el Cervantes y en 2009 el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Nacido en la margen izquierda del Tíber, en el llano designado como Campo de Marte, en donde su padre, Rafael Sánchez Mazas, ejercía como corresponsal, Ferlosio supo pronto que lo suyo era escribir. Así lo ha hecho, a su modo, a lo largo de muchas décadas. En ese “a su modo” se inscribe un autor poco convencional.

En los años de juventud, “yo fui joven también, aunque parezca mentira”, se doctoró en Filosofía y Letras. En las aulas de la Complutense se hizo amigo de Jesús Fernández Santos, de Carmen Martín Gaite, con quien se casó en 1954 y con la que vivió durante diecisiete años, y de Ignacio Aldecoa, con quien compartiría la dirección de Revista Española.

Compaginando ficción y ensayo, huido siempre del mundo literario “oficial” y de lo que él mismo califico de “perniciosas influencias dominantes”, se forjó un testigo excepcional de las transformaciones vividas por España. Sobre ellas y desde un permanente ejercicio de sagrada independencia, “la independencia de pensamiento tiene que ser algo sagrado”, escribió sin dejarse casi nada en el tintero.

Ese autor del que Miguel Delibes escribió: «Si a mí se me pidiese un nombre, uno sólo, entre los aparecidos en la novela española de posguerra con categoría suficiente para afrontar la inmortalidad literaria, yo daría, sin vacilar, el de Rafael Sánchez Ferlosio». ¡Casi nada!

No se callaba Ferlosio ni disimuló lo que pensaba y eso tejió en algunos círculos fama de huraño. Pero quienes lo trataron de verdad hablan de un individuo entrañable que se reía de casi todo.

“Filósofos deberíamos ser todos y después albañiles, carpinteros, matemáticos o, como es mi caso, plumífero, que no es otra cosa que aquella persona que tiene por oficio escribir, algo que no tiene ni más ni menos mérito que cualquier otra actividad”. Así era quien tituló su texto más personal como La forja de un plumífero.

Así fue. Su voz enmudece. Su obra refuerza el eco de lo destinado a trascender.





Discurso Rafael Sánchez Ferlosio, Premio Cervantes 2004

Obra

Novela

Relato

Ensayo

Obras completas

Entres sus numerosos galardones están: