A Borg (Estocolmo, Suecia, 1956) le recuerdo siempre ganando en una pista con una cinta en la cabeza; un poco después, ya retirado, le visualizo luciendo palmito en revistas del corazón, siempre bien acompañado, como un vikingo de rubia cabellera y muy delgada silueta. Pasó el tiempo y no supe de él hasta que unos años antes de la pandemia se estrenó la película Borg McEnroe sobre el enfrentamiento entre dos leyendas que en apariencia –ojo: solo en apariencia– no podían ser más distintas. El volcán estadounidense, el rey de las rabietas, el chulazo de Nueva York (aunque naciera en Alemania) que rompía raquetas, acojonaba a los jueces de silla y montaba pollos que nos encantaban. Y en frente el hombre de hielo que no mostraba emoción alguna hasta que ganaba el punto de partido que le daba el título porque, pasara lo que pasara, ganara o perdiera un punto, tarda menos de un segundo en concentrarse en el siguiente. El mismo que un día descolocó al planeta al anunciar que colgaba la raqueta, todavía de madera, en la cumbre de su carrera a la edad de 26 años y con un currículum que incluía 11 Grand Slams (cinco títulos en Wimbledon y seis en Roland Garros). Para hacerse una idea diremos que Rafa Nadal y Novak Djokovic ganaron su último Grand Slam con 36 años. Además eran otros tiempos: a finales de los setenta, primeros de los ochenta, un tenista de élite podía renunciar a un gran torneo si pagaban mejor uno de exhibición.
Aquel sueco con aversión a los medios de comunicación está ahora de vuelta porque se han publicado en España sus memorias con el título de Latidos, escritas con la colaboración de Patricia, su tercera esposa. El libro es la oportunidad de conocer, por fin por boca de su propio protagonista, qué le llevó a decir de pronto y tan pronto eso de “hasta aquí hemos llegado” como hiciera, por ejemplo, su paisana Greta Garbo justo cuarenta años antes también en plenitud de facultades. Borg nos cuenta que Jimmy Connors o John McEnroe podían ser rivales de aúpa pero que, para contrincante temible, su propia cabeza, “el duelo contra mí mismo”, una suerte de “gemelo malvado, cual pequeño demonio encaramado a mi hombro que se empeña en arrastrarme hacia una densa oscuridad”.
Hijo único de una familia humilde, siempre tuvo en sus padres un apoyo constante en su impecable carrera como deportista y en su desastrosa peripecia como marido y padre de dos hijos. Su padre y su madre son tan protagonistas de sus memorias como Lennart Bergelin, Labbe, que se fijó en él cuando tenía 14 años y se convirtió en su entrenador y segundo padre en un mundo, el de la alta competición, donde se pasa tanto tiempo fuera de casa de hotel en hotel. En esos primeros años ya se va perfilando su carácter obsesivo, tremendamente supersticioso y su enorme fortaleza mental que le hacía confiar tanto en sí mismo en los momentos de mayor presión. Esa frialdad que desde fuera se había convertido en un rasgo definitorio de Borg no respondía a la realidad. Por dentro era, según él mismo confiesa, una verdadera montaña rusa que mantenía a raya controlando de forma estricta las horas de sueño, la alimentación y el entrenamiento. Ya se ha dicho: un día decidió que lo que había sido una pasión ya no le motivaba y se dispuso a vivir una vida ajena a la disciplina que requiere la élite de este deporte. En poco tiempo empezó una etapa como empresario que no supo gestionar y, sobre todo, cayó en el abismo de las drogas. Estaba convencido de que su mente necesitaba huir y que podía hacerlo evadiéndose con el alcohol y las drogas (había probado la cocaína por primera vez en una de sus excursiones a la discoteca neoyorquina Studio 54) que casi se lo llevan por delante más de una vez. “Era un camino equivocado y un acto de enorme egoísmo por mi parte: ese tipo de huida, en realidad, golpea con fuerza a los que te rodean”.
Estamos en noviembre. Este mes es el de concienciación del cáncer de próstata, el tumor más común en el varón y el que desarrolló Borg. El libro se cierra con un revés inesperado: a la dureza del diagnóstico se suma su extensión en fase avanzada. Felizmente la cirugía ha hecho su trabajo con eficacia y ahora le quedan por delante las revisiones. Él ya ha revisado su vida demostrando que si bien no tiene un ayudante como el que encontró André Agassi en el gran J.R. Moehringer [1] para su libro Open, sí tiene, sin ningún género de dudas, una biografía a la que no le falta de nada y que merece ser leída.
Latidos [2]
Björn Borg con Patricia Borg
Traducción de Elda García-Posada Gómez
Editorial Alianza
356 páginas
22,75 euros
