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Si crees en mí, te sorprenderé

Vicente del Bosque, el seleccionador español de fútbol, acompañó a Anna en la presentación del libro para destacar la aventura de alguien que, en lugar de ver limitaciones, dibuja horizontes donde todo es posible; sumando capacidades y con el trabajo en equipo como mensaje de integración. «Estamos ante un testimonio positivo de esfuerzo y de motivación que demuestra que todos somos capaces de todo si los demás creen en nosotros y si nos rodeamos de las personas adecuadas que nos ayuden a conseguir un objetivo», comentó el seleccionador.

Mayor esfuerzo

Desde siempre, a Anna le ha costado más las cosas que a sus hermanos. Cuando ellos gateaban, ella seguía en la cama; cuando ellos caminaban y corrían, ella empezaba a gatear, y cuando ellos hablaban, a Anna no le salían las palabras, de hecho le costaba trabajo entender lo que decían. Al empezar ellos el cole, ella iba aún al jardín de infancia con niños más pequeños. Sin embargo, cuando cumplió cinco años sus padres decidieron que fueran todos a la misma escuela.

Ella estaba feliz aunque fuera a clase con un grupo de niños dos años más pequeña que ella. Pero un día, cuando Anna cumplió los 11 años, le pidieron que realizase un trabajo sobre la cordillera del Himalaya, y ella preguntó, ¿qué era eso del Himalaya? Le pidió ayuda a sus padres y ellos se dieron cuenta de que no podía continuar en aquella escuela. Anna no podía seguir el ritmo de sus compañeros, así que el curso siguiente lo inició en un centro de educación especial. Para Anna fue duro empezar de nuevo en un lugar donde no conocía a nadie… y sin tener cerca a sus hermanos.

Pero como dice ella, «cada vez que creemos que algo es imposible, levantamos una alta montaña delante de nosotros. Pero cuando nos ponemos en camino, ya no vemos la cima tan alta ni el camino tan difícil y al pisar la cumbre, nos reímos del miedo que sentíamos antes de empezar. Todos tenemos algún Himalaya que subir, algún objetivo que conseguir. Sin miedo, todo se vuelve posible».

Lo que esperan de nosotros

Como le ha explicado su madre a Anna, somos lo que los demás esperan de nosotros, el llamado efecto Pigmalion. De esta manera, si crees que dentro de ti no hay nada de valor eso es lo que obtendrás, pero si crees que dentro de ti hay un río lleno de pepitas de oro, te pondrás a la altura de lo que ha visto el otro y le devolverás el brillo. Y con Anna ha ocurrido lo mismo, ha sido muy importante lo que le ha transmitido su familia, jamás le han hablado de sus limitaciones, solo de sus posibilidades. Y ahí está la diferencia, le han enseñado a ver lo que puede ser, y eso se debería hacer con todas las personas que nos rodean.

Pero también Anna ha vivido un efecto Pigmalion negativo, personas que la etiquetaban con palabras como «subnormal», «mongólica» o «disminuida». Por ello es importante la utilización del lenguaje porque puede crear actitudes y perspectivas positivas o negativas.

Así que como le enseñó a Anna su psicopedagoga hay que elegir bien las palabras, ya que dan forma a la realidad que te rodea. En lugar de decir: “Tengo un problema”, es mejor decir “voy a encontrar una solución”; en lugar de decir: “He fracasado en…”, es mejor decir “estoy aprendiendo a…» y en lugar de, por ejemplo: “tal persona me ha decepcionado…”, es mejor decir “ahora conozco mejor a tal persona…»

Así que, como nos explica Anna en Si crees en mí, te sorprenderé, hay que tener cuidado con las palabras que elegimos porque para bien o para mal, «nos pueden ayudar o nos pueden hacer daño».

Si para una persona que no es Down ya es difícil encontrar un trabajo, para alguien como Anna muchísimo más. Tras pasar por uno, frustrante, en un supermercado, un día entró su hermano Marc con sus padres en su cuarto y le propusieron que trabajará con ellos, y con su hermano Pau, en la Fundación Itinerarium, una iniciativa que mezcla tecnología y pedagogía.

¿Y cuál sería el trabajo de Anna? En su primer día todos la recibieron con un aplauso y la presentaron a sus compañeros de trabajo: Jose, Job, Julen y Roser. Lo primero que hizo fue aprender a mecanografiar con un programa de ordenador. Y aunque al principio cometió muchos errores eso no la desanimó a continuar adelante.

Tipografía Anna

Después de su éxito con la mecanografía, empezó a escribir a mano sobre papel. Anna había encontrado lo que le gustaba y aquello con lo que se sentía bien, escribir. Un día Julen comentó que tenía que hacer un trabajo para la Universidad. El tema era la dimensión social del diseño, Anna no entendía que significaba eso, pero mirando los folios escritos por ella todos le dijeron: “Sería genial poder hacer una tipografía con tu letra”.

Cada día, Anna y Julen trabajaban a fondo una letra. El 21 de marzo, Día Mundial del Síndrome de Down, la Fundación aprovechó para contar a todo el mundo lo que estaban haciendo. Los medios de comunicación no tardaron en hacerse eco de esta iniciativa. Y el 1 de septiembre de 2012 llegó el gran día, consiguieron concluir el trabajo. La tipografía estaba acabada y digitalizada. A partir de entonces se podía hacer cualquier cosa con ella: imprimir, estampar, escribir el nombre de cualquier persona…

De esta forma comenzó su andadura la Tipografía Anna, un abecedario surgido con el objetivo de sensibilizar sobre las capacidades que anidan en cada persona. La de Anna ha fraguado en un producto que han hecho suyo, entre otras muchas personas, el campeón del mundo de motociclismo Jorge Lorenzo o el futbolista Andrés Iniesta.

Como concluye con una clarividencia desbordante Anna Vives: “A medida que voy viviendo, me doy cuenta de la barrera más alta que hay entre nosotros y lo que deseamos hacer está en nuestra cabeza».

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Si crees en mí, te sorprenderé [2]

Anna Vives (con Francesc Miralles)

Planeta

200 páginas

17,50 euros