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Guía para ocupantes del cuerpo humano

Bill Bryson es uno de los escritores más divertidos del panorama literario actual. Nació en Iowa (EE.UU.) en 1951, pero durante años ha vivido en Inglaterra, por lo que, además de estadounidense, se siente británico de adopción. Durante años trabajó como periodista para distintos medios (The Times, The Independent, National Geographic…) hasta que el éxito de sus libros le permitió dedicarse solo a la literatura.

En su producción ocupa una parte importante la literatura viajera, reflejo de su deseo de ver el mundo y apreciar lo diferente desde una edad temprana: “La parte más excitante de viajar, ya sea para escribir o por placer, es el sentimiento de que estás descubriendo algo, cuando te topas con algo increíble a la vuelta de la esquina de cuya existencia no tenías ninguna noticia”.

De su primer viaje largo a Europa en la década de los 70 nació el libro Ni aquí ni allí: Viajes por Europa, publicado a finales del siglo pasado. Desde entonces, no ha dejado de viajar y de publicar libros caracterizados por su capacidad de observación, abundante información y humor desenfadado, como ponen de manifiesto: En las antípodas, seguramente el libro de viajes más divertido que se haya escrito sobre Australia; Notas desde una pequeña isla, donde prueba su capacidad para diseccionar el lugar visitado; El continente perdido, que describe una ruta por carreteras secundarias de Estados Unidos, y Un paseo por el bosque, un relato de su viaje a pie por el sendero más largo del mundo, el que recorre los Apalaches en la costa Este de los Estados Unidos.

Aunque reconoce que hoy el mundo es menos exótico y misterioso, donde cada vez es más difícil encontrar las diferencias, Bryson no parece dispuesto a dejar de viajar ni de incitar al lector a que lo haga.
En uno de sus viajes, mientras sobrevolaba el Pacífico, se percató de su ignorancia sobre los procesos que permitieron la formación de los océanos; después de tres años de preguntarse sobre ésta y otras muchas cuestiones acerca del mundo, surgió su ameno libro de divulgación científica Una breve historia de casi todo. No obstante, también ha sabido regresar y quedarse en casa, aunque fuera para escribir En casa: una historia de la vida privada, reflexionar acerca de Shakespeare o indagar en el inolvidable verano de 1927, en el que una serie de acontecimientos parecían anunciar una nueva época: 1927: Un verano que cambió el mundo.

La curiosidad, ese impulso que hace al ser humano un homo habilis y constituye su esencia viajera, es lo que nuevamente ha llevado a Bill Bryson, acaso con el objetivo de utilizar adecuadamente ese don recibido de Hermes, a indagar en esa “guía para perplejos”, que constituye el libro de instrucciones del cuerpo humano: “La mayor parte de la mejor tecnología que existe en la Tierra está dentro de nosotros”.

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Su insaciable sed de conocimiento ha dado como resultado El cuerpo humano. Guía para ocupantes [1] (RBA, 2020), en el que el lector puede comprobar una vez más los tres ropajes que uno encuentra siempre en la mochila de Bryson: la curiosidad, el humor y la satisfacción de haber tenido una infancia feliz y, en caso de no haber sido así, el convencimiento de que nunca es tarde para tenerla, sobre todo si uno se dedica a jugar tratando de descubrir las piezas del funcionamiento de un mecano tan asombroso como el propio cuerpo.

A mí, personalmente, me ha transportado a las lecturas de aquellos estupendos libros de bolsillo de la colección Time-Life: Materia, El cuerpo humano…, que me introdujeron en el laberinto de la ciencia allá por los años 60, y también a la didáctica serie televisiva Érase una vez…, de los años 90, con la que traté de interesar a mis hijas.

Parafraseando a Jean Paul Clébert diremos que Bryson para saciar su hambre literaria ha utilizado una conjunción de cualidades que pasan por la mente abierta, el ojo husmeador, el oído avizor, la nariz alerta y cierto desprecio a sentar cátedra.

Aquí están espigados algunos de los granos de su abundante cosecha:

– Para “construir” un ser humano son necesarios un total de 59 elementos (…), tan solo 6 elementos (oxígeno, hidrógeno, el carbono, el nitrógeno, el fósforo y el calcio) suponen más del 99%.

– Nuestro cuerpo es un universo de 37,2 billones de células que operan en sincronía más o menos perfecta durante más o menos todo el tiempo.

– Este es un planeta de microbios. Nosotros estamos aquí por su voluntad. Ellos no nos necesitan para nada; pero nosotros moriríamos en cuestión de un día sin ellos (…). En total nuestra carga privada de microbios es de 1,4 kg, aproximadamente lo mismo que el cerebro.

– En ninguna parte se encuentra nada tan maravilloso, complejo y de mayor rendimiento que el aproximadamente kilo y medio de masa esponjosa que tenemos entre oreja y oreja. (…) En total, se calcula que el cerebro humano contiene algo así como unos 200 exabytes de información, lo que equivale aproximadamente a la “totalidad del contenido digital del mundo actual”.

– En un profundo sentido fisiológico, en realidad no sabemos lo que es pensar. (…) Un solo pensamiento o recuerdo fugaz puede activar un millón o más de neuronas dispersas por todo el cerebro.

– A lo largo de nuestra vida segregamos alrededor de 30.000 litros de saliva (1,5 litros diarios).

– El corazón no tiene tiempo para distracciones; es el órgano más firme e inquebrantable de nuestro cuerpo. Tiene un solo trabajo que hacer y lo hace extraordinariamente bien. (…) Cada hora nuestro corazón dispensa alrededor de 260 litros de sangre.

– En el interior de nuestra modesta estructura corporal tenemos 40.000 km de vasos sanguíneos.

– Una sola gota de sangre puede contener hasta 4.000 clases de moléculas distintas; de ahí que los médicos sean tan aficionados a los análisis de sangre: está inequívocamente plagada de información.

– El hígado participa en unos 500 procesos metabólicos: es básicamente el laboratorio del cuerpo.

– Los riñones procesan cada día 180 litros de agua y 1,5 kg de sal.

– El hueso es más fuerte que el hormigón armado, pero lo bastante ligero para permitirnos correr. Todos nuestros huesos juntos no pesarán más de unos nueve kilos y, no obstante, la mayoría de ellos pueden soportar hasta una tonelada de compresión.

– La mano es un miembro muy especializado y parte de lo que nos ha hecho ser lo que somos, seres humanos civilizados. (…) El pie tiene que realizar tres funciones distintas en cada paso que damos: amortiguador, plataforma y palanca de empuje.

– Además de fortalecer los huesos, el ejercicio potencia el sistema inmunitario, nutre las hormonas, disminuye el riesgo de contraer diabetes y varios tipos de cáncer (incluidos los de mama y colorrectal), mejora el estado de ánimo e incluso retrasa la senilidad.

– Todos los días, solo para sobrevivir, el ratón tiene que ingerir alrededor del 50% de su propio peso corporal. Los humanos, en cambio, solo necesitamos consumir en torno al 2% de nuestro peso corporal para satisfacer nuestras necesidades energéticas.

– El sistema inmunitario tiene que comportarse de manera similar al personal de seguridad de los aeropuertos que revisa todo lo que pasa por las cintas transportadoras, pero solo examina aquellos objetos que parecen tener intenciones nefastas. (…) Los linfocitos son las células más inteligentes debido a su habilidad para identificar a cualquier tipo de invasor no deseado y movilizar una respuesta rápida y específica.

– Se estima que cada día entre una y cinco de nuestras células se vuelven cancerosas, pero el sistema inmunitario las captura y las mata.

– En la respiración de un solo día inhalamos con toda probabilidad al menos una molécula del aliento de todas las personas que han vivido hasta ahora; y todas las personas que vivan de ahora en adelante hasta que el sol se extinga inspirarán de vez en cuando un poquito de cada uno de nosotros. Así pues, a nivel atómico, en cierto sentido somos eternos.

– Un adulto de tamaño normal tiene algo menos de 2 metros cuadrados de piel, pero cuenta con unos 1.000 metros de tejido pulmonar, que contienen en torno a 2.400 km de vías respiratorias.

– Tenemos relojes corporales no solo en el cerebro, sino en todo el cuerpo (…), y cada uno de ellos funciona según sus horarios, que rigen cuándo se liberan hormonas o cuándo los diferentes órganos están más atareados o más relajados.

– Los espermatozoides vienen a ser como los astronautas de la biología humana, las únicas células diseñadas para abandonar el cuerpo y explorar otros mundos. (…) En un acto sexual típico se produce suficiente esperma para repoblar como mínimo un país de tamaño mediano (…), cuando basta un solo espermatozoide para la concepción. (…) Cuando alcanza la edad de ser madre, la mujer tiene alrededor de 180.000 óvulos preparados y listos para ponerse en marcha (…), misterios insondables de la vida.

– El cáncer no es más que nuestro propio cuerpo haciendo todo lo posible por matarnos. Es un suicidio sin nuestro permiso.

– En el conjunto de los países desarrollados, el 90% de las personas llegan a su sexagésimo quinto cumpleaños en buenas condiciones de salud. (…) Llegar a los 80 años es en gran medida el resultado de seguir un estilo de vida saludable, pero, a partir de esa edad, casi todo es cuestión de genes.

– En un año cualquiera muere menos de una persona por cada centenar. En comparación con otras especies animales, se nos da tremendamente bien sobrevivir.

– No tenemos ni la menor idea de por qué envejecemos; o, mejor dicho, tenemos muchas ideas, solo que no sabemos si alguna de ellas es correcta.

– La ciencia médica por sí sola no puede hacerlo todo (…). Hay otros factores que pueden influir significativamente en sus resultados, a veces de manera sorprendente, (…) como la empatía y el sentido común.

– De 8.000 cosas que pueden matarnos, según una detallada lista de enfermedades y problemas de la Organización Mundial de la Salud, es un hecho que escapamos de todas menos de una.

– La mayoría de nosotros tardamos mucho más en desaparecer de la faz de la Tierra que de la memoria de los demás (…). Si optamos porque nos incineren, nuestras cenizas pesarán alrededor de cinco kilos.

En resumidas cuentas, un ameno ejercicio de divulgación alentado por la curiosidad de quien no deja de subrayar en cuanto tiene la oportunidad la importancia de la risa y de la infancia en una vida feliz.

Nosotros, como homenaje a Bill Bryson y su “guía para ocupantes”, así como medio para estimular el conocimiento del propio cuerpo para los más pequeños de las familias en este tiempo forzoso de “escuela en casa”, traemos aquí una colección de Cuentos del cuerpo humano [2] con los que esperamos que se pueda “aprender jugando”.